sábado, 28 de agosto de 2010

Las segundas oportunidades existen.


La voz de Yukio todavía resonaba en su cabeza pese a que este permanecía en un profundo sueño. Nobuo, un joven de unos diecinueve años de cabellos cobrizos, había perdido su mirada en la ahora placida expresión del rostro de su amigo. Las lagrimas ya se habían secado en los bordes de sus ojos turquesas, pero no porque no quisiera seguir llorando, sino porque ya se habían acabado casi por completo. La única alegría que podía sentir en ese momento era poder seguir oyendo el sonido del monitor mostrando cada normalizado latido del corazón de Yukio. Pero ese constante “pi” era camuflado por el aun vivo recuerdo del accidente, accidente del que todavía se culpaba una y otra vez. Vio como por el blanco rostro de su compañero corría apresurada una pequeña gotita de agua, Nobuo dio un pequeño respingo, casi como una diminuta señal de que iba a despertar. Acarició aquella suave piel para retirar la lagrima. Entró una de la enfermeras rompiéndole esa esperanza diciendo que Yukio no lloraba, que eso solo era una acumulación de líquidos en sus ojos. Y recomendándole que diera una vuelta, que saliera a tomar el aire… ya llevaba ahí encerrado más de dos horas. Ya había llegado el padre de Yukio, la verdad no le apetecía verle.

“-¡Tú, tú y tú! ¡Solo piensas en ti mismo!- exclamaba Yukio con sus ojos verde oliva llenos de rabia en los recuerdos de Nobuo.
-¿Yo? -contestó él con tono indignado sin despegar los ojos de la carretera. -Aquí solo hay un egoísta y ese no soy yo…
-¡Sí lo eres! ¡Ya sé que soy una molestia para todos pero tu eres un egoísta! ¡Si te incordio tanto, si me odias habérmelo dicho! -gritó Yukio enfurruñándose.
-¡¿Saber que es lo que me incordia?! ¡¿Sabes lo que odio?! -dijo Nobuo realmente enfadado mirando duramente a los de Yukio. -¡Odio esa pu..!

No pudo acabar la frase cuando un fuerte estruendo y sonidos de bocinas de otros coches les llevó a otro sitio. Fue todo tan rápido que no se percataron del choque, cuando quisieron darse cuenta ya estaban bocabajo dentro del coche destrozado. Nobuo sentía como corría la sangre por su frente y resto de su cara. Le dolía, le dolía tanto que no se había percatado de los desesperados gritos de Yukio. Cuando consiguió reaccionar ante la situación, lo primero que hizo fue desviar su borrosa mirada al asiento del copiloto. Vio al castaño intentando por todos los medios posibles salir de allí mientras gritaba frases y onomatopeyas inconexas.

-¡Yukio!- alcanzó a exclamar por fin en la realidad.

Nuevos sonidos llegaron al lugar esta vez eran sirenas de ambulancias y del coche de bomberos. Sintió como alguien tiraba de él con delicadeza pero firmemente sacándole del vehiculo.

-¡Yukio! -volvió a gritar al sentir como se alejaba de su amigo casi resistiéndose a ser salvado. -¡Yukio! ¡Yuki!
-¡Nobuo! ¡Ayúdame, por favor! ¡Me duele! ¡Me duele mucho la pierna! -lloraba el castaño con sus ojos verdes llenos de lagrimas y estirando el brazo para alcanzar a Nobuo.
-¡Yukio! -chilló en el mismo instante en el que le sacaban y le llevaban a una ambulancia mientras insistía con sus exclamaciones…”

Ya no le dolía tanto la cabeza… se la habían vendado tras darle algunos puntos en la brecha que se hizo. Pero parecía darle igual, en lo único que podía pensar en ese momento era en Yukio. Sin poder evitar volver a echarse a llorar al recordarle. Estaba fuera del cuarto donde dormía su amigo, apoyado en la puerta como si pretendiera evitar que nadie entrara o saliese, como si inconcientemente intentara protegerle. ¿De qué? El daño ya estaba echo… ya daba igual… el accidente ya había pasado… y todos sabemos que es imposible rebobinar el tiempo como se hace con la cinta de un radiocasete. Dicen que siempre hay una segunda oportunidad… ¡mentira!
***

Todo estaba oscuro, todo era silencio. Yukio parecía recuperar poco a poco la conciencia de sí mismo, ya podía pensar, pero aun así seguía sin ver ni escuchar nada solo sentía una extraña sensación de que algo no estaba bien. Miles de preguntas empezaron a rondar su todavía anestésicamente adormilado cerebro… ¿Qué a pasado? ¿Cómo a sido? ¿Dónde estoy? ¿Cuánto tiempo llevo así?… Y la más importante: ¿sigo vivo? Ya no sentía dolor, talvez ese era el primer síntoma de que iba a dejar el mundo de los vivos. ¿Y si ya lo había dejado? ¿Y si esa oscuridad y ese silencio es lo que hay después de la muerte? Derepente un terrible miedo se apoderó de su mente, él no quería morir… no todavía… No quería estar allí perdido todo lo que quedaba de eternidad.

“¡Despierta Yukio!” se dijo a si mismo intentando abrir los ojos. “¡Despiértate! ¡Despiértate!”

Finalmente sus ojos se abrieron rápidamente encontrándose con la molestas luces de colores que lentamente tomaron forma de objetos. Parecieron pasar un par de lentos segundos hasta que los sonidos regresaron a sus orejas. Quedando inmóvil con los ojos clavados en el techo ante su vuelta al mundo real. Estaba vivo… pero solo. Miró a un lado y a otro moviendo la cabeza en forma de negación, efectivamente su única compañía era el monitor que marcaba sus constantes, la bolsa que le administraba sangre y una silla de ruedas aparcada en una esquina. Volvió a mirar hacia arriba. Algo no iba como debería… Cerro los ojos y respiró lentamente relajando cada centímetro de su cuerpo… Algo estaba mal… Algo faltaba… Eso era, algo no estaba donde tenía que estar…

-¡Mi pierna! -exclamó incorporándose y quitándose la sabana de encima tan nervioso que sentía temblar el mundo entero para finalmente quedar hipnotizado por lo que vio, o mejor dicho por lo que no vio.

Su corazón latía cada vez más fuerte evitando que pudiese escuchar nada más, sus pulmones parecían querer pararse si él no los obligaba a seguir en funciona miento, sus pupilas se contraían, su labio inferior temblaba y su garganta quería gritar pero las palabras se atascaban una tras otra. No podía ser, simplemente se prohibió creer que aquello pudiera ser verdad, prefería pensar que seguía soñando pese a que en ese momento estaba más despierto que nunca. Su pierna izquierda… no estaba… no estaba… ¡no estaba! A partir de la rodilla allí no había absolutamente nada.

-¡Mi pierna! -volvió a chillar finalmente cuando se descongestionaron sus cuerdas vocales.

Nobuo escuchó aquel horrible y espeluznante grito por parte de Yukio que le hizo le moverse rápidamente, a él y alguno de los doctores que corrieron a ver que era lo que ocurría. Yukio estaba caído en el suelo junto al dispensador de sangre golpeando e insultando ferozmente la silla de ruedas como si ella tuviese la responsabilidad de su pierna.

-Yukio. -dijo el pelirrojo intentando levantar al recién despertado.
-¡No me toques! -ordenó nerviosamente el herido sacudiéndose de encima a Nobuo pero sin mirarle a la cara.
-Yukio… -murmuró desviando la mirada que volvía a humedecerse.
-Todo es por tu culpa… -respondió el aludido con un deje de amargura en su voz. -Aléjate de mi…

Nobuo hizo lo que aquella triste y agridulce voz le dijo mientras dos de los médicos le volvían a sentar en la cama. Nobuo no escuchaban ya lo que decían, era como si esos últimos susurros de Yukio le hubiesen dejado sordo. “Todo es por tu culpa…” “Aléjate de mi…” Solo le hubiese faltado rematar con un “Te odio…” Luego (él todavía abstraído del mundo) entró el padre del castaño casi en una carrera a ver a su hijo. Nobuo simplemente se giró y volvió a salir de la habitación, lentamente, como si quisiera que nadie se diera cuenta.

“Te odio…” imaginó de nuevo que le decía mientra se deslizaba por la pared hasta quedarse sentado en el frío suelo del pasillo. Escondió la cara en sus rodillas sin poder controlar las ganas de llorar que retornaban a sus ojos. Y ahí estuvo, no se podría calcular cuanto fue exactamente el tiempo que duró su silencioso llanto… solo sabía que para él fue una eternidad.

Después de eso él iba a visitarle todos los días y todos los días solo conseguía insultos y reproches por parte de Yukio y de su padre. A los que él repondia con un: “¡Está vivo! ¡Podría ser peor!” intentando ganarse su perdón. No se atrevió a volver… No quería verle… No quería oírle… Ya no le quería… ¿O sí? Todo le recordaba a él, cuando paseaba por cualquier sitio, viera a cualquier persona, Yukio le seguía como si fuera su sombra. Pasaban los días y los recuerdos del accidente no parecían dar señales de dejar aquel acoso y derribo contra él.

Unas semanas después… talvez algunos días más encontró a uno de los antiguos amigos de Yukio, ni siquiera le saludó al pasar por su lado… otro vio al padre del que era su compañero, este por lo menos le echó una mirada heladora… Todos le odiaban, no solo Yukio, todo el mundo parecía guardarle un rencor, él mismo empezaba a odiarse. Pero una de esos días, de una de esas tardes no encontró a un amigo, no encontró al padre, encontró a Yukio. Miraba triste y melancólicamente por un mirador mientras los anaranjados reflejos del sol del atardecer le teñían de esos mismos tonos dorados, sentado en la misma silla que quería destrozar. Se acercó silenciosamente hasta ponerse casi detrás suyo.

-Nobuo… Perdóname por favor… -musitó tímidamente como si no quisiera ser oído pero lo suficientemente alto como para que lo hiciera. -Fui muy cruel contigo…

Nobuo no contestó, una contradicción aparecía en su mente, una parte de él no podía perdonarle tan fácilmente pero la otra deseaba hacerlo.

-Si no lo haces lo entenderé… -siguió cuando una pequeña lagrima rodaba por su pálida carita. -Pero solo quería que supieras que no es culpa tuya… si yo no hubiese insistido en ir contigo sin pedir permiso… si no te hubiese gritado… Perdóname…

El pelirrojo acarició la mano de su amigo suavemente, solo escuchándole, dándole una segunda oportunidad para explicarse…

-Perdóname por haberte dicho todas esas cosas tan horribles, no quiero que te vallas de nuevo… -Yukio empezó a apretar fuertemente los ojos como si así fuera a evitar echarse a llorar. -Me he quedado muy solo… el otro día vinieron aquellos a los que consideraba amigos a decirme que ellos no podía ayudarme… que les agobiaba tenerme allí y les coartaba la libertad… Justo cuando les necesitaba más… Estoy siendo tan patético… Pensaras que soy lo peor, primero te trato como un estorbo y ahora que estoy solo me arrastro para pedirte perdón… Me da asco hasta a mi mismo. Pero no podía seguir sin decirte lo mucho que me arrepiento de haberte echado así de mi vida… A ti que fuiste el único que se preocupó por mí y a la que peor he tratado, al único que no dio asco verme sin pierna… Perdóname… te lo suplico… no vuelvas a ser mi amigo si no quieres, ódiame, pero por favor perdóname.

-Yukio… -susurró Nobuo poniéndose enfrente de la silla secándole de nuevo las lagrimas con el reverso de la mano -Yo ya te he perdonado… desde el momento que volviste a llamarme por mi nombre… Gracias por hacerlo tú. Nunca podría odiarte, ni nunca me parecerás patético. Yukio, no he parado de preocuparme por ti, por eso no volví a verte porque creí que eso solo te hacía más daño. Perdóname a mi por haberte dejado solo cuando me necesitabas. No lo volveré a hacer. -contestó con una amplia y dulce sonrisa que lo decía todo.

-Nobuo…
-No digas nada… -murmuró sellándole los labios con el dedo índice -Solo contéstame, ¿me das una segunda oportunidad? -El castaño afirmó con un ligero movimiento de cabeza mirándole fijamente como si estuviese hipnotizado.
-Gracias… -alcanzó a decir echándose para adelante abrazándole suavemente.
-Yukio, eres lo más importante que tengo en mi vida. Me alegro tanto de que ya no me odies.
-Yo nunca te dije que te odiara. Eso te lo inventaste tú. -río dulcemente sin deshacer el abrazo.
-Yukio, te quiero. -susurró al oído del castaño que se despegó para mirarle a los ojos a sabiendas de lo ruborizado que estaba.
-Y yo a ti. -contestó en el mismo tono casi imperceptible y dulce de voz que salía de entre sus labios.
Para luego solo juntarlos con los de Nobuo en un simple y avergonzado gesto. Con el que se daban una mutua segunda oportunidad.