martes, 14 de junio de 2011

Luces para Amai.


¡Hola! Mi nombre es Amai, Amai Akatsuki, pero antes no era así. Al principio mi nombre era Amai Mayama, pero ya no lo es. ¿Qué si puedo explicaros porqué es así? Sorsupuesto que puedo. Es una historia muy larga, pero tenemos tiempo, yo por lo menos. ¿Por donde empiezo? ¡Ah sí! Comenzaré por mi antigua familia.

Érase una vez una niña de pelo negro y ojos marrones y almendrados, una niña a la que todo el mundo decía que estaba loca, y esa niña era yo. Cuando nací, aunque ya comenzaba la primavera, hacía mucho frío pero además había una gran tormenta. Yo no sé exactamente lo que pasó, obviamente porque estaba naciendo, pero algo debió de salir mal y mi madre y yo estuvimos apunto de morir. Ellos nunca querían hablar de eso, nunca llegaron a decirme que es lo que ocurrió solo sé que mi madre tenía que ir en silla de ruedas, porque por la lluvia sufrió un accidente justo cuando nací. Mi madre me odiaba, yo estaba totalmente convencida, todavía lo estoy. Al principio era como todas las madres, pero cuanto más mayor me hacía más se enfadaba, más me gritaba y más me odiaba. A veces, cuando todavía llegaba desde su silla, me llegaba a agarrar del pelo hasta que me hacía llorar. Puedo parecer muy despistada, que siempre estoy en mi mundo, pero recuerdo aquellos días, cuando lo hago no puedo evitar echarme a llorar como una niña pequeña, como cuando me agarraba del pelo.

A mi padre tampoco le gustaba, creo que él pensaba que por mi culpa se había quedado sin su querida mujer. No digo que él, ni ella, no fuesen buenos, pero a mi no me querían. Ahora que lo metido… ¡Digo medito! Ahora que lo medito, estoy convencida de que mi madre era como yo, Mizuki-chan dice que es muy posible, ya que mi problema es hereditario. Y por eso mismo se deshicieron de mí, mi padre no podía con dos enfermas, en el fondo podría llegar a entenderlos, debió estar muy desesperado, con su mujer enferma, su hija enferma, y todo en contra. Se tenía que deshacer de mi, y eso hizo.

Un día me dijo que me llevaría a dar un paseo, me acuerdo muy bien. Fuimos a una especie de colegio, él se fue a “comprar” mientras yo esperaba. No se ni cuanto tiempo pasó, unas señoritas, apatentemente muy simpáticas me metieron en él, seguro que mi padre regresaría en seguida. Nunca lo hizo.

Entonces fue cuando me derrumbé, mis padres me habían abandonado, tan poquito significaba para ellos. Aunque mi madre me chillase, aunque me agarrase del pelo, en el fondo me gustaba imaginar que me querían, al menos un poco. Pero cuando me vi en aquella habitación, rodeada de niñas a las que no conocía de nada fue como si el alma se me hubiese caído al suelo y mi madre la hubiera aplastado pasando por encima con la silla de ruedas. Esa fue mi primera crisis, no sé el número de horas o días que estuve en la cama llorando. Cuando me levanté, me costó una semana dirigirle la palabra a alguien. Y más de un mes pasó antes de que pudiera sonreírle a alguien. Por culpa de eso todas mis compañeras me cogieron manía, empecé a pasar de la más absoluta de la desesperación a la euforia suprema, y entiendo que eso las asustase un poco. Solo se dirigían a mi lo gustito, solo si era necesario. Nadie jugaba conmigo, nadie me ayudaba con los deberes, volvía a estar sola. Aquel sitio no era mejor que mi casa. Las encargadas no eran mejores que mi madre, las desesperaba que fuese así, tan cambiante e inconstante, solían decir que era una cría inmadura, nunca se pararon a pensar que me pudiese pasarme algo. También sobraba allí. No iba a esperar a que me volvieran a abandonar así que me fui, guardé mis cosas en una bolsita y una tarde, cuando todos estaban demasiado en sus cosas como para darse cuenta, me escapé. No sabía a donde iba, creo que instintosamente quería volver a mi casa, porque cogí el tren de vuelta a ella. (Los niños no tenían que pagar, lo que a mí me venía de perlas)

Pero no en mi vida todo han sido desgracias. Esa misma tarde, en ese mismo tren, conocí a Kei-chan. Él tenía unos diecinueve años, yo ya era una niña con ocho años recién cumplidos unos meses antes. Debió de verme muy despistada intentando averiguar cual era la estación en la que tenía que bajarme, tratando de recordar el nombre de la palada en la que subí con mi padre el día que me dejó allí.

-¿Te has perdido? ¿Buscas a tu mamá o a tu papá? -me preguntó agachándose para ponerse a mi altura.
-N… No… Estoy bien… -le contesté poniéndome algo nerviosa porque pensaba a que me descubriría.
-¿Seguro? ¿Estás sola?
-Sí…
-Te has perdido.
-¡Que no! No me he perdido… es que…
-¿A dónde vas?
-No… no lo sé… -en ese momento pasé mucha vergüenza incluso creo que se me escapó alguna lágrima traicionera.
-¿Y ahora que hago? No puedo dejarla aquí sola… -se le escuchó susurrar.
-¿Como te llamas?
-A… A… Amai…
-¿Amai? ¡Que nombre tan bonito! Yo me llamo Keigo. -exclamó intentando consolarme secándome las lágrimas con un pañuelo de papel. -Vamos, Amai yo te ayudaré a encontrar a tus papás.
-Pero yo no he venido con mis papás.
-Bueno. ¿Con tus abuelos?
-Tampoco…
-¿Tus tíos?
-No…
-¿Has venido sola?
-Sí. Quería volver a mi casa y no me acuerdo de donde era.
-¿Y tampoco te sabes el número de teléfono?
-Lo… lo siento…
-No pidas perdón, es normal que no te acuerdes. Mira, yo tengo casi veinte años y no me sé el mío. -él miró a la ventana del tren y yo como si fuese un espejo hice lo mismo, el cielo ya estaba muy negro.
-Ya se ha hecho de noche.
-Sí… No queda mucho para mi estación, pero no puedo dejarte aquí sola. Hay gente muy mala. ¿Qué hago? -se quedó unos segundos pensando y luego volvió a mirarme para halar -Mira, Amai, como no sabes donde está tu casa, ni tu número vendrás hoy a la mía a dormir y mañana te ayudaré cuando sea de día. ¿Vale?
-Va… vale…

Keigo no ha cambiado nada desde entonces, en personalidad ni un poco, y físicamente no mucho más. Yo estoy my segura de que si hoy se encontrase otro niño perdido también se lo llevaría a su casa para ayudarlo. Él es muy amable y protector, antes de adoptarme ya se comportaba como si fuese mi padre. Aquel año él todavía vivía con sus padres, mis abuelos, la madre de Keigo era igual de morena que él, (como yo también soy morena pues todo el mundo cree que es la mía también) pero los ojos dorados de Keigo son heredados por línea paterna. Él estaba estudiando, creo que primero o segundo de carrera, que por cierto era derecho, ahora ya es todo un abogado. Hace diez años que le conozco y a veces aun me sorprende lo insistente que es cuando se le mete algo entre ceja y ceja, pero creo que lo que le honra es que en su ímpetu nunca cae en la violencia o en enfados innecesarios. Es un cabezota pacífico.

-¿Estás loco? -le dijo su madre al verme entrar por la puerta de su casa.
-Pero mamá… No podía dejarla sola. -contestó él.
-Ya, aun así no es lo mismo que encontrarse a un gato. ¿Tú no piensas antes de recoger cosas de la calle?
-No es una cosa. Por dios. ¿Qué iba a hacer si no?
-Pues esperar que llegase su madre.
-¡Que estaba sola!
-Déjalo mujer, sabes que tu hijo es un cabezota, no parará hasta que te convenza. Y solo es por una noche. -intervino el padre revolviéndome el pelo.

Al principio me dio la impresión de que la señora Akatsuki iba a ser igual de malvada que mi madre o las cuidadoras del huerfanato, pero me equivocaba. En cuanto entré en la casa ella se portó muy amable conmigo, me preparó un baño calentito, me dio la comida más mejor buena que había comido en mi vida e incluso me dejó una camisa para que la usase de camisón. Ella fue la que hizo que el pobre Keigo tuviese que dormir en el sofá del salón para que yo lo hiciese en su cama.

Cuando el Sol salió de nuevo era como si me hubiese llenado de energía, tal vez por lo bien que me lo pasé en esa casa ya me encontraba alegre de nuevo. Fuy corriendo a la cocina a darle los buenos días a Isana, la madre de Keigo, que estaba haciendo el desayuno muy afanosa.

-¡Buenos días!
-Valla, veo que hoy estás más contenta que ayer Amai-chan. Anda ve a despertar a Keigo que estará todavía tirado a la bartola en el sofá.
-¡De cuerdo!
-Se dice “de acuerdo”. -la escuché decir desde su posición.
-Buenos días señor Keigo. -saludé para despertarlo.
-Umm… No me llames “señor” que tampoco soy tan viejo. -respondió incorporándose.
-Lo siento… ¿Cómo te llamo entonces?
-Llámame, Keigo, como todo el mundo.
-Pero eso es muy aburrido… ¡¿Puedo llamarte Kei-chan?!
-Bueno, mejor que “señor Keigo”…
-¡Pues ya está! ¿Entonces Kei-chan me va a ayudar a volver a mi casa?
-Claro, verás que bien.

Después de desayunar Keigo y yo cogimos de nuevo el tren para ver cual de todas me sonaba. También me hizo una foto e improvisó un cartel de se busca como los de las películas de vaqueros… Pero al contrario, claro, porque nosotros no buscábamos a Amai, yo, si no buscábamos a quien se supone que me buscaba, sería entones un “¿Se busca?” o tal vez un “Se encuentra” pero no un “Se busca” porque nosotros no buscábamos a la niña del cartel porque era yo y estaba ahí… Bueno, da igual. La cuestión es que estuvimos toda la tarde dando vueltas a Tokio en busca de mi casa. Fue cansado pero se nos hizo muy divertido, comimos helado, bebimos refrescos y nos lo pasamos en grande.

Pero al final no encontramos mi casa, en cambio las maestras del huerfanato si que me encontraron a mi. Aunque yo dije que no quería ellas me arrastraron hasta mi “casa” explicándole lo ocurrido a Keigo que tenía cierta impotencia dibujada en su cara. Creo que él sabía que yo no era feliz allí. Me prometió ir a verme para que no me sintiese sola. Y como buen cumplidor que siempre ha sido lo hacía. Yo le contaba todo lo que me ocurría, lo bueno y lo malo, y el me escuchaba pese a que la chapa que suelta una niña de ocho años no es pequeña. Y yo me daba cuenta de que cuando le contaba que mis compañeras me pegaban o que las encargadas me chillaban sus ojos dorados se encendían como si tuviese un enfado contenido. Así pasaron meses creo que hasta dos años, poco a poco nos fuimos conociendo, yo quería a Keigo como se quiere a un padre, y lo sigo haciendo porque desde entonces hasta ahora ha sido lo más parecido a un padre que he tenido. Y eso molestaba a los demás; la loca no tenía más derecho a que la quisiesen. Sus miradas asesinas me hacían daño, pero luego Keigo las curaba, era un circulo vicioso y retroalimentatibo. (¡Sí, se decir “retroalimetativo“, pero no me sale “sorsupuesto”!)

Me parece recordar que el día que Keigo perdió los nervios, cosa rara en él, fue cuando llegué a la sala de visitas con un ojo morado. En efecto, me lo hicieron unas chicas muy envidiosas que se debían de aburrir. Cuando se lo conté, su reacción fue la de levantarse rápidamente y dirigirse con paso firme y decidido a la dirección del colegio. Estuvo junto a la jefa un largo rato del cual yo no pude escuchar ni una sílaba de lo que estaban diciendo.

-No te preocupes, Amai. Vas a salir de aquí, te lo prometo. -me dijo al salir de la habitación abrazándome fuertemente.

Yo no sabía a lo que se refería, pero confiaba ciegamente en él. Keigo siempre cumple sus promesas. Ahora sé que lo que quería con sus escasos veinte años era acogerme como si fuese su hija, todo el mundo le tachó de insensato. ¿Dónde iba un chico tan joven adoptando a una niña? Pero él no se rindió pese a toda la oposición que tuvo, como suele decir mi abuelo: “es un cabezota, y como buen cabezota nunca se rinde antes de conseguir lo que quiere, para él el abandono es peor que un fracaso,” Siempre he admirado la filosofía, creo que no solo yo, mucha gente desea ser como él, tan decidido, testarudo y rebelde, aunque lo que hace sea una locura, y lo sepa, nunca se arrepiente de nada.

Debido a su edad, sé que le costó mucho esfuerzo conseguir nombrarse como mi tutor, yo era pequeña y no lo entendía por lo que no sé explicar debidamente el procedimento. Solo sé que es un día me dijo que recogiese mis cosas, fue el día más feliz que había vivido en mis diez años. Había alquilado un apartamento pequeño de dos habitaciones e incluso había estado decorando mi cuarto usando todos los datos que le había dado durante esos meses. Pero en ella lo que más me llamó la atención fue el enorme oso que me había comprado solo para mi. Era la primera vez que alguien me hacía un regalo. Le puse de nombre Miss Teddy Margot, el motivo ni si quiera yo lo tengo del todo claro. Ahora Teddy Margot está un poco rota, tiene varios parches por todo su cuerpo de oso, y un ojo improvisado con un botón negro. Pero aun así sigue siendo mi tesoro.

Pese a todo lo que decía la gente sobre los impulsos de Keigo, de que si fue un capricho o una situación pasajera. Ha demostrado que es el mejor padre del mundo, por lo menos para mi. No me dejó en ningún momento, ni siquiera cuando me diagnosticaron mi enfermedad, pese a que fuese una carga para un hombre tan joven que ni siquiera había acabado sus estudios. Él no se asustó, no empezó a mirarme como a un bicho raro como el resto del mundo. Es mi héroe, me sacó de el horrible castillo donde estaba encerrada con esas brujas. Todo era y sigue siendo como un cuento.

martes, 19 de abril de 2011

Lejana canción para violín.


Los sonidos de la ciudad llegaban a cualquier rincón de las calles de la misma inundando los oídos de los transeúntes que ni parecían percatarse de ellos. Cada uno en su mundo, como si una burbuja de cristal les rodease separándolos de las demás personas de su alrededor. Nadie conoce a nadie. Y por lo tanto nadie se preocupa por nadie. Cada uno en su mundo, cada uno en su vida. Se cruzaban unos con otros sin ni siquiera mirarse a los ojos.

Ichinose, un chico con una estatura bastante inferior de lo normal para su edad, correteaba por las calles intentando no chocarse con ninguno de los habitantes de las burbujas invisibles. Sus cabellos ondulados, arremolinados y castaños se movían al compás de sus pisadas levantándose y volviendo a bajar mientras que, por el contrario, sus ojos de color negro azabache estaban fijos mirando hacia el frente. Al girar rápidamente una de las numerosas esquinas un nuevo sonido llegó hasta él haciendo que la burbuja en la que estaba explotase. Parecía el único que se había percatado de la triste canción de un lejano y tímido violín. La carrera que Ichinose llevaba con afán se ralentizó acercándose al instrumento del que venía la música.

La melodía, que aparentemente era la novena de Beethoven, pasaba desapercibida entre las molestas pisadas de los “emburbujados”. Pero Osamu no desistía en su empeño. Las notas salían de el violín de modo armonioso y ordenado pero a nadie parecía importarle lo más mínimo. Solo de vez en cuando alguna ancianita echaba una moneda a la funda del instrumento.

-¿Hoy no es un buen día? -preguntó la aguda voz de Ichinose sentado en unas escaleras a un par de metros de distancia.
-I… Ichinose… ¿Qué haces tú aquí? -volvió a interrogar a modo de respuesta con un tono muy nervioso.
-Oírte tocar, ¿no es obvio? -siguió con una tercera pregunta el más bajito de los dos.
-Supongo…
-Pareces cansado. ¿Por qué no te sientas conmigo y te relajas un poco? Tengo bollos. -dijo sonriendo ampliamente . El chico de los cabellos cenizos no pudo negarse a ello y obedeció sin rechistar.
-Por favor no le digas a nadie lo que hago. -pidió en tono tímido guardando el violín en la funda.
-Toma, veras que buenísimos están. Llevan chocolate por dentro. Los hacen en la pastelería que hay cerca de mi casa y son los más deliciosos de la ciudad.
-¿Me estás escuchando?
-Sí, pero comete uno.
-Vale, vale. -volvió a acatar las ordenes.
-¿A que está rico? -siguió Ichinose con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sí… muy rico… muchas gracias, Ichinose.
-No hay de que. -concluyó poniendo cara pensativa. -¡Ah! Se me olvidaba. Por supuesto que no le diré a nadie que tocas aquí.
-Gracias de nuevo…
-Pero me gustaría saber por qué lo haces.
-Bueno, son asuntos personales.
-Ya, entiendo. Pero así es normal que la gente no se pare a escucharte.
-¡¿Cómo?!
-No te enfades. Quiero decir que el “Himno a la alegría” hay que tocarlo con… ¿Alegría?
-¿Y no lo hago?
-Claro que no. Solo hay que verte para saber que hay algo que te preocupa.
-Tienes razón… -respondió desviando la mirada a la nada.
-¿Si te compro otro pastelito te alegrarás?

A Osamu no le dio tiempo a contestar cuando el castaño ya había salido corriendo a por otros bollos para ambos. Ichinose siempre había resultado muy extraño a los ojos de los demás. Acudía al mismo conservatorio que Osamu, con la diferencia de que este en vez de tocar el violín era miembro del coro. La verdad es que tenía una voz de lo más agradable. Por eso era que cada poco tiempo llegaban solicitudes y becas para que fuese a estudiar canto, pero poco parecía importarle. Por algún motivo Ichinose prefería gastar su tiempo y talento en cantar en la calle junto al violinista amateur. Él tenía un don, un don que Osamu envidiaba, era capaz de trasmitir solo con su voz todo ese optimismo imprudente y esa pícara inocencia que le caracterizaban.

Poco a poco los dos fueron tomando confianzas el uno en el otro. Más de lo que Osamu se había imaginado que podría conocer a ese chico parlanchín alegre y algo descarado. Pero el menor sabía que algo seguía molestando a su nuevo amigo, y eso no le gustaba. Aunque intentase descubrirlo Osamu nunca parecía por la labor de contarle su secreto.

Una noche Ichinose se presentó sin avisar en la casa de Osamu. Cuando este abrió la puerta no pudo evitar dar un salto en el sitio al ver los ojos negros del chico enfrente de la puerta, sonriéndole ampliamente con cara traviesa. Y es que Osamu nunca la había dicho donde estaba situada su casa ni ninguna indicación de cómo llegar a ella. ¿Cómo lo había encontrado entonces?

-Hola. -saludó con total naturalidad.
-¿Qué… qué haces tú aquí? -habló Osamu entrecortadamente por la sorpresa.
-Pues venir a verte. ¿No es obvio? -respondió mirando en el interior del edificio. -¿No me vas a dejar pasar?
-No debería. Te acabas de auto invitar tú solo.
-No te enfades hombre, es que necesitaba hablar contigo. Ya sabes… en privado.
-¿Y no podías esperar a mañana por tarde? -replicó inútilmente puesto que el castaño ya había entrado en la casa y parecía querer explorarlo todo. El lugar donde vivía Osamu era muy pequeño y bastante antiguo. Faltaban muebles donde, según Ichinose, debía haberlos.
-¿Vives solo?
-No. Mi padre también vive en esta casa. Bueno pasa a mi cuarto. Si mi padre se entera de que he traído a alguien seguro que se molesta.
-Valla… ¿debe de tener mal humor?
-Sí, bastante. -contestó el chico cerrando la puerta tras de si.
-Uy, tu cama es muy blandita. -comentó sentándose sacando de una bola un par de bollos rellenos -¿Quieres? Los traje para ti.
-Gracias… ¿Y sobre que querías hablarme?
-Sobre lo que hacemos por las tardes y sobre el conservatorio.
-¿Tienes problemas por cantar en la calle?
-No, solo es que lo voy a dejar.
-Normal… -respondió en un hilillo decreciente de voz. -Es molesto cantar estar en la calle y más ahora que llega el mal tiempo.
-No, si lo que voy a dejar es el conservatorio.
-¡¿Qué?!
-Lo que has oído. Es mucho más divertido cantar en la calle mientras tu tocas el violín.
-¿Pero como te vas a ir? Tú eres muy bueno, las otras escuelas se matan por darte ofertas y becas.
-Ya, pero ya no tendré tiempo para eso. ¿Te puedo contar un secreto?
-Cla… claro…
-Desde pequeño me ha encantado la música. Y mi sueño era una locura, viajar por todo el mundo cantando y que gente de cualquier lugar me escuche, no me importaría ser no conocido solo que alguien me oiga, como cuando tocamos en la calle y la gente se para. Eso hace que me sienta muy bien. ¿A ti no?
-Si… la verdad es que se ha vuelto algo muy normal, incluso ha llegado a gustarme de verdad.
-Pues ven conmigo. -habló muy contento de escuchar eso de su amigo.
-¡¿Estás loco?! Yo no puedo.
-¿Por qué?
-Yo no soy como tú, tengo que trabajar muy duro para poder pagarlo todo.
-Pero tu no deberías de tener que pagártelo todo, todavía no tienes 20 años, aun eres menor de edad.
-Ya, pero si no lo hago yo no lo va hacer nadie. Tú no sabes nada.
-¡Y no lo sabré si no me lo dices!
-¿Decirte el qué? ¡Que mi padre pasa de mi y de la casa, como si no existiera que se gasta todos nuestro ahorros en sabe Dios que! ¿Quieres que te diga eso? ¡Pues eso lo que me pasa! ¡Me revienta que yo tenga que estar esforzándome para poder permanecer en el conservatorio y que halla personas como tú que no tienen que dejarse la piel y desaprovecha lo que tiene! ¡Eso es muy injusto!
-Lo sé, la vida es injusta.
-¡¿No sabes que el violín es mi vida?! ¡¿Entonces por qué eres tan egoísta?! ¡¿Por qué menosprecias a la gente que trabaja duro por conseguir lo que tu logras sin despeinarte?!
-Porque me muero. -Osamu se calló de golpe como si las palabras se hubiesen atascado en sus cuerdas bocales por la sorpresa que causó en él la respuesta. La cara seria de Ichinose parecía asustarle, nunca le había visto sin su sonrisa de oreja a oreja. -Me estoy muriendo, tengo cáncer.
-No… No, bromees así.
-Lo digo de verdad. Tengo cáncer de garganta. Me lo diagnosticaron no hace mucho.
-Pero… eso es imposible… -murmuró dejándose caer sobre la cama al lado de Ciñose -¿Y no se puede hacer nada?
-Los doctores dicen que podrían extirpármelo… pero…
-¿No podrías volver cantar?
-No… Por eso no se todavía que hacer. Solo pensar que tendré que abandonar lo que más me gusta en el mundo hace que me den unas horribles ganas de llorar... Pero no quiero morir. -habló desesperadamente dejando salir todo lo que sentía. -Osamu… Tengo mucho miedo… no quiero morirme… Había… había muchas cosas que quería hacer… Yo… tenía muchos sueños, pero ahora los tengo que dejar todos porque si no me moriré.
-¿Por qué no me dijiste esto antes? -preguntó abrazando fuertemente al menor de un modo protector.
-Porque… tú… parecías muy triste y no quería preocuparte… Pero el tumor ha crecido y me van a tener que operar antes de que se extienda. Yo tenía que decírtelo porque ya no podré cantar más contigo… Por eso te había preguntado si tu querías venir junto a mi a hacer mi locura. Porque yo quería hacerlo… antes de…
-¿Querías que viajase contigo?
-Sí… pero da lo mismo ya…
-¡¿Cómo que da lo mismo?!
-Porque si tú no vienes conmigo no tiene sentido que lo haga. En el fondo me da miedo hacerlo solo.
-Yo… -musitó intentando consolarlo en aquel momento tan doloroso pero no sabía que hacer. Le hubiese encantado decirle que iría con él pero era imposible no podía marcharse y dejarlo todo, aunque le hubiese encantado.
-No hace falta que te excuses. Si como su propio nombre indica es una locura. Bueno, tengo que marcharme ya. Nos veremos mañana.
-Claro… como todos los días. Te acompaño a la puerta.

Osamu miró a su amigo irse con su sonrisa como si aquella conversación nunca hubiera tenido lugar. El chico de los cabellos cenizos aquella noche no pudo conciliar el sueño. No paraba de dar vueltas en la cama pensando y repasando mentalmente todas y cada una de las palabras que Ichinose había pronunciado. Él estaba realmente enfermo y si no le operaban se moriría. De pronto la imagen de el rostro de Ichinose enmarcado por la madera de un ataúd le sobresaltó tanto que le hizo saltar del colchón. No, él no podía acabar así, él era fuerte y optimista, se supone que a la gente así las cosas le salen bien. ¿Por qué a Ichinose no? ¿Por qué él tenía que renunciar de ese modo a todo lo que quería? Él no podría vivir si le dijesen que no volvería a tocar el violín. Era cruel y horrible. Y por otro lado él, Osamu, ya no pensaba en sus problemas del mismo modo. Ya no parecí preocupado por cuanto se gastaría su padre aquella noche en vicios. Solo podía pensar en como ayudar a su amigo y al no encontrar respuesta solo se desesperaba más y más. No… ¡No! No podía perderle de ese modo. Las lágrimas salían de sus ojos y resbalaban por sus mejilla hasta caer en las sábanas.

Los días pasaron con una normalidad aterradora. Lo único que diferían unos de otros era que cada vez los ataques de tos o la ronquera de Ichinose iban empeorando. Pero el que parecía marchitarse lentamente era Osamu. Cuando los dos se quedaban en silencio a la media luz del día acabándose, sentados en un banco del parque, le mataba pensar que dentro de no mucho aquellos momentos mudos no iban a ser opcionales. Ese día era el último que pasaría junto a la voz del castaño. Y ninguno de los dos sabía que decir y el rubio cenizo lo necesitaba, necesitaba decirle todo lo que quería.

-¿Sabes? Mi padre a traer a vivir con su amante. He decidido que en verano, cuando cumpla los veinte, buscaré un trabajo y me iré . Ya no aguanto más ahí.-se atrevió a hablar rompiendo así la calma.
-¿Te vas a independizar? Eso es genial.
-Sí creo que a lo mejor mi padre se centra un poco si vive con su nueva mujer.
-¡Que bien! Me alegro mucho. -y tras esas palabras el silencio regresó.
-Sí, ya tengo ganas de hacerlo.
-Puedo decirte yo ahora una cosa. Estoy muy asustado. Tengo miedo de que la operación no sirva de nada… o de que algo salga mal. -confesó apoyándose en el hombro del rubio.
-Ichinose… ¿me cantarías otra canción?
-¿No has tenido suficientes canciones por hoy?
-No… es que no quiero que cantes… quiero que lo hagas para mi, para nadie más.
-Como quieras… -contestó dedicándole una de sus dulces sonrisas comenzando a entonar suavemente una melodía de su repertorio.

Entre todas cosas que no conté,
había algunas que de verdad te quería decir,
pero ya no tengo motivos reales para hacerlo.

Ahora lo único que me pregunto es:
¿Por qué no lo hice antes?

Los recuerdos son como montañas de polvo que se acumulan,
y que siempre vuelven a visitarme.

He olvidado ya como se dice su nombre,
puede que eso sea lo que me da más miedo.

Solo puedo seguir adelante en el presente, continuo.
Nada está cambiando pero día a día lo supero.
Y en algún lugar escucharé su voz de nuevo.
Pero solo podré dejarla ir.
Solo… Cof… Cof…

Comenzó a toser fuertemente llevándose la mano a la boca para no hacerlo encima de su amigo.
-¿Te encuentras bien, Ichinose?
-Sí… Cof… estoy bien… -contestó pese a que su tos aumentó a tales extremos que unas gotas de sangre se escaparon de su garganta por la fuerza.
-Vámonos. Te llevaré hasta tu casa. -le propuso mientras limpiaba las manchas rojas de la mano de su amigo con un pañuelo.
-No… Osamu… quiero estar contigo… todo el tiempo que pueda, mientras… tenga voz. -le pidió con ojos brillantes como si tuviesen una capa de esmalte.
-Yo también quiero estar junto a ti todo lo que sea posible. -respondió bramándolo fuertemente de un modo totalmente espontáneo. Tenía que decírselo, era hablar en ese momento o callar para siempre.
-Gra… gracias… Osamu… -musitó dejando que las gotitas de agua se escapasen de sus ojos negros.
-Ichinose… -empezó sosteniendo la carita del chico entre sus manos -Tú dijiste que querías hacer una locura conmigo ¿cierto?
-Sí, quería viajar por todo el mundo…
-Pues yo quiero hacer otra locura… Y solo puedes ser tú el que me acompañe, pase lo que pase mañana, eres tú… Lo que quiero decir es que…
-Shu… No necesitas hablar más… -susurró el castaño sellando sus labios con el dedo índice -Yo también quiero hacer esa locura, Osamu.

Luego solo apartó su delgado dedito para juntar su sonrisa con los todavía incrédulos labios de Osamu. Y aunque sonriese las lágrimas no paraban de salir de sus ojos mezcla de la amargura y felicidad. Su beso aun tenía cierto sabor metálico de la sangre, el rubio se esperaba que supiese a chocolate. Pero no era así. Y de todos modos para ambos fue uno de los mejores momentos que podían imaginar entre tanto daño que les hacía la vida. Ahora les rodeaba una burbuja, una esfera de cristal que les separaba del resto del mundo, solo necesitaban sentirse el uno al otro sin ni siquiera pensar en lo que podría pasar en el futuro. Solo tenían la certeza de que ocurriera lo que ocurriera no dejarían aquella vida que habían construido y que les envolvía.

viernes, 15 de octubre de 2010

La noche del quince de diciembre.


Aki creía en el destino. Sabía que existía, que el les había unido. Y también sabia que nunca podría olvidar aquella noche, por mucho que otros recuerdos intentaran remplazarla, aquella noche fue muy especial.

La noche del quince de diciembre de aquel año era desde luego heladora. Los copos de nieve caían desde el cielo lentamente como si fuesen pequeña plumas desprendida de las alas de un ángel. Aki, un niño que en esa ocasión no sobrepasaría los once años de cabellos canela y ojos casi ambarinos, los miraba embelesado y con la cara llena de ilusión deseando que a la mañana siguiente todo hubiese cuajado para salir a jugar con ella. Pero su padre, con el que había salido a comprar algo para la cena, no hacía más que quitarle sus ilusiones diciéndole que puesto que había llovido a cantaros durante toda la tarde no se iba a depositar bien. Cerró su paraguas verde y extendió su pequeña manita tapada por un guantecito atado a la manga del abrigo intentando coger alguno de esos fragmentos de nube.
Cuando se percató de que no era el único que estaba solo en aquella plaza desplazó su mirada color miel a otro niño más o menos de la misma edad que él. No pudo evitar que le llamara la atención, tal vez por sus cabellos blancos como la nieve que caía esa noche, tal vez sus tremendos ojos escarlata, o tal vez por la triste y desamparada expresión de su rostro. Allí estaba, como si de una estatua humana se tratase. La nieve se acumulaba encima de sus pequeños hombros y él seguía sin inmutarse como si se hubiera congelado.

-¡Aki! -exclamó el padre del aludido indicándole que ya era la hora de volver a casa.
-Voy papá. -contestó corriendo hacía él.
-No corras que te va a caer… -advirtió viendo divertido a su hijo y cociéndole de la mano para que no se despistara.
-Papá… -empezó el pequeño echando un vistazo al niño que habían dejado ya unos metros atrás -¿Qué hace ese niño?
-No lo sé, estará esperando a alguien. -contestó tirando suavemente de él para que siguiese andando.

Sí, esperaba a alguien, pero hasta unos años después Aki no lo entendería…

Ahora Aki, casi una década más tarde, velaba a ese mismo chico a los pies de su cama. Miraba como dormía tranquilamente con media cara hundida en la almohada con los labios entreabiertos dejando que sus delicados suspiros se escaparan entre ellos. Acarició tiernamente la sonrosada mejilla de Kunio y cuando este notó el roce de la mano de Aki inconcientemente estremeció y él, igual de involuntario, sonrió. Se sentía tan bien junto a Kunio. Le dio un suave beso en la comisura visible de sus labios algo amoratada, y al igual que con la caricia el albino se rebulló entre las sabanas blancas de su cama.

“Será mejor que me valla antes de que se despierte.” Pensó el castaño alejándose lentamente de la cama de su amigo con un extremo cuidado en sus movimientos para que el chico no se despertara. Se paró en el umbral de la puerta y volvió a girarse a él dedicándole otra silenciosa sonrisa, para luego cerrarla lo más despacio que podía.

El albino abrió los ojos pesadamente pestañeando varias veces para que la luz no le deslumbrara. Salió de su cuarto con los huesos aun doloridos encontrándose con el atareado Aki que estudiaba sumido en sus libros. Kunio se acercó a el castaño sentándose a su lado para dejar reposar su cabeza plateada en el hombro de él.

-Aki… lo siento. -susurró con un deje de amargura.
-Tú no tienes porqué disculparte, si eres la victima. -contestó el mayor en el mismo tono de voz.
-Pero es que siempre te meto en problemas… debo de ser muy molesto para ti.
-Si fueses mínimamente molesto ya te habría echado de una patada de mi casa. Pero no lo eres. Pero estás seguro que ahora te encuentras bien.
-Sí me encuentro muy bien… Hoy he dormido como un lirón.
-Me alegro… -concluyó Aki dedicándole de nuevo una delicada sonrisa -Tendrías que dejar ese trabajo.
-Sabes que no puedo dejarlo… te prometí que me esforzaría para poder pagar la mitad de los gastos de el piso… bastante tienes ya con tenerme aquí. -habló el chico de los cabellos plateados en un tono algo orgulloso.
-Pero hay más trabajos… podrías hacer uno por la mañana. Así no te encontrarías tan a menudo con esos subnormales crónicos.
-Te preocupas demasiado. Tú siempre vienes para que no me pase nada. Tampoco es que me tope con ellos todos los días.
-No, solo ayer… y la semana pasada… y la anterior… y la anterior a esa…
-Bueno, vale. Pero en cierto modo yo fui el que me lo busqué.
-¡No digas tonterías! ¡Cuando te pones cabezota no hay quien te aguante! -exclamó levantándose de la mesa camilla como si estuviese muy enfadado. Cuando notó la fría mano de Kunio tomando la suya le paró.
-Aki… -murmuró con una tímida sonrisa y sus mejillas blancas teñidas de un tenue rosa -Muchas gracias por ser mi amigo…
-¡Ah! ¡No me seas cursi! -se quejó alejándose de él con un falso enfado.

Kunio siempre había sido muy delicado, tanto en el aspecto de la salud como en el psicológico. Nunca se había sentido útil para nadie. Y eso se agravó más desde la desaparición de sus padres. Ellos tenían que irse aquella mañana del quince de diciembre en la que el albino estaba en el colegio. Cuando llegó a casa no estaban, y para colmo no tenía llaves para entrar en la casa. Esperó, esperó una, dos, tres, cinco, incluso nueve horas… en realidad no sabía cuanto estuvo ahí de pie. Esperando. Nunca pudo averiguar que es lo que les había pasado a sus padres. Y no solo eso tuvo que empezar a trabajar desde muy joven para ayudar a sus tíos que se encargaron de él cuando eso pasó. Siempre fue una molestia, para todos incluso ahora para Aki lo era. Aunque no lo dijera, pese a que no se quejara, lo era. Le hacía ir a buscarle todas las noches al bar donde trabajaba de camarero solo porque unos pandilleros la habían tomado con él y le daba miedo ir solo.

Seguro que en el fondo le odiaba…

Desde que se conocieron y se proclamaron “mejores amigos” habían estado juntos en todo momento. Aki le ayudó en todo lo que pudo y más, incluso cuando rompió la promesa de que ambos estudiarían literatura juntos para trabajar en ese antro de tres al cuarto. Incluso cuando tuvo su primera desilusión amorosa. Aki estuvo allí, ofreciéndole un hombro en el que llorar. Aki siempre estuvo allí, para todo. Se había malacostumbrado a eso. A que le regañara pese a que no estaba enfadado, a que le sonriese pese a que no estaba contento. A que todas esas noches sus manos se rozaran accidentalmente y acabaran entrelazándose también de modo espontáneo cuando nadie les veía. A que sus labios parecieran tener un misterioso magnetismo que les impulsaba a unirlos sin que fuesen concientes de ello. Sí, se había malacostumbrado.

Seguro que en el fondo le odiaba…

Porque todo el mundo lo hacía…

Kunio volvió a desviar la mirada al calendario que colgaba de la nevera por novena vez en esa tarde. Ya era día quince del mes más frío del año. Hacía diez años que su vida cambió tan radicalmente pasando de ser un niño consentido y enmadrado a uno depresivo y desamparado que solo servía para ser odiado. Diez años y todavía no estaba seguro el porqué de haberse quedado solo en la nieve.

-Estas muy serio… -susurró el castaño volviéndose a Kunio desde atrás.
-Es que estaba pensando… ya sabes… cuando mis padres me abandonaron. Debo de ser tonto… Llevo todo el día así.
-No eres tonto es normal estar triste, por mucho tiempo que pase. -siguió mientras se sentaba a su lado de nuevo en la mesa camilla al calor de la estufa. -Aunque es verdad que todos los años te pones muy moña.
-Lo sé, y sé que a ti no te gusta. -contestó el chico de los cabellos plateados mirándole con sus ojos escarlata intentando parecer alegres.
-Pues no, no me gusta verte triste. Deberías de sonreír, porque cuando sonríes estás mucho más guapo, porque estoy viendo que si no te me hechas pareja pronto no vas a dejar de estar con esa cara de mortadela. ¡Así no le vas a gustar a nadie!
-¿Y a ti te gusto? -preguntó sin previo aviso mirando fijamente sus ojos miel. Haciendo que Aki se sonrojase tremendamente.
-Cla… claro que me gustas… -respondió muy sorprendido.

De nuevo sin ningún motivo aparente los labios de Kunio volvieron a moverse pero esta vez no par pronunciar alguna palabra si no para pegarse torpe y nerviosamente a los de Aki. El castaño por el susto que le dio el albino no pudo evitar echarse para atrás dándose un sonoro golpe con uno de los muebla que había próximos a él

-¡Ah! -chilló al sentir el choque entre u cráneo y el armario.
-¿Estás bien Aki? Lo… lo siento. -se disculpó Kunio intentando ayudarle.
-Sí lo estoy… solo me sorprendiste.
-Menos mal… -murmuró él arrepintiéndose de lo que había hecho. -Será mejor que me valla… no quiero llegar tarde al trabajo.
-Cuando acabe de estudiar iré a buscarte.
-Vale… -concluyó mirándose ambos muy rojos, casi más que los ojos de Kunio. -Bueno luego nos vemos…

El albino salió por la puerta apresurado por la vergüenza que sentía en ese incomodo momento. Aki se quedó en la casa muy pensativo por lo espontáneo que había sido Kunio. El corazón le latía extrañamente deprisa como intentando bombear más sangre de la necesaria.

-¡Venga Aki! ¡Espabílate! ¡Mañana tienes un examen que aprobar! -se dijo así mismo para auto concienciarse.

Intentó concentrarse en sus libros durante un largo rato pero cada pocos segundos la imagen de Kunio volvía a su mente haciendo que olvidase todo lo que memorizaba. Ya empezaba a hacerse tarde, los ojos se le cerraban prácticamente solos. Poco a poco fue cayendo en los brazos de Morfeo hasta quedarse totalmente dormido sobre su cuaderno de notas.

Kunio esperaba pacientemente que llegase el castaño. Hacía frío y notaba como su blanca piel se teñía de rosa por ese mismo motivo. Ya pasaba media hora desde el momento que solían encontrarse a diario. Estaría estudiando y para colmo se había olvidado el móvil. El albino se dispuso a caminar él solo puesto que al estar hay de pie sentía que acabaría congelándose. Las calles de esa noche solo eran iluminadas por las luces anaranjadas de las farolas. Cada pocos pasos miraba hacía atrás para asegurarse que allí no había ni un alma vagando.

-Mira, si ha venido copito de nieve. -dijo una voz en las sombras en tono burlón.
-Sí, y hoy no está con su novio. -siguió otra igual de maliciosa.
-Por favor dejadme… -pidió el chico con voz tímida, cuando vio a tres hombres no mucho más mayores que él.
-¿Qué pasa es que habéis discutido? -habló esta vez el tercero mientras le arrinconaban en una de las paredes de la calle.
-Si no contestas entonces es que estamos en lo cierto, ¿no preciosa?. -volvió a tomar la palabra el primero que parecía ser el cabecilla agarrándole del mentón para que lo mirara.
-Seguro que está deseando montárselo con otro tío.
-Por favor basta ya…
-Mira que linda se pone cuando llora. Vamos a ser amables con la damita y hacer algo que a ella le guste aprovechando que no está su perro guardián. -continuó el jefe tirando de sus cabello incoloros para manejarle como si de un muñeco de trapo se tratase.

Kunio estaba asustado, casi lloraba del miedo que sentía, sus manos le temblaban como si tuviesen vida propia. Tenía que irse… escaparse como fuese de allí. Entre el miedo y la confusión su cuerpo se defendió dando un cabezazo a la nariz del agresor haciéndola sangrar y dándole tiempo a correr unos metros.

-¡Serás…! -se quejó el herido maleante tapándose la nariz para que dejase de chorrear. -¡¿Pero que hacéis?! ¡No dejéis que se escape!

Aki corría todo lo que sus piernas le permitían. Estaba preocupado por el albino. No tenía que haberse quedado dormido. Todavía tenia que estar allí esperándole. Seguía con su firme paso en dirección al bar cuando los sonidos lastimeros de la voz de Kunio hicieron que sus temerosos ojos se desviaran.

-A…Aki… -intentó pronunciar en tono dolido desde el suelo de la calle.
-¡Kunio! ¡Kunio! ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? -exclamó el castaño al ver a su amigo tirado lleno de golpes y manchado de su propia sangre.
-Esos… eso tipos me han pegado… yo traté de defenderme pero ellos eran tres… y… -dejó de explicar puesto que los ojos de Aki ya se habían horriblemente percatado de una profunda puñalada en el estómago de Kunio.
-¿Cómo han podido hacerte eso? -contestó atónito sin poder evitar que el miedo y el pánico comenzaran a apoderarse de él. Sacó rápido el teléfono del bolsillo de su abrigo comenzando a marcar. -Voy a llamar a una ambulancia… No te preocupes, te vas a poner bien…

Kunio se sentía bastante débil, tenía ganas de cerrar los ojos para tal vez no abrirlos. Mientras las manos de Aki acariciaban sus cabellos de modo protector.

-Ya está Kunio. ya vienen para acá. Ya no va a pasar nada. No tengas miedo. -susurró rodeando su cuerpecito blanco con sus brazos, apretando la herida para intentar cortar la hemorragia.
-Ten… tengo mucho sueño…
-No Kunio, no puedes dormirte. Háblame de algo, venga de lo que sea.
-A… Aki… yo siempre… he querido pedirte perdón por haber… por haber sido una carga para ti…
-Ni se te ocurra volver a decir eso. Además te vas a curar. -riñó el castaño notando como sus ojos se llenaban de lágrimas.
-Sí lo he sido… siempre he sido muy inútil…
-”Nadie es inútil si puede aligerar el peso de los hombros de sus semejantes”
-¿Di… Dickens?
-Sí… como mañana suspenda el examen será por tu culpa.
-Pu… pu… pues lo siento… -Kunio ya empezaba a tiritar descontroladamente como si le dieran contusiones intentando sonreír.
-No te preocupes, la ambulancia no puede tardar mucho.
-Aki… yo… yo… tenía que decirte… que te… agradezco… que siempre estés conmigo… yo… te quiero mucho…
-Y yo a ti Kunio, yo también te quiero. -correspondió siendo esta vez Aki el que rozó sus labios con los de Kunio tierna y suavemente en una mera caricia. Mientras que las gotas de agua se deslizaban por sus rostros veloces. Cuando el albino notó como un delicado copo de nieve se depositó en su frente derritiéndose al contacto con su piel.
-Mira… Aki… está nevando… -habló con la reparación entrecortada como si le hubiesen quitado todo el aire de los pulmones.
-Sí, como el día en que nos conocimos.
-Aki prométeme que mañana… después de tus clases… saldrás conmigo a jugar con la nieve.
-Claro que sí. -contestó con una triste y ficticia mirada alegre puesto que ambos sabían ya que aquello no iba a ser posible.
-Y… otra… otra cosa… no me sueltes… por favor… no me sueltes hasta el final… Ahora tengo mucho… mucho sueño… -finalizó cerrando apoyándose en Aki. -Nunca… nunca… olvides que te quiero…

Fue lo último que dijo antes de que sus labios se helaran completamente expulsando su último suspiro. Antes de que el color carmesí de sus ojos se fuera junto a la sangre que había perdido y que se esparcía por el suelo. Antes de que los desesperados gritos del castaño inundaran las oscuras calles del invierno. Antes de que todo se convirtiera en nieve y con ello se llevara un trozo del corazón de Aki con el latido final del de Kunio.

Antes de que el destino les separara la noche del quince de diciembre.

sábado, 28 de agosto de 2010

Las segundas oportunidades existen.


La voz de Yukio todavía resonaba en su cabeza pese a que este permanecía en un profundo sueño. Nobuo, un joven de unos diecinueve años de cabellos cobrizos, había perdido su mirada en la ahora placida expresión del rostro de su amigo. Las lagrimas ya se habían secado en los bordes de sus ojos turquesas, pero no porque no quisiera seguir llorando, sino porque ya se habían acabado casi por completo. La única alegría que podía sentir en ese momento era poder seguir oyendo el sonido del monitor mostrando cada normalizado latido del corazón de Yukio. Pero ese constante “pi” era camuflado por el aun vivo recuerdo del accidente, accidente del que todavía se culpaba una y otra vez. Vio como por el blanco rostro de su compañero corría apresurada una pequeña gotita de agua, Nobuo dio un pequeño respingo, casi como una diminuta señal de que iba a despertar. Acarició aquella suave piel para retirar la lagrima. Entró una de la enfermeras rompiéndole esa esperanza diciendo que Yukio no lloraba, que eso solo era una acumulación de líquidos en sus ojos. Y recomendándole que diera una vuelta, que saliera a tomar el aire… ya llevaba ahí encerrado más de dos horas. Ya había llegado el padre de Yukio, la verdad no le apetecía verle.

“-¡Tú, tú y tú! ¡Solo piensas en ti mismo!- exclamaba Yukio con sus ojos verde oliva llenos de rabia en los recuerdos de Nobuo.
-¿Yo? -contestó él con tono indignado sin despegar los ojos de la carretera. -Aquí solo hay un egoísta y ese no soy yo…
-¡Sí lo eres! ¡Ya sé que soy una molestia para todos pero tu eres un egoísta! ¡Si te incordio tanto, si me odias habérmelo dicho! -gritó Yukio enfurruñándose.
-¡¿Saber que es lo que me incordia?! ¡¿Sabes lo que odio?! -dijo Nobuo realmente enfadado mirando duramente a los de Yukio. -¡Odio esa pu..!

No pudo acabar la frase cuando un fuerte estruendo y sonidos de bocinas de otros coches les llevó a otro sitio. Fue todo tan rápido que no se percataron del choque, cuando quisieron darse cuenta ya estaban bocabajo dentro del coche destrozado. Nobuo sentía como corría la sangre por su frente y resto de su cara. Le dolía, le dolía tanto que no se había percatado de los desesperados gritos de Yukio. Cuando consiguió reaccionar ante la situación, lo primero que hizo fue desviar su borrosa mirada al asiento del copiloto. Vio al castaño intentando por todos los medios posibles salir de allí mientras gritaba frases y onomatopeyas inconexas.

-¡Yukio!- alcanzó a exclamar por fin en la realidad.

Nuevos sonidos llegaron al lugar esta vez eran sirenas de ambulancias y del coche de bomberos. Sintió como alguien tiraba de él con delicadeza pero firmemente sacándole del vehiculo.

-¡Yukio! -volvió a gritar al sentir como se alejaba de su amigo casi resistiéndose a ser salvado. -¡Yukio! ¡Yuki!
-¡Nobuo! ¡Ayúdame, por favor! ¡Me duele! ¡Me duele mucho la pierna! -lloraba el castaño con sus ojos verdes llenos de lagrimas y estirando el brazo para alcanzar a Nobuo.
-¡Yukio! -chilló en el mismo instante en el que le sacaban y le llevaban a una ambulancia mientras insistía con sus exclamaciones…”

Ya no le dolía tanto la cabeza… se la habían vendado tras darle algunos puntos en la brecha que se hizo. Pero parecía darle igual, en lo único que podía pensar en ese momento era en Yukio. Sin poder evitar volver a echarse a llorar al recordarle. Estaba fuera del cuarto donde dormía su amigo, apoyado en la puerta como si pretendiera evitar que nadie entrara o saliese, como si inconcientemente intentara protegerle. ¿De qué? El daño ya estaba echo… ya daba igual… el accidente ya había pasado… y todos sabemos que es imposible rebobinar el tiempo como se hace con la cinta de un radiocasete. Dicen que siempre hay una segunda oportunidad… ¡mentira!
***

Todo estaba oscuro, todo era silencio. Yukio parecía recuperar poco a poco la conciencia de sí mismo, ya podía pensar, pero aun así seguía sin ver ni escuchar nada solo sentía una extraña sensación de que algo no estaba bien. Miles de preguntas empezaron a rondar su todavía anestésicamente adormilado cerebro… ¿Qué a pasado? ¿Cómo a sido? ¿Dónde estoy? ¿Cuánto tiempo llevo así?… Y la más importante: ¿sigo vivo? Ya no sentía dolor, talvez ese era el primer síntoma de que iba a dejar el mundo de los vivos. ¿Y si ya lo había dejado? ¿Y si esa oscuridad y ese silencio es lo que hay después de la muerte? Derepente un terrible miedo se apoderó de su mente, él no quería morir… no todavía… No quería estar allí perdido todo lo que quedaba de eternidad.

“¡Despierta Yukio!” se dijo a si mismo intentando abrir los ojos. “¡Despiértate! ¡Despiértate!”

Finalmente sus ojos se abrieron rápidamente encontrándose con la molestas luces de colores que lentamente tomaron forma de objetos. Parecieron pasar un par de lentos segundos hasta que los sonidos regresaron a sus orejas. Quedando inmóvil con los ojos clavados en el techo ante su vuelta al mundo real. Estaba vivo… pero solo. Miró a un lado y a otro moviendo la cabeza en forma de negación, efectivamente su única compañía era el monitor que marcaba sus constantes, la bolsa que le administraba sangre y una silla de ruedas aparcada en una esquina. Volvió a mirar hacia arriba. Algo no iba como debería… Cerro los ojos y respiró lentamente relajando cada centímetro de su cuerpo… Algo estaba mal… Algo faltaba… Eso era, algo no estaba donde tenía que estar…

-¡Mi pierna! -exclamó incorporándose y quitándose la sabana de encima tan nervioso que sentía temblar el mundo entero para finalmente quedar hipnotizado por lo que vio, o mejor dicho por lo que no vio.

Su corazón latía cada vez más fuerte evitando que pudiese escuchar nada más, sus pulmones parecían querer pararse si él no los obligaba a seguir en funciona miento, sus pupilas se contraían, su labio inferior temblaba y su garganta quería gritar pero las palabras se atascaban una tras otra. No podía ser, simplemente se prohibió creer que aquello pudiera ser verdad, prefería pensar que seguía soñando pese a que en ese momento estaba más despierto que nunca. Su pierna izquierda… no estaba… no estaba… ¡no estaba! A partir de la rodilla allí no había absolutamente nada.

-¡Mi pierna! -volvió a chillar finalmente cuando se descongestionaron sus cuerdas vocales.

Nobuo escuchó aquel horrible y espeluznante grito por parte de Yukio que le hizo le moverse rápidamente, a él y alguno de los doctores que corrieron a ver que era lo que ocurría. Yukio estaba caído en el suelo junto al dispensador de sangre golpeando e insultando ferozmente la silla de ruedas como si ella tuviese la responsabilidad de su pierna.

-Yukio. -dijo el pelirrojo intentando levantar al recién despertado.
-¡No me toques! -ordenó nerviosamente el herido sacudiéndose de encima a Nobuo pero sin mirarle a la cara.
-Yukio… -murmuró desviando la mirada que volvía a humedecerse.
-Todo es por tu culpa… -respondió el aludido con un deje de amargura en su voz. -Aléjate de mi…

Nobuo hizo lo que aquella triste y agridulce voz le dijo mientras dos de los médicos le volvían a sentar en la cama. Nobuo no escuchaban ya lo que decían, era como si esos últimos susurros de Yukio le hubiesen dejado sordo. “Todo es por tu culpa…” “Aléjate de mi…” Solo le hubiese faltado rematar con un “Te odio…” Luego (él todavía abstraído del mundo) entró el padre del castaño casi en una carrera a ver a su hijo. Nobuo simplemente se giró y volvió a salir de la habitación, lentamente, como si quisiera que nadie se diera cuenta.

“Te odio…” imaginó de nuevo que le decía mientra se deslizaba por la pared hasta quedarse sentado en el frío suelo del pasillo. Escondió la cara en sus rodillas sin poder controlar las ganas de llorar que retornaban a sus ojos. Y ahí estuvo, no se podría calcular cuanto fue exactamente el tiempo que duró su silencioso llanto… solo sabía que para él fue una eternidad.

Después de eso él iba a visitarle todos los días y todos los días solo conseguía insultos y reproches por parte de Yukio y de su padre. A los que él repondia con un: “¡Está vivo! ¡Podría ser peor!” intentando ganarse su perdón. No se atrevió a volver… No quería verle… No quería oírle… Ya no le quería… ¿O sí? Todo le recordaba a él, cuando paseaba por cualquier sitio, viera a cualquier persona, Yukio le seguía como si fuera su sombra. Pasaban los días y los recuerdos del accidente no parecían dar señales de dejar aquel acoso y derribo contra él.

Unas semanas después… talvez algunos días más encontró a uno de los antiguos amigos de Yukio, ni siquiera le saludó al pasar por su lado… otro vio al padre del que era su compañero, este por lo menos le echó una mirada heladora… Todos le odiaban, no solo Yukio, todo el mundo parecía guardarle un rencor, él mismo empezaba a odiarse. Pero una de esos días, de una de esas tardes no encontró a un amigo, no encontró al padre, encontró a Yukio. Miraba triste y melancólicamente por un mirador mientras los anaranjados reflejos del sol del atardecer le teñían de esos mismos tonos dorados, sentado en la misma silla que quería destrozar. Se acercó silenciosamente hasta ponerse casi detrás suyo.

-Nobuo… Perdóname por favor… -musitó tímidamente como si no quisiera ser oído pero lo suficientemente alto como para que lo hiciera. -Fui muy cruel contigo…

Nobuo no contestó, una contradicción aparecía en su mente, una parte de él no podía perdonarle tan fácilmente pero la otra deseaba hacerlo.

-Si no lo haces lo entenderé… -siguió cuando una pequeña lagrima rodaba por su pálida carita. -Pero solo quería que supieras que no es culpa tuya… si yo no hubiese insistido en ir contigo sin pedir permiso… si no te hubiese gritado… Perdóname…

El pelirrojo acarició la mano de su amigo suavemente, solo escuchándole, dándole una segunda oportunidad para explicarse…

-Perdóname por haberte dicho todas esas cosas tan horribles, no quiero que te vallas de nuevo… -Yukio empezó a apretar fuertemente los ojos como si así fuera a evitar echarse a llorar. -Me he quedado muy solo… el otro día vinieron aquellos a los que consideraba amigos a decirme que ellos no podía ayudarme… que les agobiaba tenerme allí y les coartaba la libertad… Justo cuando les necesitaba más… Estoy siendo tan patético… Pensaras que soy lo peor, primero te trato como un estorbo y ahora que estoy solo me arrastro para pedirte perdón… Me da asco hasta a mi mismo. Pero no podía seguir sin decirte lo mucho que me arrepiento de haberte echado así de mi vida… A ti que fuiste el único que se preocupó por mí y a la que peor he tratado, al único que no dio asco verme sin pierna… Perdóname… te lo suplico… no vuelvas a ser mi amigo si no quieres, ódiame, pero por favor perdóname.

-Yukio… -susurró Nobuo poniéndose enfrente de la silla secándole de nuevo las lagrimas con el reverso de la mano -Yo ya te he perdonado… desde el momento que volviste a llamarme por mi nombre… Gracias por hacerlo tú. Nunca podría odiarte, ni nunca me parecerás patético. Yukio, no he parado de preocuparme por ti, por eso no volví a verte porque creí que eso solo te hacía más daño. Perdóname a mi por haberte dejado solo cuando me necesitabas. No lo volveré a hacer. -contestó con una amplia y dulce sonrisa que lo decía todo.

-Nobuo…
-No digas nada… -murmuró sellándole los labios con el dedo índice -Solo contéstame, ¿me das una segunda oportunidad? -El castaño afirmó con un ligero movimiento de cabeza mirándole fijamente como si estuviese hipnotizado.
-Gracias… -alcanzó a decir echándose para adelante abrazándole suavemente.
-Yukio, eres lo más importante que tengo en mi vida. Me alegro tanto de que ya no me odies.
-Yo nunca te dije que te odiara. Eso te lo inventaste tú. -río dulcemente sin deshacer el abrazo.
-Yukio, te quiero. -susurró al oído del castaño que se despegó para mirarle a los ojos a sabiendas de lo ruborizado que estaba.
-Y yo a ti. -contestó en el mismo tono casi imperceptible y dulce de voz que salía de entre sus labios.
Para luego solo juntarlos con los de Nobuo en un simple y avergonzado gesto. Con el que se daban una mutua segunda oportunidad.

miércoles, 7 de abril de 2010

Estupido san Valentín

Kumiko miraba aun lado y a otro de la calle con sus nerviosos ojos verdes. Examinaba a la gente que pasaba por delante suya como si quisiera hacer un escaneado de cada uno. Suspiró lo mas lenta y pesadamente que sus pulmones le permitían.

-Estúpido San Valentín, invento de comerciantes avariciosos. -masculló entre dientes
procurando que ninguna de las parejas que caminaban frente a ella la escucharan.

Clavó la mirada al otro la pared de la calle opuesta. Definitivamente odiaba aquella fiesta. Sin darse cuenta empezó a recordar como había llegado a esa problemática situación. Se imaginó a si misma mirando fijamente aquel par de par de papeletas decoradas por un dibujo de una patinadora. Ella no esperaba ganar, ni siquiera le interesaba hacerlo, pero gano ese tonto concurso de cartas de amor propuesto por el instituto. Estaba sentada calmadamente en su solitario pupitre cuando una voz chillona hizo que desviara la mirada de las entradas. Una chica rubia de aspecto infantilla acribillaba con cara acusadora.

-¡Ni se te ocurra invitar a Light-kun! Él es mío
-No pensaba hacerlo. -contestó Kumiko con tono de indiferencia.
“Estúpida Misa… ¿Que se creerá? Ni que Yagami fuera el ombligo del universo y todas debemos adorarle.” Pensó para si misma echándola una mirada heladora.
-Déjala que le invite si quiere, mujer. -siguió otra joven de cabello moreno bastante corto -Es la mejor opción. De todos modos no tenéis ninguna oportunidad.
“¡Bueno… la otra boba!” volvió a decir mentalmente “Como si no hubiera mas chicos interesantes en la faz de la Tierra. A veces me dan ganas de quemarlas a las dos a lo bonzo.”
-¡Ya, pero a mi me da celos! -chilló molestamente la rubia.
-¿Y a quien va a invitar si no?
“¡Esto ya pasa de castaño oscuro!” Y sin pararse a pensarlo Kumiko se levantó estrepitosamente y se dirigió a la mesa de un compañero de pelo negro tremendamente alborotado. Con un sonoro golpe plantó las entradas delante del joven bajo los atónitos ojos de toda la clase, salvo los negros del único que le importaba lo que pasaba.
-El día catorce a las cinco. Te espero en la entrada de la pista de hielo. -sentencio sin previo aviso.
-Seré puntual. -contestó sin despegar la mirada del libro que sujetaba con la punta de los dedos.

Suspiró de nuevo. Ya eran las cinco y diez pasadas… Seguro que no acudiría a la cita. ¿Por qué lo iba a hacer? Ella ni siquiera era interesante… Sintió como una mano se posaba en su hombro antes, de que le diera tiempo a girar la cabeza ya suponía de quien era.
-Hola. -saludo el chico con su animo característico.
-Ho… Hola Ryuzaki. -contestó procurando que no se notara el tartamudeo que salía de su voz. Le miro de arriba bajo, ni se había molestado en ponerse mono para salir con ella. No sabia de que se extrañaba lo raro era que lo hubiera echo.
“Pero hay que ver lo bien que le quedan los vaqueros.” pensó notando como ponía cara de tonta.
-¿Pasamos o esas entradas solo nos dejan llegar a la entrada?
-Pasamos… pasamos.

Entraron a un hall bastante amplio. Las paredes estaban decoradas con diversos pósters que anunciaban las distintas actividades que se realizaban y como no, la decoración rosada del día de los enamorados. Ambos se acercaron a el tablón donde se aclaraban los horarios.

-Parece que aun queda media hora para que abran. -inquirió Ryuzaki mirando fijamente el cartel.
-Valla, yo estaba convencida de que lo hacían a las cinco.
-Será que tendrán ensayos o algo por el estilo, como hoy es San Valentín… Si quieres esperamos en la cafetería hasta que abran.
-Vale. -contestó ella uniendo el dicho con el hecho.

En el café de la planta tras las escaleras no era demasiado amplia pero aun así se concentraban tiernas parejitas que esperaban que las puertas de la pista se abrieran para ellos. Kumiko calló en la cuenta de que así vistos, ella y Ryuzaki casi parecían una más, y eso la puso bastante nerviosa. Desde la mesa en la que, con algún que otro esfuerzo habían conseguido, se podía ver el arduo ensayo que mantenían un par de patinadores que se preparaban para alguna exhibición. Daban grandes y llamativas piruetas para aterrizar totalmente verticales sobre el blanco hielo.

-Como me gustaría patinar así… -dijo la chica mirando con cara de ilusión el espectáculo.
-¿Sabes patinar? -preguntó el Ryuzaki clavando sus ojos negros en Kumiko mientras se sentaba de cuclillas sobre la silla. Ella ya estaba acostumbrada a verle así sentado, por lo que no dijo nada al respecto.
-La verdad es que esta va ha ser la primera vez que lo haga. -contestó dándose un pequeño golpe en la cabeza.
-Seguro que hoy viene un montón de gente.
-Si las parejitas pesadas que se piensan que por ser hoy se van a querer más.
-¿No te gusta San Valentín?
-Ni un poquito. Tantos enamorados me suben demasiado el azúcar.
-Será que tienes envidia de que tu no tienes novio. -río el joven moreno divertido por la expresión de vergüenza de la chica.
-No es eso, pero me pone mala que las parejas te miren como si fueras un bicho raro por no estar tú enamorado. ¿Y a ti te gusta?
-No, porque tengo envidia. -confesó con total naturalidad -Mira vamos ha hacer una cosa…
-¿El qué?
-Vamos a fingir que tú y yo somos novios…
-¡¿Pero que dices?! -chilló la chica sintiendo que sus mejillas ardían por la sangre de más que había llegado.
-Como un juego, decimos que somos novios y así a ti no te miran raro y yo no tengo envidia. ¿No te parece buena idea?
-Sí… digo no… bueno tal vez…
-Pues entonces sí, no hay más que hablar. Vámonos antes de que abran, así tenemos mas tiempo sin demasiada gente. -concluyó levantándose de la silla. Ella hizo lo mismo para seguirle hasta la entrada todavía sorprendida por ese extraño juego.

Una vez ya en la blanca y helada pista de hielo Ryuzaki se movía ágilmente como si andará por el terreno más sencillo del mundo sin ni siquiera sacar las manos de los bolsillos. Mientras que la torpe Kumiko no era capaz de separarse se de la valla ni un centímetro. El joven la miró con una penetrante mirada, como pensando algo y girando el cuello cual búho.
-¿Usas un cuarenta? Menudo pie para ser tan bajita.
-¿No crees que un “¿Quieres que te ayude?” me vendría mejor? Se supone que somos novios.
-Vale… -se acercó cociéndola de la mano obligándola a soltarse de la barra.
-¡Espera, espera! ¡Qué me matooo! -exclamó cuando ya se había caído quedándose enganchada a el para evitar el golpe.
-Valla, te has tomado muy enserio lo de ser mi novia. Te dejo un segundo y ya te me has abrazado como un koala.
-Es que me caigo… -se volvió a quejar Kumiko.
-Venga yo te enseño. -dijo volviendo a separarse de ella.

La tarde se les paso en un abrir y cerrar de ojos, en cuanto quisieron darse cuenta una voz por megafonía anunciaba el cierre de las pistas hasta el día anterior. Ryuzaki había conseguido que Kumiko llegara a patinar más o menos decentemente, no sin antes llevarse una torcedura en la muñeca como recuerdo a casa. Antes de salir el chico pasó por la cafetería u pidió un par de chocolates calientes para él y la chica. Después de esto se sentó, como siempre en su habitual postura, a su lado en un banco de madera. Ya no llevaban los patines.

-Toma Kumi-chan. Debes de haberte enfriado con esa mini ropa que llevas.
-¿Kumi-chan?
-¿No te gusta que te llame así?
-Sí, llámame como quieras no me importa.
-Vale Chica koala.
-¡Eh!
-Acabas de decir que no te importa como te llamara…
-Pero una cosa es llamarme Kumi y otra “chica koala”. -se quedaron unos segundos en silencio, que tendría que hacer Kumiko, ¿y si se atrevía a decirle algo? -Ahora me siento muy rara andando normal, al quitarme los patines es como si hubiera encogido. -“¿¡Pero que tontería estoy diciendo?!
-¿Te duele mucho?
-Un poco… Pero nos lo hemos pasado muy bien.
-Sí, deberíamos volver ha hacerlo más a menudo.
-Tienes razón, esto de patinar es muy divertido.
-Yo no hablo de patinar.
-¿Entonces que dices?
-Que tendríamos que fingir que somos novios.

Kumiko volvió a notar que sus sienes transportaban mas sangre de la debida. Al darse cuenta Ryuzaki no pudo evitar esbozar una sonrisa. Lentamente se levantó poniéndose delante de la joven, tomó su pequeña mano vendada y posó en ella un suave y delicado beso como si fuera uno de esos caballeros de las películas de época. Kumiko se quedó sin reaccionar parecía haber muerto en el acto.
-Bueno, nos vemos mañana, koalita.
Dicho esto se empezó a alejar del banco para marcharse a su casa. Pero antes de perderse tras alguna esquina escucho como Kumiko se levantaba rápidamente y se acercaba al moreno.
-¿Te viene bien que empecemos mañana? -preguntó el chico desde su posición.
-¿Y porque no mejor ahora mismo? -contestó ella, arpándose bastante para chocar sus labios con los de Ryuzaki.

Estúpido San Valentín…

domingo, 28 de marzo de 2010

Lo que se hace con un muñeco roto.


Chiaki se giró sobre si mismo velozmente deseoso de que su mirada se cruzara de nuevo con la de Satoshi. Miró por la ventana y sonrió ampliamente al verle sentado como todas las mañanas enfrente de su portátil, intentando convertirse en una revolución en el mundo de los escritores. Se le veía tan afanoso en su trabajo incluso cuando solo se dedicaba a mirar la hoja en blanco sin saber que más escribir para conseguir mantener la intriga en su novela negra.
El joven de extraño color rubio casi verdoso abrió la ventana sentándose en el alfeizar, con todo el cuidado del mundo para no caerse. Satoshi le vio hacerlo desde el otro lado del cristal, como todas las mañanas desde que le conocía. Abrió la ventana para hablar con su vecino.

-¿Qué tal estás? Pareces bajo de inspiración hoy. -saludó Chiaki adelantándose a las palabras del joven moreno.
-Bien, pero tienes razón últimamente no se me ocurre nada decente que escribir. ¿Y tu como te encuentras? -contestó con un marcado tono de preocupación en su agradable voz.
-Mejor… ya no me duele tanto como ayer. -musitó acariciando su propio tobillo que parecía amoratado.
-Esto no puede seguir así, Chiaki un día te va ha matar.
-No exageres hombre. Tampoco es para tanto ya sabes que yo soy muy torpe, me lo merecía.
-¡No digas estupideces! ¿Cómo te lo vas a merecer?
-Soy tonto, me merecía que me castigara.
-¡Te tiró por las escaleras! ¡No ves que si no llegas a agarrarte a la barandilla te mata!
-Pero no me pasó nada… -murmuro cada vez más apenado.
-Sabes que puedes llorar… -hablo él mirando a otro lado.
-No, no puedo si lo hago seré todavía más tonto.
-No eres tonto.
-Si lo soy. Si no lo fuera no me ocurrirían cosas como esta. Si fuera una buen marido para Mashiro él no tendría que castigarme.

Haría seis meses que se conocían, cuando Satoshi se trasladó desde Shibuya a Tokio para trabajar de escritor. Entonces Chiaki parecía feliz, aunque él siempre sonreía, por lo que no sabía a ciencia cierta durante cuanto tiempo tuvo que soportar los maltratos de su marido Mashiro. Ellos siempre hablaban mientras trabajaba delante de su portatil y siempre conseguía hacerle olvidar el estrés. Chiaki era muy divertido y amable con el Satoshi, se había mal acostumbrado a sus mañaneras presencias… Tal vez demasiado. Sabia que él llevaba una carga gigantesca sobre sus delicados hombros, y aun así sonreía alegre como si nada de lo que fuera a pasar esa misma noche importara. Todo el mundo sabe que a los niños se les dice que por las noches llegan los monstruos y puede que no sea del todo mentira por lo menos a la casa de los Mayama siempre llegaba Mashiro. Los gritos de Chiaki se podían oír desde su habitación como si estuviera en la contigua, y él no sabía que hacer para que pararan, eso era lo que de verdad le mataba. Solo cerraba sus ojos verdes lo más fuerte que la piel de sus parpados le permitían deseando que al volver a abrirlos desaparecieran como si nunca hubieran existido. Pero era conciente que eso no servia de nada y que a la noche siguiente regresarían, para atormentarle recriminando su tremenda impotencia. Y aun así… sonreía… todas las noches antes de que él apagara la luz le regalaba una dulce mirada deseándole dulces sueños entre todas las lagrimas que se escapaban de sus ojos azules. Su corazón estaba partido por la mitad, uno de los fragmentos se alegraba de haberle conocido, de compartir los días con él, pero para el otro aquel cariño que sentía hacia su vecino no era más que una maldición y una tortura.

-Sabes una cosa… -hablo Chiaki sacándole así de sus pensamientos. -Yo quería ser científico. Pero cuando Mashiro se casó conmigo me obligo a que me olvidara del tema. De pequeño leí “El origen de las especies” de Darwin y me enamoré de la ciencia.
-Una pena a lo mejor ahora serias un importante investigador.
-Si… y mira lo que tengo que aguantar, creo que hubiera preferido nacer mujer. Así nadie podría negarme que esto es maltrato.
-Te entiendo… no es justo que nadie haga nada por evitarlo.

La noche cayó sobre las calles de Tokio. Mashiro abrió la puerta de la casa donde vivía junto a Chiaki. Parecía molesto con este, más que de costumbre. Al pasar por su lado lo miró con la mirada más despectiva que podía dedicarle. El rubito se dio cuenta y decidió guardar silencio como solía hacer cuando estaba con él.

-¡Chiaki! -apeló bruscamente al joven.
-Di… dime Mashiro. -contestó el aludido con un asustado hilo de voz.
-¿Sabes que me han dicho los vecinos que te dedicas a hacer todas las mañanas en cuanto salgo por esa puerta?
-¿El… el que? Yo hago todo lo que me dices…
-¡No me mientas Chiaki! ¡¿Es verdad que te dedicas a coquetear con el vecino todas las mañanas?!
-¡No… no es verdad! ¡Yo no coqueteo con él!
-¡Valla que si te ves con ese!
-¡Solo somos amigos!
-¡Mentira! -gritó con todas sus fuerzas. Agarró el pelo rubio de Chiaki y le empujó contra la pared aplastándole contra ella. -Ya sabia yo que tu no eras mas que un perro estupido.
-De verdad Mashiro, te juro que no hay nada entre Satoshi y yo.
-Así que el otro perro se llama Satoshi.

Los gritos ya podían empezar a oírse desde el cuarto del aludido. Odiaba a ese hombre con todas sus fuerzas, tanto que más de una vez había deseado mandarle al otro mundo de un balazo en la sien. Aquello no podía continuar quería que hacer algo por Chiaki, es más tenía que hacerlo, si no ninguno de los dos aguantaría mucho más sin enloquecer.

***
El sonido de unos golpes en la puerta despertaron a Chiaki de su corto sueño. Todavía tenía las lagrimas secas pegadas a lo largo de su rostro. Se vistió lo más rápido que pudo para atender a la visita. Ya era tarde, apenas había dormido un par de horas pues estuvo toda la noche sin parar de llorar. Mashiro ya se había marchado.

Al abrir la puerta se encontró con los decididos ojos verdes de Satoshi. Este le miró durante un segundo para luego estrecharle entre sus brazos lo más fuerte que pudo, sin ni siquiera dejarle reaccionar a su llegada.

-Ya está… ya está… todo va a ir bien… -susurraba mientras acariciaba sus alborotados cabellos dorados.

Chiaki de repente se sintió bien, tan bien que no recordaba cuando fue la última vez que se sintió así de seguro. Sin darse cuenta de lo que hacía devolvió el abrazo ni siquiera pensando en lo que le pasaría si alguien les viera. El joven volvió a empezar a llorar aliviado de que él estuviera allí. Lloró un minuto… tres… cinco… diez… talvez hasta quince… lloró hasta que sus ojos no fueron capaces de fabricar más lagrimas.

-¿Estás ya mejor? -murmuró Satoshi en un susurro.
-Sí ya estoy mejor… muchas gracias. Pero tienes que irte si alguien nos ve no se que te podría hacer Mashiro.
-Mashiro no nos va a hacer nada… Ni a ti ni a mí, nunca más te hará daño. -consoló el escritor en tono tranquilizador.
-¿Como puedes estar tan seguro?
-Porque tu vienes conmigo a un lugar lejos de él. Te llevaré a Osaka ahí vive mi prima, ella nos puede ayudar.
-¿Pero de que hablas, como me voy a ir a Osaka? ¿Estás loco? ¿Y mis cosas? ¿Cómo me voy a marchar así como así? Puede que a ti todo te resulte muy fácil pero… pero… -a medida que hablaba sentía más ganas de recaer en sus lagrimas al darse cuenta de que en esa ciudad no le quedaba nada que le retuviera. -Vámonos… por favor.
-Hoy pasaremos la noche en un hotel mañana vendrá a buscarnos. Todo nos va ha salir bien te lo prometo. Mi muñequito roto. -concluyó volviéndole a abrazar.

Unas horas después, ya habiendo anochecido, caminaban por un viejo parque donde ni un alma parecía pasear por sus angostos caminos. Ya se instalaron en un hotel y simplemente paseaban para calmarse. Todavía no habían dejado Tokio pero creían ya estar lo suficientemente alejados por lo que difícilmente les encontrarían. Chiaki solo había cogido algunas prendas para poder cambiarse, no podía negar que abandonar así todas sus pertenencias le dolía. Satoshi había echo lo mismo y además rescató su querido portatil.

-¿Qué hará ahora Mashiro? Ya debe de haber visto que no estoy. -murmuró sentándose en un antiguo y de aspecto oxidado banco de hierro.
-No te preocupes, es imposible que sepa donde estamos, yo no le he dicho nada a nadie salvo a mi prima donde estábamos, y ella está en Osaka. -tranquilizó sentándose a su lado.
-Estas loco… -musitó con una sonrisa.
-Lo sé, todo el mundo suele decírmelo.
-¿Por qué haces esto?
-Si te digo la verdad, no lo sé. Puede que solo sea egoísmo. No aguantaba oírte pasarlo tan mal. ¿Por qué te casaste con ese hombre tan horrible?
-Por conveniencia, la que tendría que haberse casado con él era mi hermana mayor pero como ella murió lo hice yo. Esto suena muy raro, pero es así creo que a él con quedarse con el negocio de mi familia todo le valía. Me engaño. Y yo que era un crio tonto al que nadie quiere porque es feo y torpe me lo creí.
-Tu no eres feo ni torpe sino no serias capaz de sentarte en el alfeizar sin caerte.
-Ya… pero es solo dices tu que me ves con buenos ojos.
-¿Y tus padres?
-Murieron poco después de que me casara. Estoy totalmente solo como ves.
-Ya no, te he dicho que te vienes conmigo.
-Muchas gracias, eres el único que se ha preocupado por mi. Sabes… creo que Mashiro tenía un poco de razón.
-¡¿Cómo que tenia razón?!
-Si porque él decía que me había enamorado de ti y creo que es verdad. -Ambos guardaron unos segundos de silencio sin saber que decir. Sus miradas se cruzaron clavándose la una en la otra como si el tiempo se hubiera detenido en ese mismo momento.
-Te quiero… te quiero muchísimo. -susurró Satoshi casi imperceptiblemente. Ambos empezaron acercar sus labios al mismo tiempo que cerraban sus ojos como si quisieran abstraerse del mundo real perdiéndose en la acompasada respiración del otro.

Acabaron de juntarlos para fundirse en un único beso, dulce y largo casi sin respirar, no querían separarse por miedo a no ser capaces de reaccionar cuando todo terminara. De los ojos del joven Chiaki empezaron a brotar unos suaves ríos de lagrimas, talvez por miedo aun a lo que iba a pasar si su marido sabía lo que hacia en esos momentos. Y talvez por mentar al diablo o simple casualidad los famosos chillidos de Mashiro salieron de entre la profunda y silenciosa oscuridad del parque.

-¡Chiaki! -exclamó acercándose amenazante a la pareja. -Maldito hijo de…
-¡Déjale! -grito el moreno poniéndose como barrera para el chico.
-Déjalo tu, por si no lo sabes es mío. -dijo agarrándolo del pelo, moviéndolo como si se tratara de un juguete. él no parecía atreverse a decir nada y solo se quejaba.
-¡No, es tuyo! ¡No es un muñeco y tu no tienes derecho a dañarle!
-Si lo es, es un muñeca feo y roto que no sirve para nada, y eso es lo que se hace con un muñeco roto.
-Por favor Satoshi… -susurró Chiaki entre lágrimas. -déjalo estar, no pasa nada.
-Así me gusta querido, ahora vámonos. -contestó él haciendo un ademán de irse con su pareja.

El moreno cada vez se sentía más furioso y mal en todos los sentidos. Tanto que le parecía que se iba a deshacer en gotas de agua que pretendían salirse de sus ojos. Tanto que sus impulsos eran más fue él. Apretó sus manos fuertemente, si hubiese tenido las uñas un poco más largas se habría echo sangre. Corrió un par de pasos para golpearle con todas sus fuerzas, necesitaba hacerlo. Pero justo antes de hacerlo Mashiro sacó una pistola de acero plateado apuntando al moreno, advirtiéndole así que no se acercara ni un centímetro.

-Da un paso más y te vuelo la tapadera de los sesos, mono.
-¡Por favor Mashiro, no le hagas daño! ¡Te lo suplico! -pidió el joven ya no pudiendo aguantar más esa escena. Apartándole mano de su marido para que no apuntara donde deseaba.
-Tu a callar, sino quieres que también te mate a ti.
-¡Pues mátame a mi! ¡Tú ya has conseguido de mi lo que querías, ya tienes el negocio de mi familia, yo ya te doy lo mismo! Pero no le hagas daño a él.
-¡Chiaki, no le digas eso que es capaz de matarte de verdad! -chilló él intentando que se callara.
-¡Ya lo se! -afirmó Chiaki con la cara completamente mojada por el miedo. -¿Cómo no lo voy a saber, si siempre me maltrata, si tengo el cuerpo lleno de moratones, si todas las noches dudo si realmente estoy vivo o si he muerto y esto es el infierno? Ya me lo ha arrebatado todo, si me quita el único consuelo que me queda en el mundo me moriré de todos modos. Prefiero que me mate ahora antes que ver como lo hace contigo.
-¡Bravo! -exclamó el castaño en tono irónico queriendo burlarse de él. -Muy bonito Chiaki-chan. Pues si eso es lo que quieres. Tus deseos son ordenes.

Pegó un empujón al chico tirándola al suelo. Todo fue muy rápido. Un gesto, un sonido, sangre, gritos, miedo, y finalmente oscuridad, casi ni tiempo al dolor. A Chiaki solo le dio los justos segundos para desear que la teoría del espacio tiempo no fuera cierta y no le tocara volver a vivir esa misma vida de nuevo y decirle adiós a la única persona que echaría de menos si su deseo se cumplía.

Ni un segundo había pasado, o eso le había parecido, cuando oyó una voz que lo llamaba, con un tono que mezclaba la alegría y la amargura en una extraña proporción. A lo mejor era su hermana que la buscaba. La voz se hizo un poco más clara haciendo que descartara la idea, ya que era masculina. Se vio con las suficientes fuerzas como para abrir los ojos. Lentamente lo fue haciendo las retinas parecieron escocerle hasta que se acostumbraron a la luz. Por un segundo solo vio manchas de color carbón y verde esmeralda.

-Chiaki… -susurraron aquellos puntos de colores que poco a poco fueron tomando forma.
-¿Dónde estoy? -murmuró en un hilo de voz, cerrando fuertemente de nuevo los ojos para que el escozor desapareciera antes.
-Estás bien, estás en un hospital. -contestó el joven escritor sin atinar demasiado con las palabras que quería decirle, solo le abrazo lo más fuerte que pudo queriendo evitar que se alejara de él de nuevo.
-¿Estoy… estoy vivo? -preguntó devolviéndole el abrazo sin acabar de estar seguro.
-Sí, es un milagro, no te imaginas el miedo que he pasado. Llevas tres días sin despertar. Los médicos dicen que a lo mejor te queda una cicatriz, pero estás bien.
-Estoy acostumbrado a las cicatrices, una más no me traumatizará he tenido suerte. ¿Y Mashiro? -volvió a cuestionar mientras ambos se incorporaban.
-No te volverá a molestar, ahora si te lo puedo asegurar. Chiaki prefirió no preguntar cómo estaba tan seguro, era mejor quedarse con la duda y seguir viéndole como a un héroe. -Has sido muy valiente, Chiaki, más que muchos otros.
-¿Ahora me llevarás a Osaka? -sonrío alegre de estar con él los dos vivos.
-Solo si tu quieres. -contestó dulcemente.
-Dime ¿Qué haces tú con las muñecos rotos y feas que no sirven para nada?
-No lo sé, nunca he tenido uno, y por supuesto, tú estarás roto pero para nada eres feo, ni sirves para nada. Y a las muñecos rotos hay que arreglarlos, no romperlas más como hacen otros.
-Me parece bien… ¿Sabes una cosa? -murmuró apoyando la frente en su hombro abrazándole del talle. -Te quiero Satoshi. Tengo mucha suerte de haberte conocido.-Satoshi no contestó, solo hizo un gesto, estando seguro de que lo había entendido.

sábado, 16 de enero de 2010

Historia bajo un árbol


Seishi Sato, a sus siete años de edad no había tenido aun ni un solo amigo, sería por su aspecto enfermizo, por lo tímido que resultaba delante de los demás niños de su clase o por cualquier otra causa que el niño desconocía. Nunca había tenido amigos y nunca había creído necesitarlos realmente, su familia era muy numerosa y no tenia tiempo para sentirse solo. Siempre solía ir al parque a jugar con sus hermanas: Miyu una niña de doce años realmente bonita y simpática, Yaone con tan solo una decena ya era toda una mandamás y las pequeñas gemelas, Makoto y Miyako, que tenían tres años menos que él. Todos los hermanos de la familia Sato eran muy parecidos físicamente, su pelo era lacio y moreno, típico en los japoneses y sus ojos azul oscuro, salvo los de la mayor que eran pardos.

Siempre llegaban los cinco sobre las cuatro de la tarde. Todos juntos se entretenían durante horas con juegos simples del estilo de papás y mamás. Normalmente se encontraban con Madoka, a la que un tiempo después se la llamaría Merisa, una niña un año mayor que Seishi con muy mal humor, que se unía a sus historias imaginarias. Ella era la única a la que, tal vez, podía considerar amiga y aún le ponía algo nervioso. Sí, él no necesitaba más que eso para estar contento…

El día que le conoció realmente el cielo era de un gris oscuro casi completamente negro y amenazaba con descargar sobre la gente que estaba fuera de sus refugios todo el agua que cargaban. Seishi no lograría recordar ahora porque fue, pero él y sus hermanas habían discutido. Tan fuerte e infantil fue la pelea que el niño se había negado a jugar con ellas, quizás por que eran unas dictadoras a las que tenia que seguir la corriente a todas horas. Solo recuerda que se había ido lo mas lejos posible de ellas, lo suficiente como para que no le encontraran si se les ocurría pedirle perdón.

Se tumbo sobre la hierba, no sin antes asegurarse de no haber aplastado nada raro, estaba tremendamente aburrido. Levantó la cabeza seguida del cuerpo para observar si a su alrededor había algo de mayor interés que las oscuras nubes. No muy lejos, en un campo improvisado por ellos mismos jugaban algunos de sus compañeros de clase.
“Si les pido que me dejen jugar, ¿se enfadaran?” Pensó para si mismo aun a sabiendas que su capacidad física era alo nula.

-¡Seishi! ¿Quieres jugar? -exclamó el siempre alegre y espontáneo Hatori saludándole con la mano como si le hubiera podido leer el pensamiento del moreno.
-Va…
-¿Con Sato? Pero si se le da fatal. -cortó otro compañero cuyo nombre no puede se puede acordar.
-Eso ya sabes que el equipo que va con Seishi siempre pierde. -continuó otro niño al que ni siquiera conocía.
El pequeño moreno empezó a notar como sus sienes llevaban cada vez mayor cantidad de sangre haciendo que un intenso color rojo tiñera su cara de rabia. Pese a lo delicado que parecía a primera vista, Seishi tenia más carácter del que daba a entender y su orgullo no soportaba ser herido y menos por alguien con quien no había hablado nunca.

-Pues tampoco quería jugar, que lo sepas. -dijo en tono enfadado.
-Claro, seguro que tienes miedo de hacerte daño, gallinita.
-¡Yo no soy ningún cobarde!
-Demuéstranoslo. -propuso el que antes había hablado.
-Dejadle en paz. -murmuró Hatori con un tono algo achatado.
-Tu a callar, Hatori. -riñó otro niño uniéndose al grupillo.
-Pues… me voy. -amenazó él sin demasiada confianza.
-Lárgate si te da la gana, con un cobarde tenemos de sobra.
El pequeño niño de fracciones occidentales se alejo de sus otros compañeros de juego algo apresurado. Mientras esto sucedía los demás niños empezaron a acercarse a Seishi con cierto gesto de burla, lo que enfadó más todavía al morenito.
-Venga Sato, demuéstranos que no eres un gallinita.
-¿Cómo queréis que lo haga? -repuso inflando su ego todo lo que pudo.
Los matoncillos quedaron en silencio durante un segundo pensando una prueba digna de valentía para un niño de esa corta edad.

-¿Por qué no hacemos que se suba a un árbol? -propuso uno de tantos del grupo dando muestra de su corta originalidad. Todos torcieron la mirada hacia él dando su infantil aprobación.
-Buena idea. Vamos Sato ¿a que no te atreves?
-Claro que me atrevo, ¿qué os habéis creído? -continuo el aludido aun sabiendo que realmente si tenia miedo de la altura a la que tendría que enfrentarse.

Los niños se dirigieron a un pequeño rincón algo escondido donde ningún responsable adulto pudiera verles. El árbol de la prueba de valor no era demasiado grande pero para un niño de siete años como los que tenia Seishi en ese momento parecía el pico más alto del mundo. El pequeño moreno intentó, con bastante dificultad subir a las ramas de la planta. Aunque iba con el mayor cuidado que podía tener su pequeño cuerpecito no pudo aguantar su propio peso por lo que calló estrepitosamente ante la atenta mirada de sus compañeros. En el trayecto de la caída le pareció ver su vida pasar como diapositivas por delante de sus fuertemente cerrados ojos azules, y solo era capaz de escuchar las maliciosas risas de los otros niños. El aterrizaje fue menos aparatoso de lo que había imaginado, por lo menos seguía con vida, aunque muy dolorido. Su delgadita pierna había impactado en el suelo provocando un sonoro “crack” que solo él dueño de la pierna oyó. Cuando se notó a salvo abrió los ojos y lo único que pudo ver fue las espaldas de los niños alejándose del lugar.

-¡Eh, no os valláis! -exclamó desde su posición intentando seguirles inútilmente ya que su pierna parecía no querer hacer lo mismo -No… no os valláis… por favor.

Una gotita de agua rodó por la pálida mejilla del niño al verse solo y tan lejos de sus hermanas. Maldito orgullo, si no le diera tanta importancia a lo que los otros pensaban no le hubiera pasado eso. Otra gota recorrió de nuevo el rostro de Seishi, pero esta vez fue una proveniente del cielo. Pronto todas las compañeras de esta saltaron de las nubes en caída libre chocando con todo lo que se interponía en su camino. El frío empezaba a colarse en los delicados huesecillos del morenito casi helándolos. Ya no solo el dolor de la pierna sino el miedo a resfriarse empezó a apoderarse de el con bastante nerviosismo.
Derepente dejó de notar como la lluvia caía sobre él de un modo casi jocoso. Levantó sus húmedos ojos para ver la causa de que no se estuviera empapando más de lo que ya lo estaba.
-Hola. -saludó un niño de su misma edad con una enorme sonrisa. Este le estaba tapando con su paraguas rojo.
-Ho… hola… Meiji -contestó casi en un sollozo mientras el nuevo niño se sentaba a su lado pegándose mucho al moreno para que este no se mojara.

Minato Meiji era un compañero de clase. Siempre se le veía alegre y extrovertido aunque Seishi no sabia realmente de quien era amigo, se solía relacionar con todo el mundo, no como él. Su pelo era de color cobrizo como el metal cuando se oxida, los ojos los tenia pardos como la mayoría de personas y unas adorables pequitas adornaban sus mejillas. Solía ser muy amable y atento, incluido con él, cosa que la mayoría de niños no eran.

-Me han contado lo que te ha pasado, esos niños son muy malos. -explicó poniendo una cara muy rara para que su compañero herido se riera. -¿Te duele mucho?
-Si un poco… pero me preocupa más ponerme enfermo.
-¿Por qué, si estas enfermo no tienes que ir a clase y te puedes quedar durmiendo en tu casa?
-No yo no… si enfermo me volverán a llevar al hospital.
-¡Oh! Vaya, no lo sabia. Lo siento.
-No pasa nada.
-¿Por eso faltaste tanto a clase hace unos meses?
Seishi no contestó a la pregunta formulada por su compañero de clase. Este último solo le sonrío más ampliamente si cabía.
-Perdona, siempre me pasa igual. Me tomo demasiadas confianzas. ¿Te he molestado?
-No… no, eso es bueno… quiere decir que eres muy amable con todos. Tienes muchos amigos.
-En realidad no, ni siquiera me caen bien, lo que pasa es que no me gusta estar solo. -se quedó unos segundos en silencio -Oye tu pareces majo, ¿podemos ser amigos? -preguntó lleno de una increíble inocencia.
-Cla… claro. -contestó el otro niño, bastante colorado como si acabaran de hacerle una proposición de matrimonio.
-Bien pues tendrás que dejar de llamar me Meiji, ahora soy Minato. ¿Vale Seishi’
-Si, Meiji.
-¿Pero que te acabo de decir? Minato.
-Va… vale… Minato.

Estuvieron un buen rato esperando sentados hablando de diversas cosas. Si querían ser auténticos amigos tendrían que conocerse bien, o eso decía Minato. Hasta que al fin llegaron los padres de Seishi, claramente asustados por que su hijo no había llegado junto a sus hermanas.
***
-¿En que piensas? -susurra Minato a Seishi casi al oído como si fuera un secreto.

Seishi tras un buen rato absorto en esos recuerdos logra escapar de ellos para volver al mundo real. Hoy, casi diez años después, de nuevo llueve, como tantas otras veces en Negima. Y otra vez Minato tiene que volver a taparle con su paraguas rojo, solo la una diferencia hay de cómo lo hacia cuando eran pequeños. Aquella ya era una costumbre de los días lluviosos.
-En nada importante. -contesta algo sonrojado usando el mismo tono de voz -Solo en cierta historia que ocurrió bajo un árbol.