martes, 14 de junio de 2011

Luces para Amai.


¡Hola! Mi nombre es Amai, Amai Akatsuki, pero antes no era así. Al principio mi nombre era Amai Mayama, pero ya no lo es. ¿Qué si puedo explicaros porqué es así? Sorsupuesto que puedo. Es una historia muy larga, pero tenemos tiempo, yo por lo menos. ¿Por donde empiezo? ¡Ah sí! Comenzaré por mi antigua familia.

Érase una vez una niña de pelo negro y ojos marrones y almendrados, una niña a la que todo el mundo decía que estaba loca, y esa niña era yo. Cuando nací, aunque ya comenzaba la primavera, hacía mucho frío pero además había una gran tormenta. Yo no sé exactamente lo que pasó, obviamente porque estaba naciendo, pero algo debió de salir mal y mi madre y yo estuvimos apunto de morir. Ellos nunca querían hablar de eso, nunca llegaron a decirme que es lo que ocurrió solo sé que mi madre tenía que ir en silla de ruedas, porque por la lluvia sufrió un accidente justo cuando nací. Mi madre me odiaba, yo estaba totalmente convencida, todavía lo estoy. Al principio era como todas las madres, pero cuanto más mayor me hacía más se enfadaba, más me gritaba y más me odiaba. A veces, cuando todavía llegaba desde su silla, me llegaba a agarrar del pelo hasta que me hacía llorar. Puedo parecer muy despistada, que siempre estoy en mi mundo, pero recuerdo aquellos días, cuando lo hago no puedo evitar echarme a llorar como una niña pequeña, como cuando me agarraba del pelo.

A mi padre tampoco le gustaba, creo que él pensaba que por mi culpa se había quedado sin su querida mujer. No digo que él, ni ella, no fuesen buenos, pero a mi no me querían. Ahora que lo metido… ¡Digo medito! Ahora que lo medito, estoy convencida de que mi madre era como yo, Mizuki-chan dice que es muy posible, ya que mi problema es hereditario. Y por eso mismo se deshicieron de mí, mi padre no podía con dos enfermas, en el fondo podría llegar a entenderlos, debió estar muy desesperado, con su mujer enferma, su hija enferma, y todo en contra. Se tenía que deshacer de mi, y eso hizo.

Un día me dijo que me llevaría a dar un paseo, me acuerdo muy bien. Fuimos a una especie de colegio, él se fue a “comprar” mientras yo esperaba. No se ni cuanto tiempo pasó, unas señoritas, apatentemente muy simpáticas me metieron en él, seguro que mi padre regresaría en seguida. Nunca lo hizo.

Entonces fue cuando me derrumbé, mis padres me habían abandonado, tan poquito significaba para ellos. Aunque mi madre me chillase, aunque me agarrase del pelo, en el fondo me gustaba imaginar que me querían, al menos un poco. Pero cuando me vi en aquella habitación, rodeada de niñas a las que no conocía de nada fue como si el alma se me hubiese caído al suelo y mi madre la hubiera aplastado pasando por encima con la silla de ruedas. Esa fue mi primera crisis, no sé el número de horas o días que estuve en la cama llorando. Cuando me levanté, me costó una semana dirigirle la palabra a alguien. Y más de un mes pasó antes de que pudiera sonreírle a alguien. Por culpa de eso todas mis compañeras me cogieron manía, empecé a pasar de la más absoluta de la desesperación a la euforia suprema, y entiendo que eso las asustase un poco. Solo se dirigían a mi lo gustito, solo si era necesario. Nadie jugaba conmigo, nadie me ayudaba con los deberes, volvía a estar sola. Aquel sitio no era mejor que mi casa. Las encargadas no eran mejores que mi madre, las desesperaba que fuese así, tan cambiante e inconstante, solían decir que era una cría inmadura, nunca se pararon a pensar que me pudiese pasarme algo. También sobraba allí. No iba a esperar a que me volvieran a abandonar así que me fui, guardé mis cosas en una bolsita y una tarde, cuando todos estaban demasiado en sus cosas como para darse cuenta, me escapé. No sabía a donde iba, creo que instintosamente quería volver a mi casa, porque cogí el tren de vuelta a ella. (Los niños no tenían que pagar, lo que a mí me venía de perlas)

Pero no en mi vida todo han sido desgracias. Esa misma tarde, en ese mismo tren, conocí a Kei-chan. Él tenía unos diecinueve años, yo ya era una niña con ocho años recién cumplidos unos meses antes. Debió de verme muy despistada intentando averiguar cual era la estación en la que tenía que bajarme, tratando de recordar el nombre de la palada en la que subí con mi padre el día que me dejó allí.

-¿Te has perdido? ¿Buscas a tu mamá o a tu papá? -me preguntó agachándose para ponerse a mi altura.
-N… No… Estoy bien… -le contesté poniéndome algo nerviosa porque pensaba a que me descubriría.
-¿Seguro? ¿Estás sola?
-Sí…
-Te has perdido.
-¡Que no! No me he perdido… es que…
-¿A dónde vas?
-No… no lo sé… -en ese momento pasé mucha vergüenza incluso creo que se me escapó alguna lágrima traicionera.
-¿Y ahora que hago? No puedo dejarla aquí sola… -se le escuchó susurrar.
-¿Como te llamas?
-A… A… Amai…
-¿Amai? ¡Que nombre tan bonito! Yo me llamo Keigo. -exclamó intentando consolarme secándome las lágrimas con un pañuelo de papel. -Vamos, Amai yo te ayudaré a encontrar a tus papás.
-Pero yo no he venido con mis papás.
-Bueno. ¿Con tus abuelos?
-Tampoco…
-¿Tus tíos?
-No…
-¿Has venido sola?
-Sí. Quería volver a mi casa y no me acuerdo de donde era.
-¿Y tampoco te sabes el número de teléfono?
-Lo… lo siento…
-No pidas perdón, es normal que no te acuerdes. Mira, yo tengo casi veinte años y no me sé el mío. -él miró a la ventana del tren y yo como si fuese un espejo hice lo mismo, el cielo ya estaba muy negro.
-Ya se ha hecho de noche.
-Sí… No queda mucho para mi estación, pero no puedo dejarte aquí sola. Hay gente muy mala. ¿Qué hago? -se quedó unos segundos pensando y luego volvió a mirarme para halar -Mira, Amai, como no sabes donde está tu casa, ni tu número vendrás hoy a la mía a dormir y mañana te ayudaré cuando sea de día. ¿Vale?
-Va… vale…

Keigo no ha cambiado nada desde entonces, en personalidad ni un poco, y físicamente no mucho más. Yo estoy my segura de que si hoy se encontrase otro niño perdido también se lo llevaría a su casa para ayudarlo. Él es muy amable y protector, antes de adoptarme ya se comportaba como si fuese mi padre. Aquel año él todavía vivía con sus padres, mis abuelos, la madre de Keigo era igual de morena que él, (como yo también soy morena pues todo el mundo cree que es la mía también) pero los ojos dorados de Keigo son heredados por línea paterna. Él estaba estudiando, creo que primero o segundo de carrera, que por cierto era derecho, ahora ya es todo un abogado. Hace diez años que le conozco y a veces aun me sorprende lo insistente que es cuando se le mete algo entre ceja y ceja, pero creo que lo que le honra es que en su ímpetu nunca cae en la violencia o en enfados innecesarios. Es un cabezota pacífico.

-¿Estás loco? -le dijo su madre al verme entrar por la puerta de su casa.
-Pero mamá… No podía dejarla sola. -contestó él.
-Ya, aun así no es lo mismo que encontrarse a un gato. ¿Tú no piensas antes de recoger cosas de la calle?
-No es una cosa. Por dios. ¿Qué iba a hacer si no?
-Pues esperar que llegase su madre.
-¡Que estaba sola!
-Déjalo mujer, sabes que tu hijo es un cabezota, no parará hasta que te convenza. Y solo es por una noche. -intervino el padre revolviéndome el pelo.

Al principio me dio la impresión de que la señora Akatsuki iba a ser igual de malvada que mi madre o las cuidadoras del huerfanato, pero me equivocaba. En cuanto entré en la casa ella se portó muy amable conmigo, me preparó un baño calentito, me dio la comida más mejor buena que había comido en mi vida e incluso me dejó una camisa para que la usase de camisón. Ella fue la que hizo que el pobre Keigo tuviese que dormir en el sofá del salón para que yo lo hiciese en su cama.

Cuando el Sol salió de nuevo era como si me hubiese llenado de energía, tal vez por lo bien que me lo pasé en esa casa ya me encontraba alegre de nuevo. Fuy corriendo a la cocina a darle los buenos días a Isana, la madre de Keigo, que estaba haciendo el desayuno muy afanosa.

-¡Buenos días!
-Valla, veo que hoy estás más contenta que ayer Amai-chan. Anda ve a despertar a Keigo que estará todavía tirado a la bartola en el sofá.
-¡De cuerdo!
-Se dice “de acuerdo”. -la escuché decir desde su posición.
-Buenos días señor Keigo. -saludé para despertarlo.
-Umm… No me llames “señor” que tampoco soy tan viejo. -respondió incorporándose.
-Lo siento… ¿Cómo te llamo entonces?
-Llámame, Keigo, como todo el mundo.
-Pero eso es muy aburrido… ¡¿Puedo llamarte Kei-chan?!
-Bueno, mejor que “señor Keigo”…
-¡Pues ya está! ¿Entonces Kei-chan me va a ayudar a volver a mi casa?
-Claro, verás que bien.

Después de desayunar Keigo y yo cogimos de nuevo el tren para ver cual de todas me sonaba. También me hizo una foto e improvisó un cartel de se busca como los de las películas de vaqueros… Pero al contrario, claro, porque nosotros no buscábamos a Amai, yo, si no buscábamos a quien se supone que me buscaba, sería entones un “¿Se busca?” o tal vez un “Se encuentra” pero no un “Se busca” porque nosotros no buscábamos a la niña del cartel porque era yo y estaba ahí… Bueno, da igual. La cuestión es que estuvimos toda la tarde dando vueltas a Tokio en busca de mi casa. Fue cansado pero se nos hizo muy divertido, comimos helado, bebimos refrescos y nos lo pasamos en grande.

Pero al final no encontramos mi casa, en cambio las maestras del huerfanato si que me encontraron a mi. Aunque yo dije que no quería ellas me arrastraron hasta mi “casa” explicándole lo ocurrido a Keigo que tenía cierta impotencia dibujada en su cara. Creo que él sabía que yo no era feliz allí. Me prometió ir a verme para que no me sintiese sola. Y como buen cumplidor que siempre ha sido lo hacía. Yo le contaba todo lo que me ocurría, lo bueno y lo malo, y el me escuchaba pese a que la chapa que suelta una niña de ocho años no es pequeña. Y yo me daba cuenta de que cuando le contaba que mis compañeras me pegaban o que las encargadas me chillaban sus ojos dorados se encendían como si tuviese un enfado contenido. Así pasaron meses creo que hasta dos años, poco a poco nos fuimos conociendo, yo quería a Keigo como se quiere a un padre, y lo sigo haciendo porque desde entonces hasta ahora ha sido lo más parecido a un padre que he tenido. Y eso molestaba a los demás; la loca no tenía más derecho a que la quisiesen. Sus miradas asesinas me hacían daño, pero luego Keigo las curaba, era un circulo vicioso y retroalimentatibo. (¡Sí, se decir “retroalimetativo“, pero no me sale “sorsupuesto”!)

Me parece recordar que el día que Keigo perdió los nervios, cosa rara en él, fue cuando llegué a la sala de visitas con un ojo morado. En efecto, me lo hicieron unas chicas muy envidiosas que se debían de aburrir. Cuando se lo conté, su reacción fue la de levantarse rápidamente y dirigirse con paso firme y decidido a la dirección del colegio. Estuvo junto a la jefa un largo rato del cual yo no pude escuchar ni una sílaba de lo que estaban diciendo.

-No te preocupes, Amai. Vas a salir de aquí, te lo prometo. -me dijo al salir de la habitación abrazándome fuertemente.

Yo no sabía a lo que se refería, pero confiaba ciegamente en él. Keigo siempre cumple sus promesas. Ahora sé que lo que quería con sus escasos veinte años era acogerme como si fuese su hija, todo el mundo le tachó de insensato. ¿Dónde iba un chico tan joven adoptando a una niña? Pero él no se rindió pese a toda la oposición que tuvo, como suele decir mi abuelo: “es un cabezota, y como buen cabezota nunca se rinde antes de conseguir lo que quiere, para él el abandono es peor que un fracaso,” Siempre he admirado la filosofía, creo que no solo yo, mucha gente desea ser como él, tan decidido, testarudo y rebelde, aunque lo que hace sea una locura, y lo sepa, nunca se arrepiente de nada.

Debido a su edad, sé que le costó mucho esfuerzo conseguir nombrarse como mi tutor, yo era pequeña y no lo entendía por lo que no sé explicar debidamente el procedimento. Solo sé que es un día me dijo que recogiese mis cosas, fue el día más feliz que había vivido en mis diez años. Había alquilado un apartamento pequeño de dos habitaciones e incluso había estado decorando mi cuarto usando todos los datos que le había dado durante esos meses. Pero en ella lo que más me llamó la atención fue el enorme oso que me había comprado solo para mi. Era la primera vez que alguien me hacía un regalo. Le puse de nombre Miss Teddy Margot, el motivo ni si quiera yo lo tengo del todo claro. Ahora Teddy Margot está un poco rota, tiene varios parches por todo su cuerpo de oso, y un ojo improvisado con un botón negro. Pero aun así sigue siendo mi tesoro.

Pese a todo lo que decía la gente sobre los impulsos de Keigo, de que si fue un capricho o una situación pasajera. Ha demostrado que es el mejor padre del mundo, por lo menos para mi. No me dejó en ningún momento, ni siquiera cuando me diagnosticaron mi enfermedad, pese a que fuese una carga para un hombre tan joven que ni siquiera había acabado sus estudios. Él no se asustó, no empezó a mirarme como a un bicho raro como el resto del mundo. Es mi héroe, me sacó de el horrible castillo donde estaba encerrada con esas brujas. Todo era y sigue siendo como un cuento.

martes, 19 de abril de 2011

Lejana canción para violín.


Los sonidos de la ciudad llegaban a cualquier rincón de las calles de la misma inundando los oídos de los transeúntes que ni parecían percatarse de ellos. Cada uno en su mundo, como si una burbuja de cristal les rodease separándolos de las demás personas de su alrededor. Nadie conoce a nadie. Y por lo tanto nadie se preocupa por nadie. Cada uno en su mundo, cada uno en su vida. Se cruzaban unos con otros sin ni siquiera mirarse a los ojos.

Ichinose, un chico con una estatura bastante inferior de lo normal para su edad, correteaba por las calles intentando no chocarse con ninguno de los habitantes de las burbujas invisibles. Sus cabellos ondulados, arremolinados y castaños se movían al compás de sus pisadas levantándose y volviendo a bajar mientras que, por el contrario, sus ojos de color negro azabache estaban fijos mirando hacia el frente. Al girar rápidamente una de las numerosas esquinas un nuevo sonido llegó hasta él haciendo que la burbuja en la que estaba explotase. Parecía el único que se había percatado de la triste canción de un lejano y tímido violín. La carrera que Ichinose llevaba con afán se ralentizó acercándose al instrumento del que venía la música.

La melodía, que aparentemente era la novena de Beethoven, pasaba desapercibida entre las molestas pisadas de los “emburbujados”. Pero Osamu no desistía en su empeño. Las notas salían de el violín de modo armonioso y ordenado pero a nadie parecía importarle lo más mínimo. Solo de vez en cuando alguna ancianita echaba una moneda a la funda del instrumento.

-¿Hoy no es un buen día? -preguntó la aguda voz de Ichinose sentado en unas escaleras a un par de metros de distancia.
-I… Ichinose… ¿Qué haces tú aquí? -volvió a interrogar a modo de respuesta con un tono muy nervioso.
-Oírte tocar, ¿no es obvio? -siguió con una tercera pregunta el más bajito de los dos.
-Supongo…
-Pareces cansado. ¿Por qué no te sientas conmigo y te relajas un poco? Tengo bollos. -dijo sonriendo ampliamente . El chico de los cabellos cenizos no pudo negarse a ello y obedeció sin rechistar.
-Por favor no le digas a nadie lo que hago. -pidió en tono tímido guardando el violín en la funda.
-Toma, veras que buenísimos están. Llevan chocolate por dentro. Los hacen en la pastelería que hay cerca de mi casa y son los más deliciosos de la ciudad.
-¿Me estás escuchando?
-Sí, pero comete uno.
-Vale, vale. -volvió a acatar las ordenes.
-¿A que está rico? -siguió Ichinose con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sí… muy rico… muchas gracias, Ichinose.
-No hay de que. -concluyó poniendo cara pensativa. -¡Ah! Se me olvidaba. Por supuesto que no le diré a nadie que tocas aquí.
-Gracias de nuevo…
-Pero me gustaría saber por qué lo haces.
-Bueno, son asuntos personales.
-Ya, entiendo. Pero así es normal que la gente no se pare a escucharte.
-¡¿Cómo?!
-No te enfades. Quiero decir que el “Himno a la alegría” hay que tocarlo con… ¿Alegría?
-¿Y no lo hago?
-Claro que no. Solo hay que verte para saber que hay algo que te preocupa.
-Tienes razón… -respondió desviando la mirada a la nada.
-¿Si te compro otro pastelito te alegrarás?

A Osamu no le dio tiempo a contestar cuando el castaño ya había salido corriendo a por otros bollos para ambos. Ichinose siempre había resultado muy extraño a los ojos de los demás. Acudía al mismo conservatorio que Osamu, con la diferencia de que este en vez de tocar el violín era miembro del coro. La verdad es que tenía una voz de lo más agradable. Por eso era que cada poco tiempo llegaban solicitudes y becas para que fuese a estudiar canto, pero poco parecía importarle. Por algún motivo Ichinose prefería gastar su tiempo y talento en cantar en la calle junto al violinista amateur. Él tenía un don, un don que Osamu envidiaba, era capaz de trasmitir solo con su voz todo ese optimismo imprudente y esa pícara inocencia que le caracterizaban.

Poco a poco los dos fueron tomando confianzas el uno en el otro. Más de lo que Osamu se había imaginado que podría conocer a ese chico parlanchín alegre y algo descarado. Pero el menor sabía que algo seguía molestando a su nuevo amigo, y eso no le gustaba. Aunque intentase descubrirlo Osamu nunca parecía por la labor de contarle su secreto.

Una noche Ichinose se presentó sin avisar en la casa de Osamu. Cuando este abrió la puerta no pudo evitar dar un salto en el sitio al ver los ojos negros del chico enfrente de la puerta, sonriéndole ampliamente con cara traviesa. Y es que Osamu nunca la había dicho donde estaba situada su casa ni ninguna indicación de cómo llegar a ella. ¿Cómo lo había encontrado entonces?

-Hola. -saludó con total naturalidad.
-¿Qué… qué haces tú aquí? -habló Osamu entrecortadamente por la sorpresa.
-Pues venir a verte. ¿No es obvio? -respondió mirando en el interior del edificio. -¿No me vas a dejar pasar?
-No debería. Te acabas de auto invitar tú solo.
-No te enfades hombre, es que necesitaba hablar contigo. Ya sabes… en privado.
-¿Y no podías esperar a mañana por tarde? -replicó inútilmente puesto que el castaño ya había entrado en la casa y parecía querer explorarlo todo. El lugar donde vivía Osamu era muy pequeño y bastante antiguo. Faltaban muebles donde, según Ichinose, debía haberlos.
-¿Vives solo?
-No. Mi padre también vive en esta casa. Bueno pasa a mi cuarto. Si mi padre se entera de que he traído a alguien seguro que se molesta.
-Valla… ¿debe de tener mal humor?
-Sí, bastante. -contestó el chico cerrando la puerta tras de si.
-Uy, tu cama es muy blandita. -comentó sentándose sacando de una bola un par de bollos rellenos -¿Quieres? Los traje para ti.
-Gracias… ¿Y sobre que querías hablarme?
-Sobre lo que hacemos por las tardes y sobre el conservatorio.
-¿Tienes problemas por cantar en la calle?
-No, solo es que lo voy a dejar.
-Normal… -respondió en un hilillo decreciente de voz. -Es molesto cantar estar en la calle y más ahora que llega el mal tiempo.
-No, si lo que voy a dejar es el conservatorio.
-¡¿Qué?!
-Lo que has oído. Es mucho más divertido cantar en la calle mientras tu tocas el violín.
-¿Pero como te vas a ir? Tú eres muy bueno, las otras escuelas se matan por darte ofertas y becas.
-Ya, pero ya no tendré tiempo para eso. ¿Te puedo contar un secreto?
-Cla… claro…
-Desde pequeño me ha encantado la música. Y mi sueño era una locura, viajar por todo el mundo cantando y que gente de cualquier lugar me escuche, no me importaría ser no conocido solo que alguien me oiga, como cuando tocamos en la calle y la gente se para. Eso hace que me sienta muy bien. ¿A ti no?
-Si… la verdad es que se ha vuelto algo muy normal, incluso ha llegado a gustarme de verdad.
-Pues ven conmigo. -habló muy contento de escuchar eso de su amigo.
-¡¿Estás loco?! Yo no puedo.
-¿Por qué?
-Yo no soy como tú, tengo que trabajar muy duro para poder pagarlo todo.
-Pero tu no deberías de tener que pagártelo todo, todavía no tienes 20 años, aun eres menor de edad.
-Ya, pero si no lo hago yo no lo va hacer nadie. Tú no sabes nada.
-¡Y no lo sabré si no me lo dices!
-¿Decirte el qué? ¡Que mi padre pasa de mi y de la casa, como si no existiera que se gasta todos nuestro ahorros en sabe Dios que! ¿Quieres que te diga eso? ¡Pues eso lo que me pasa! ¡Me revienta que yo tenga que estar esforzándome para poder permanecer en el conservatorio y que halla personas como tú que no tienen que dejarse la piel y desaprovecha lo que tiene! ¡Eso es muy injusto!
-Lo sé, la vida es injusta.
-¡¿No sabes que el violín es mi vida?! ¡¿Entonces por qué eres tan egoísta?! ¡¿Por qué menosprecias a la gente que trabaja duro por conseguir lo que tu logras sin despeinarte?!
-Porque me muero. -Osamu se calló de golpe como si las palabras se hubiesen atascado en sus cuerdas bocales por la sorpresa que causó en él la respuesta. La cara seria de Ichinose parecía asustarle, nunca le había visto sin su sonrisa de oreja a oreja. -Me estoy muriendo, tengo cáncer.
-No… No, bromees así.
-Lo digo de verdad. Tengo cáncer de garganta. Me lo diagnosticaron no hace mucho.
-Pero… eso es imposible… -murmuró dejándose caer sobre la cama al lado de Ciñose -¿Y no se puede hacer nada?
-Los doctores dicen que podrían extirpármelo… pero…
-¿No podrías volver cantar?
-No… Por eso no se todavía que hacer. Solo pensar que tendré que abandonar lo que más me gusta en el mundo hace que me den unas horribles ganas de llorar... Pero no quiero morir. -habló desesperadamente dejando salir todo lo que sentía. -Osamu… Tengo mucho miedo… no quiero morirme… Había… había muchas cosas que quería hacer… Yo… tenía muchos sueños, pero ahora los tengo que dejar todos porque si no me moriré.
-¿Por qué no me dijiste esto antes? -preguntó abrazando fuertemente al menor de un modo protector.
-Porque… tú… parecías muy triste y no quería preocuparte… Pero el tumor ha crecido y me van a tener que operar antes de que se extienda. Yo tenía que decírtelo porque ya no podré cantar más contigo… Por eso te había preguntado si tu querías venir junto a mi a hacer mi locura. Porque yo quería hacerlo… antes de…
-¿Querías que viajase contigo?
-Sí… pero da lo mismo ya…
-¡¿Cómo que da lo mismo?!
-Porque si tú no vienes conmigo no tiene sentido que lo haga. En el fondo me da miedo hacerlo solo.
-Yo… -musitó intentando consolarlo en aquel momento tan doloroso pero no sabía que hacer. Le hubiese encantado decirle que iría con él pero era imposible no podía marcharse y dejarlo todo, aunque le hubiese encantado.
-No hace falta que te excuses. Si como su propio nombre indica es una locura. Bueno, tengo que marcharme ya. Nos veremos mañana.
-Claro… como todos los días. Te acompaño a la puerta.

Osamu miró a su amigo irse con su sonrisa como si aquella conversación nunca hubiera tenido lugar. El chico de los cabellos cenizos aquella noche no pudo conciliar el sueño. No paraba de dar vueltas en la cama pensando y repasando mentalmente todas y cada una de las palabras que Ichinose había pronunciado. Él estaba realmente enfermo y si no le operaban se moriría. De pronto la imagen de el rostro de Ichinose enmarcado por la madera de un ataúd le sobresaltó tanto que le hizo saltar del colchón. No, él no podía acabar así, él era fuerte y optimista, se supone que a la gente así las cosas le salen bien. ¿Por qué a Ichinose no? ¿Por qué él tenía que renunciar de ese modo a todo lo que quería? Él no podría vivir si le dijesen que no volvería a tocar el violín. Era cruel y horrible. Y por otro lado él, Osamu, ya no pensaba en sus problemas del mismo modo. Ya no parecí preocupado por cuanto se gastaría su padre aquella noche en vicios. Solo podía pensar en como ayudar a su amigo y al no encontrar respuesta solo se desesperaba más y más. No… ¡No! No podía perderle de ese modo. Las lágrimas salían de sus ojos y resbalaban por sus mejilla hasta caer en las sábanas.

Los días pasaron con una normalidad aterradora. Lo único que diferían unos de otros era que cada vez los ataques de tos o la ronquera de Ichinose iban empeorando. Pero el que parecía marchitarse lentamente era Osamu. Cuando los dos se quedaban en silencio a la media luz del día acabándose, sentados en un banco del parque, le mataba pensar que dentro de no mucho aquellos momentos mudos no iban a ser opcionales. Ese día era el último que pasaría junto a la voz del castaño. Y ninguno de los dos sabía que decir y el rubio cenizo lo necesitaba, necesitaba decirle todo lo que quería.

-¿Sabes? Mi padre a traer a vivir con su amante. He decidido que en verano, cuando cumpla los veinte, buscaré un trabajo y me iré . Ya no aguanto más ahí.-se atrevió a hablar rompiendo así la calma.
-¿Te vas a independizar? Eso es genial.
-Sí creo que a lo mejor mi padre se centra un poco si vive con su nueva mujer.
-¡Que bien! Me alegro mucho. -y tras esas palabras el silencio regresó.
-Sí, ya tengo ganas de hacerlo.
-Puedo decirte yo ahora una cosa. Estoy muy asustado. Tengo miedo de que la operación no sirva de nada… o de que algo salga mal. -confesó apoyándose en el hombro del rubio.
-Ichinose… ¿me cantarías otra canción?
-¿No has tenido suficientes canciones por hoy?
-No… es que no quiero que cantes… quiero que lo hagas para mi, para nadie más.
-Como quieras… -contestó dedicándole una de sus dulces sonrisas comenzando a entonar suavemente una melodía de su repertorio.

Entre todas cosas que no conté,
había algunas que de verdad te quería decir,
pero ya no tengo motivos reales para hacerlo.

Ahora lo único que me pregunto es:
¿Por qué no lo hice antes?

Los recuerdos son como montañas de polvo que se acumulan,
y que siempre vuelven a visitarme.

He olvidado ya como se dice su nombre,
puede que eso sea lo que me da más miedo.

Solo puedo seguir adelante en el presente, continuo.
Nada está cambiando pero día a día lo supero.
Y en algún lugar escucharé su voz de nuevo.
Pero solo podré dejarla ir.
Solo… Cof… Cof…

Comenzó a toser fuertemente llevándose la mano a la boca para no hacerlo encima de su amigo.
-¿Te encuentras bien, Ichinose?
-Sí… Cof… estoy bien… -contestó pese a que su tos aumentó a tales extremos que unas gotas de sangre se escaparon de su garganta por la fuerza.
-Vámonos. Te llevaré hasta tu casa. -le propuso mientras limpiaba las manchas rojas de la mano de su amigo con un pañuelo.
-No… Osamu… quiero estar contigo… todo el tiempo que pueda, mientras… tenga voz. -le pidió con ojos brillantes como si tuviesen una capa de esmalte.
-Yo también quiero estar junto a ti todo lo que sea posible. -respondió bramándolo fuertemente de un modo totalmente espontáneo. Tenía que decírselo, era hablar en ese momento o callar para siempre.
-Gra… gracias… Osamu… -musitó dejando que las gotitas de agua se escapasen de sus ojos negros.
-Ichinose… -empezó sosteniendo la carita del chico entre sus manos -Tú dijiste que querías hacer una locura conmigo ¿cierto?
-Sí, quería viajar por todo el mundo…
-Pues yo quiero hacer otra locura… Y solo puedes ser tú el que me acompañe, pase lo que pase mañana, eres tú… Lo que quiero decir es que…
-Shu… No necesitas hablar más… -susurró el castaño sellando sus labios con el dedo índice -Yo también quiero hacer esa locura, Osamu.

Luego solo apartó su delgado dedito para juntar su sonrisa con los todavía incrédulos labios de Osamu. Y aunque sonriese las lágrimas no paraban de salir de sus ojos mezcla de la amargura y felicidad. Su beso aun tenía cierto sabor metálico de la sangre, el rubio se esperaba que supiese a chocolate. Pero no era así. Y de todos modos para ambos fue uno de los mejores momentos que podían imaginar entre tanto daño que les hacía la vida. Ahora les rodeaba una burbuja, una esfera de cristal que les separaba del resto del mundo, solo necesitaban sentirse el uno al otro sin ni siquiera pensar en lo que podría pasar en el futuro. Solo tenían la certeza de que ocurriera lo que ocurriera no dejarían aquella vida que habían construido y que les envolvía.