sábado, 16 de enero de 2010

Historia bajo un árbol


Seishi Sato, a sus siete años de edad no había tenido aun ni un solo amigo, sería por su aspecto enfermizo, por lo tímido que resultaba delante de los demás niños de su clase o por cualquier otra causa que el niño desconocía. Nunca había tenido amigos y nunca había creído necesitarlos realmente, su familia era muy numerosa y no tenia tiempo para sentirse solo. Siempre solía ir al parque a jugar con sus hermanas: Miyu una niña de doce años realmente bonita y simpática, Yaone con tan solo una decena ya era toda una mandamás y las pequeñas gemelas, Makoto y Miyako, que tenían tres años menos que él. Todos los hermanos de la familia Sato eran muy parecidos físicamente, su pelo era lacio y moreno, típico en los japoneses y sus ojos azul oscuro, salvo los de la mayor que eran pardos.

Siempre llegaban los cinco sobre las cuatro de la tarde. Todos juntos se entretenían durante horas con juegos simples del estilo de papás y mamás. Normalmente se encontraban con Madoka, a la que un tiempo después se la llamaría Merisa, una niña un año mayor que Seishi con muy mal humor, que se unía a sus historias imaginarias. Ella era la única a la que, tal vez, podía considerar amiga y aún le ponía algo nervioso. Sí, él no necesitaba más que eso para estar contento…

El día que le conoció realmente el cielo era de un gris oscuro casi completamente negro y amenazaba con descargar sobre la gente que estaba fuera de sus refugios todo el agua que cargaban. Seishi no lograría recordar ahora porque fue, pero él y sus hermanas habían discutido. Tan fuerte e infantil fue la pelea que el niño se había negado a jugar con ellas, quizás por que eran unas dictadoras a las que tenia que seguir la corriente a todas horas. Solo recuerda que se había ido lo mas lejos posible de ellas, lo suficiente como para que no le encontraran si se les ocurría pedirle perdón.

Se tumbo sobre la hierba, no sin antes asegurarse de no haber aplastado nada raro, estaba tremendamente aburrido. Levantó la cabeza seguida del cuerpo para observar si a su alrededor había algo de mayor interés que las oscuras nubes. No muy lejos, en un campo improvisado por ellos mismos jugaban algunos de sus compañeros de clase.
“Si les pido que me dejen jugar, ¿se enfadaran?” Pensó para si mismo aun a sabiendas que su capacidad física era alo nula.

-¡Seishi! ¿Quieres jugar? -exclamó el siempre alegre y espontáneo Hatori saludándole con la mano como si le hubiera podido leer el pensamiento del moreno.
-Va…
-¿Con Sato? Pero si se le da fatal. -cortó otro compañero cuyo nombre no puede se puede acordar.
-Eso ya sabes que el equipo que va con Seishi siempre pierde. -continuó otro niño al que ni siquiera conocía.
El pequeño moreno empezó a notar como sus sienes llevaban cada vez mayor cantidad de sangre haciendo que un intenso color rojo tiñera su cara de rabia. Pese a lo delicado que parecía a primera vista, Seishi tenia más carácter del que daba a entender y su orgullo no soportaba ser herido y menos por alguien con quien no había hablado nunca.

-Pues tampoco quería jugar, que lo sepas. -dijo en tono enfadado.
-Claro, seguro que tienes miedo de hacerte daño, gallinita.
-¡Yo no soy ningún cobarde!
-Demuéstranoslo. -propuso el que antes había hablado.
-Dejadle en paz. -murmuró Hatori con un tono algo achatado.
-Tu a callar, Hatori. -riñó otro niño uniéndose al grupillo.
-Pues… me voy. -amenazó él sin demasiada confianza.
-Lárgate si te da la gana, con un cobarde tenemos de sobra.
El pequeño niño de fracciones occidentales se alejo de sus otros compañeros de juego algo apresurado. Mientras esto sucedía los demás niños empezaron a acercarse a Seishi con cierto gesto de burla, lo que enfadó más todavía al morenito.
-Venga Sato, demuéstranos que no eres un gallinita.
-¿Cómo queréis que lo haga? -repuso inflando su ego todo lo que pudo.
Los matoncillos quedaron en silencio durante un segundo pensando una prueba digna de valentía para un niño de esa corta edad.

-¿Por qué no hacemos que se suba a un árbol? -propuso uno de tantos del grupo dando muestra de su corta originalidad. Todos torcieron la mirada hacia él dando su infantil aprobación.
-Buena idea. Vamos Sato ¿a que no te atreves?
-Claro que me atrevo, ¿qué os habéis creído? -continuo el aludido aun sabiendo que realmente si tenia miedo de la altura a la que tendría que enfrentarse.

Los niños se dirigieron a un pequeño rincón algo escondido donde ningún responsable adulto pudiera verles. El árbol de la prueba de valor no era demasiado grande pero para un niño de siete años como los que tenia Seishi en ese momento parecía el pico más alto del mundo. El pequeño moreno intentó, con bastante dificultad subir a las ramas de la planta. Aunque iba con el mayor cuidado que podía tener su pequeño cuerpecito no pudo aguantar su propio peso por lo que calló estrepitosamente ante la atenta mirada de sus compañeros. En el trayecto de la caída le pareció ver su vida pasar como diapositivas por delante de sus fuertemente cerrados ojos azules, y solo era capaz de escuchar las maliciosas risas de los otros niños. El aterrizaje fue menos aparatoso de lo que había imaginado, por lo menos seguía con vida, aunque muy dolorido. Su delgadita pierna había impactado en el suelo provocando un sonoro “crack” que solo él dueño de la pierna oyó. Cuando se notó a salvo abrió los ojos y lo único que pudo ver fue las espaldas de los niños alejándose del lugar.

-¡Eh, no os valláis! -exclamó desde su posición intentando seguirles inútilmente ya que su pierna parecía no querer hacer lo mismo -No… no os valláis… por favor.

Una gotita de agua rodó por la pálida mejilla del niño al verse solo y tan lejos de sus hermanas. Maldito orgullo, si no le diera tanta importancia a lo que los otros pensaban no le hubiera pasado eso. Otra gota recorrió de nuevo el rostro de Seishi, pero esta vez fue una proveniente del cielo. Pronto todas las compañeras de esta saltaron de las nubes en caída libre chocando con todo lo que se interponía en su camino. El frío empezaba a colarse en los delicados huesecillos del morenito casi helándolos. Ya no solo el dolor de la pierna sino el miedo a resfriarse empezó a apoderarse de el con bastante nerviosismo.
Derepente dejó de notar como la lluvia caía sobre él de un modo casi jocoso. Levantó sus húmedos ojos para ver la causa de que no se estuviera empapando más de lo que ya lo estaba.
-Hola. -saludó un niño de su misma edad con una enorme sonrisa. Este le estaba tapando con su paraguas rojo.
-Ho… hola… Meiji -contestó casi en un sollozo mientras el nuevo niño se sentaba a su lado pegándose mucho al moreno para que este no se mojara.

Minato Meiji era un compañero de clase. Siempre se le veía alegre y extrovertido aunque Seishi no sabia realmente de quien era amigo, se solía relacionar con todo el mundo, no como él. Su pelo era de color cobrizo como el metal cuando se oxida, los ojos los tenia pardos como la mayoría de personas y unas adorables pequitas adornaban sus mejillas. Solía ser muy amable y atento, incluido con él, cosa que la mayoría de niños no eran.

-Me han contado lo que te ha pasado, esos niños son muy malos. -explicó poniendo una cara muy rara para que su compañero herido se riera. -¿Te duele mucho?
-Si un poco… pero me preocupa más ponerme enfermo.
-¿Por qué, si estas enfermo no tienes que ir a clase y te puedes quedar durmiendo en tu casa?
-No yo no… si enfermo me volverán a llevar al hospital.
-¡Oh! Vaya, no lo sabia. Lo siento.
-No pasa nada.
-¿Por eso faltaste tanto a clase hace unos meses?
Seishi no contestó a la pregunta formulada por su compañero de clase. Este último solo le sonrío más ampliamente si cabía.
-Perdona, siempre me pasa igual. Me tomo demasiadas confianzas. ¿Te he molestado?
-No… no, eso es bueno… quiere decir que eres muy amable con todos. Tienes muchos amigos.
-En realidad no, ni siquiera me caen bien, lo que pasa es que no me gusta estar solo. -se quedó unos segundos en silencio -Oye tu pareces majo, ¿podemos ser amigos? -preguntó lleno de una increíble inocencia.
-Cla… claro. -contestó el otro niño, bastante colorado como si acabaran de hacerle una proposición de matrimonio.
-Bien pues tendrás que dejar de llamar me Meiji, ahora soy Minato. ¿Vale Seishi’
-Si, Meiji.
-¿Pero que te acabo de decir? Minato.
-Va… vale… Minato.

Estuvieron un buen rato esperando sentados hablando de diversas cosas. Si querían ser auténticos amigos tendrían que conocerse bien, o eso decía Minato. Hasta que al fin llegaron los padres de Seishi, claramente asustados por que su hijo no había llegado junto a sus hermanas.
***
-¿En que piensas? -susurra Minato a Seishi casi al oído como si fuera un secreto.

Seishi tras un buen rato absorto en esos recuerdos logra escapar de ellos para volver al mundo real. Hoy, casi diez años después, de nuevo llueve, como tantas otras veces en Negima. Y otra vez Minato tiene que volver a taparle con su paraguas rojo, solo la una diferencia hay de cómo lo hacia cuando eran pequeños. Aquella ya era una costumbre de los días lluviosos.
-En nada importante. -contesta algo sonrojado usando el mismo tono de voz -Solo en cierta historia que ocurrió bajo un árbol.

domingo, 3 de enero de 2010

Simplemente invierno (original)



Nao odiaba el invierno, tal vez porque los días eran de un color plomizo y eso le deprimía. Era tercero de el mes más frío del año y poco de diferente iba a tener. El invierno era tan simple y gris. Él apenas tenia amigos, no es que fuera poco sociable pero parecía que la gente le tuviera miedo. "Quizás debería intentar ser más agradable." solía pensar para si mismo.
Eran aproximadamente las cinco de la tarde y cada rincón de la calle permanecía totalmente cubierta por un manto blanco que había caído la noche anterior. A la vez que las luces navideñas ya empezaban a decorar la parte superior de ella. Caminaba lentamente absorbiendo un batido de vainilla que a causa del frío apunto estaba de congelarse. Su destino era un parque del barrio de Negima conocido como Hyde Park. Cerca de la entrada de este se encontraba un chico jugando alegremente con un cachorro del mismo color que la nieve. El animalillo corrió a encontrarse con Nao, o más bien a ládrale como si estuviera muy resentido con este.
-Vaya bienvenida me das, Len. -dijo refiriéndose al pequeño perro.
-Sí, hoy tiene el día un poco torcido. -siguió el dueño del can -Se ha portado muy mal, estaba yo haciendo un muñeco de nieve y le ha dado un repentón y lo ha roto. Como si estuviera poseído. ¡Con lo que me había costado hacerlo!
-Es la primera vez que ve la nieve, se habrá emocionado. Además ¿que edad tienes tu como para andar haciendo muñecos de nieve, Nono?
-¡No me llames así que ya sabes que no me gusta! -se quejó -Borde. Si no hubieras tardado yo no me tendría que haberme entretenido haciendo un muñeco de nieve. Y por cierto esas cosas no tienen edad yo puedo hacerlas cuando quiera.
-Lo que tu digas. Haz el favor de ponerte por lo menos unos guantes. Pero claro se te habrán vuelto a olvidar.
-¡No los necesito! -replicó el pequeño rubio en tono orgulloso si querer admitir que efectivamente no recordó cogerlos.
-¡Se te van a helar las manos, cabezón! -gruñó cogiéndole de la muñeca para vestirla con sus guantes de cuero. -Mira las tienes rojas, te acabaran saliendo heridas.
-Puedo aguantar un par de rasguños. -reclamó esta vez ya más calmado.
-Si te dan miedo las inyecciones.
-¡No... no es lo mismo! -le gritó más colorado que sus propias manos.
-Si seguro, tienes toda la razón Nono.
-¡Que no me llames Nono! Ya no tengo diez años como para eso.
-Pues a veces lo parece, señorito Nozomu. -recrimino con tono jocoso.
-Eres un borde. Tu eres el primero al que no le gusta que le llamen por su apodo, pues yo odio ese diminutivo. -quedo un par de segundos en silencio mirando a ambos lados. -Hablando de bordes... ¿donde se ha metido la otra?
-¿Amai? Dice que no se encuentra bien, aunque no me lo creo demasiado.
-Creo que la ha tocado la etapa depresiva. Ya sabes lo poco que le gusta salir de su cuarto y más en invierno. Es una vaga se lo habrá inventado para quedarse el resto de la tarde jugando a la videoconsola.
Si valla par de amigos que tenia. Pensó mientras comenzaban a caminar al interior del parque que estaba apaciblemente cubierto por la impoluta nieve. Ente la una que no quería estar con él el día de su cumpleaños y el otro que ni siquiera se acordaba. Claro que eso era muy normal en él, siempre parecía estar en su mundo de chucherías y nubes de azúcar. Le conocía desde que iba al psiquiátrico y siempre se había preguntado como lo conseguía para parecer tan tremendamente alegre. El era todo lo contrario a Nozomu pese a lo alocado e infantil que era no le costaba nada relacionarse con alguien nuevo y ante los desconocidos se solía mostrar muy confiado. En seguida se le cogía cariño. Puede que por eso le gustaba.
Un fuerte y frío golpe en la cara le despertó de sus pensamientos.
-¡¿Estas loco?! -gruñía llevándose la mano a la mejilla en la que había impactado la bola de nieve que ella le había lanzado.
-Ya deberías saber que si. -rió sonoramente desde un montículo desde el que le miraba, mientras que el pequeño animal seguía ladrándole. -Tengo que aprovechar que ahora estas desprotegido.
-Y para colmo tu chucho me odia. Sois dos contra uno.
-No te odia, solo me defiende de los peligros y que quieres que te diga tu tienes toda la pinta de ser peligroso. -bromeo intentando bajar con minucioso cuidado de no caer.
-Te estoy viendo de bruces en el suelo.
-Pero que poca fe me tienes. -pero justo un segundo después de estas palabras se torció dolorosamente el tobillo precipitándose a los pies de la pequeña colina.
-Mira que te lo he advertido. -dijo con voz paciente acercándose al chico que permanecía sentada en la nieve. -Déjame ver.
-Me duele. -se lamentó mientras le examinaba el pie.
-Ya se que te duele. Se te podría inflamar. Anda, te llevare a tu casa. -suspiro lenta y pesadamente a la par que se giraba indicándole que le llevaría a caballito.
-Esto es penoso... -murmuro mientras hacia lo que la pedía.
-Si quieres te dejo aquí. -amenazó empezando a caminar.
-No, prefiero pasar unos minutos de vergüenza a congelarme. ¿Peso mucho?
-Si.
-¡Eso no se le dice a alguien tan sensible como yo! Deberías comportarte como un caballero y decir que estoy en mi línea ideal.
-Uno, no soy ningún caballero. Y dos, si sabes que eres un palo de escoba ¿para que preguntas? Lo que tendrías es que hacer es engordar. Si eres bajito y encima delgaducho... Y tres ni que fueras una chica para decir esas cosas, das grimilla.
Anduvieron un par de minutos hablando de unas cuantas cosas sin ninguna importancia real. Cualquier tema podía resultar entretenido. Al llegar a la que en este caso era la salida del parque. El cielo empezaba ya ha oscurecerse, aunque la gruesa capa de nieves color acero no dejaban comprobarlo pero solo había que conocer la época del año para hacerse una idea.
-¿Le pongo la cadena a Len? -preguntó al ver que ya abandonaban el parque para adentrarse en la grisácea ciudad de Negima.
-No hace falta, Lenteja puede ir sin correa es muy buen chico.
-Si con todos menos conmigo.
-Eres muy egocéntrico ¿Por que va a ser malo solamente contigo?
-No lo se, pero lo parece. Es como si me guardara rencor por algo.
-A lo mejor tiene celos.
-¿Celos de qué? Es un perro.
-Pero es un perro superdotado. Si sabe consolarme cuando estoy triste ¿por qué no iba a coger pelusa de la persona que me gusta? -dijo sin darse cuenta de lo que decía.
Se hizo un profundo silencio que casi se podía palpar. Nao abrió descomunalmente sus ojos negros esperando a que Nozomu digiera que era una broma de las suyas. Y Nozomu se llevó ambas manos a la boca como intentando borrar lo que había dicho esperando que Nao no lo hubiera escuchado. Cosa que sabia que era imposible ya que el pequeño rubio solía hablar un registro bastante elevado. Y por otro lado el cachorro seguía correteando ajeno a todo.
-Esto... -empezó el herido intentando romper el hielo cambiando de tema. -¿Como vas con tu nuevo cuadro?
-¿Que?... Ah, el cuadro para le exposición, bien algo, estancado.
-Si quieres te puedo ayudar.
-No te ofendas, pero dibujas como un niño de tres años y no creo que sea lo más adecuado para una exposición contra la discriminación.
De vuelta al incomodo silencio. A aquel tremendamente insoportable silencio que se clavaba hondamente en sus cerebros.
-No... Nozomu. -dijo en un tono bastante imperceptible tras el cual no hubo respuesta. -Nozomu... -repitió esta vez lo suficientemente alto como para que lo oyera, pero él seguía sin responderle. -¡Nozomu! -exclamó otra vez intentando que reaccionara. Pero lo único que salio de detrás suyo fue un extraño sonido incompresible, casi como una especie de ronroneo. -¡No me digas que te has quedado dormido! -sin respuesta de nuevo. -¿¡Será posible!?
Siguió andando cargando con el chico hundido en lo más profundo del mundo de los sueños mientra Len caminaba a su lado extrañamente calmado. Se paro enfrente de un tramo de unas cinco escaleras que conducían a una puerta de un viejo y pequeño piso. El chico volvió a llamarle a la par que la movió lentamente para que despertara. Él abrió muy despacio los ojos para inmediatamente volver a cerrarlos, soltando un suave y lastimero gruñido con el que daba a entender que no estaba por la labor de despertar. Llevándose las manos a los parpados y restregándolos como si pretendiera que ellos solos se mantuvieran abiertos.
-Me he quedado traspuesto. -anuncio con una voz que denotaba que seguía adormilado. -¿Que quieres?
-No se. -contesto con un claro tono sarcástico. -Tal vez que abras la puerta de tu casa. Manías que tengo.
-Toma las llaves. Es la más grande. -explico este rebuscando en uno de los bolsillos de su abrigo.
-Venga bájate ya. Que serás un peso pluma pero ya cansa.
-No quiero. -contesto poniendo cierta voz mimosa.
-Pues te suelto.
-No te atreverás.
-Si tengo que demostrártelo…
-No, no hace falta ya me bajo solito. -dijo uniendo el dicho con el hecho. -Espera aquí un momento.
El dueño entró en el interior del piso sospechosamente rápido. El cachorro la siguió obviamente contento de haber llegado por fin a casa. Nozomu apareció de nuevo con una pequeña y alargada cajita envuelta en papel de regalo de color rojo con motivos navideños.
-¡Feliz cumpleaños! -exclamo con una amplísima sonrisa.
-Creí que no te habías acordado. -explico tomando la caja.
-Como no me iba a acordar.
-No sé, cualquier cosa se puede esperar de un chico al que se le ocurre llamar a su perro "Lenteja" y hace muñecos de nieve.
En un rápido y tonto movimiento Nao choco sus labios con los de Nozomu, quedándose solo en eso, un rápido y tonto choque. Pues él empezó a notar como sus mejillas se volvían a colorearse y a una apresurada velocidad cerro la puerta dando un sonoro golpe. El castaño, que en cierto modo ya se esperaba una respuesta por el estilo solo sonrió ligeramente mientras se alejaba del lugar. No muchos minutos más tarde un sonido le indico que alguien le había enviado un mensaje de texto al móvil. Como ya imagino era del numero de Nozomu.
"Me he confundido de regalo, ese es el de Navidad" Podía leer en él.
Miró la cajita con cierta curiosidad. En el interior había colección de pequeños tubitos de tempera cada uno de un alegre color y una pequeña tarjeta amarilla echa con un trozo de cartulina en el que había escrito con enormes letras de colores: "Feliz Navidad".
El invierno tan simple y gris, no estaba tan mal.