martes, 19 de abril de 2011

Lejana canción para violín.


Los sonidos de la ciudad llegaban a cualquier rincón de las calles de la misma inundando los oídos de los transeúntes que ni parecían percatarse de ellos. Cada uno en su mundo, como si una burbuja de cristal les rodease separándolos de las demás personas de su alrededor. Nadie conoce a nadie. Y por lo tanto nadie se preocupa por nadie. Cada uno en su mundo, cada uno en su vida. Se cruzaban unos con otros sin ni siquiera mirarse a los ojos.

Ichinose, un chico con una estatura bastante inferior de lo normal para su edad, correteaba por las calles intentando no chocarse con ninguno de los habitantes de las burbujas invisibles. Sus cabellos ondulados, arremolinados y castaños se movían al compás de sus pisadas levantándose y volviendo a bajar mientras que, por el contrario, sus ojos de color negro azabache estaban fijos mirando hacia el frente. Al girar rápidamente una de las numerosas esquinas un nuevo sonido llegó hasta él haciendo que la burbuja en la que estaba explotase. Parecía el único que se había percatado de la triste canción de un lejano y tímido violín. La carrera que Ichinose llevaba con afán se ralentizó acercándose al instrumento del que venía la música.

La melodía, que aparentemente era la novena de Beethoven, pasaba desapercibida entre las molestas pisadas de los “emburbujados”. Pero Osamu no desistía en su empeño. Las notas salían de el violín de modo armonioso y ordenado pero a nadie parecía importarle lo más mínimo. Solo de vez en cuando alguna ancianita echaba una moneda a la funda del instrumento.

-¿Hoy no es un buen día? -preguntó la aguda voz de Ichinose sentado en unas escaleras a un par de metros de distancia.
-I… Ichinose… ¿Qué haces tú aquí? -volvió a interrogar a modo de respuesta con un tono muy nervioso.
-Oírte tocar, ¿no es obvio? -siguió con una tercera pregunta el más bajito de los dos.
-Supongo…
-Pareces cansado. ¿Por qué no te sientas conmigo y te relajas un poco? Tengo bollos. -dijo sonriendo ampliamente . El chico de los cabellos cenizos no pudo negarse a ello y obedeció sin rechistar.
-Por favor no le digas a nadie lo que hago. -pidió en tono tímido guardando el violín en la funda.
-Toma, veras que buenísimos están. Llevan chocolate por dentro. Los hacen en la pastelería que hay cerca de mi casa y son los más deliciosos de la ciudad.
-¿Me estás escuchando?
-Sí, pero comete uno.
-Vale, vale. -volvió a acatar las ordenes.
-¿A que está rico? -siguió Ichinose con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sí… muy rico… muchas gracias, Ichinose.
-No hay de que. -concluyó poniendo cara pensativa. -¡Ah! Se me olvidaba. Por supuesto que no le diré a nadie que tocas aquí.
-Gracias de nuevo…
-Pero me gustaría saber por qué lo haces.
-Bueno, son asuntos personales.
-Ya, entiendo. Pero así es normal que la gente no se pare a escucharte.
-¡¿Cómo?!
-No te enfades. Quiero decir que el “Himno a la alegría” hay que tocarlo con… ¿Alegría?
-¿Y no lo hago?
-Claro que no. Solo hay que verte para saber que hay algo que te preocupa.
-Tienes razón… -respondió desviando la mirada a la nada.
-¿Si te compro otro pastelito te alegrarás?

A Osamu no le dio tiempo a contestar cuando el castaño ya había salido corriendo a por otros bollos para ambos. Ichinose siempre había resultado muy extraño a los ojos de los demás. Acudía al mismo conservatorio que Osamu, con la diferencia de que este en vez de tocar el violín era miembro del coro. La verdad es que tenía una voz de lo más agradable. Por eso era que cada poco tiempo llegaban solicitudes y becas para que fuese a estudiar canto, pero poco parecía importarle. Por algún motivo Ichinose prefería gastar su tiempo y talento en cantar en la calle junto al violinista amateur. Él tenía un don, un don que Osamu envidiaba, era capaz de trasmitir solo con su voz todo ese optimismo imprudente y esa pícara inocencia que le caracterizaban.

Poco a poco los dos fueron tomando confianzas el uno en el otro. Más de lo que Osamu se había imaginado que podría conocer a ese chico parlanchín alegre y algo descarado. Pero el menor sabía que algo seguía molestando a su nuevo amigo, y eso no le gustaba. Aunque intentase descubrirlo Osamu nunca parecía por la labor de contarle su secreto.

Una noche Ichinose se presentó sin avisar en la casa de Osamu. Cuando este abrió la puerta no pudo evitar dar un salto en el sitio al ver los ojos negros del chico enfrente de la puerta, sonriéndole ampliamente con cara traviesa. Y es que Osamu nunca la había dicho donde estaba situada su casa ni ninguna indicación de cómo llegar a ella. ¿Cómo lo había encontrado entonces?

-Hola. -saludó con total naturalidad.
-¿Qué… qué haces tú aquí? -habló Osamu entrecortadamente por la sorpresa.
-Pues venir a verte. ¿No es obvio? -respondió mirando en el interior del edificio. -¿No me vas a dejar pasar?
-No debería. Te acabas de auto invitar tú solo.
-No te enfades hombre, es que necesitaba hablar contigo. Ya sabes… en privado.
-¿Y no podías esperar a mañana por tarde? -replicó inútilmente puesto que el castaño ya había entrado en la casa y parecía querer explorarlo todo. El lugar donde vivía Osamu era muy pequeño y bastante antiguo. Faltaban muebles donde, según Ichinose, debía haberlos.
-¿Vives solo?
-No. Mi padre también vive en esta casa. Bueno pasa a mi cuarto. Si mi padre se entera de que he traído a alguien seguro que se molesta.
-Valla… ¿debe de tener mal humor?
-Sí, bastante. -contestó el chico cerrando la puerta tras de si.
-Uy, tu cama es muy blandita. -comentó sentándose sacando de una bola un par de bollos rellenos -¿Quieres? Los traje para ti.
-Gracias… ¿Y sobre que querías hablarme?
-Sobre lo que hacemos por las tardes y sobre el conservatorio.
-¿Tienes problemas por cantar en la calle?
-No, solo es que lo voy a dejar.
-Normal… -respondió en un hilillo decreciente de voz. -Es molesto cantar estar en la calle y más ahora que llega el mal tiempo.
-No, si lo que voy a dejar es el conservatorio.
-¡¿Qué?!
-Lo que has oído. Es mucho más divertido cantar en la calle mientras tu tocas el violín.
-¿Pero como te vas a ir? Tú eres muy bueno, las otras escuelas se matan por darte ofertas y becas.
-Ya, pero ya no tendré tiempo para eso. ¿Te puedo contar un secreto?
-Cla… claro…
-Desde pequeño me ha encantado la música. Y mi sueño era una locura, viajar por todo el mundo cantando y que gente de cualquier lugar me escuche, no me importaría ser no conocido solo que alguien me oiga, como cuando tocamos en la calle y la gente se para. Eso hace que me sienta muy bien. ¿A ti no?
-Si… la verdad es que se ha vuelto algo muy normal, incluso ha llegado a gustarme de verdad.
-Pues ven conmigo. -habló muy contento de escuchar eso de su amigo.
-¡¿Estás loco?! Yo no puedo.
-¿Por qué?
-Yo no soy como tú, tengo que trabajar muy duro para poder pagarlo todo.
-Pero tu no deberías de tener que pagártelo todo, todavía no tienes 20 años, aun eres menor de edad.
-Ya, pero si no lo hago yo no lo va hacer nadie. Tú no sabes nada.
-¡Y no lo sabré si no me lo dices!
-¿Decirte el qué? ¡Que mi padre pasa de mi y de la casa, como si no existiera que se gasta todos nuestro ahorros en sabe Dios que! ¿Quieres que te diga eso? ¡Pues eso lo que me pasa! ¡Me revienta que yo tenga que estar esforzándome para poder permanecer en el conservatorio y que halla personas como tú que no tienen que dejarse la piel y desaprovecha lo que tiene! ¡Eso es muy injusto!
-Lo sé, la vida es injusta.
-¡¿No sabes que el violín es mi vida?! ¡¿Entonces por qué eres tan egoísta?! ¡¿Por qué menosprecias a la gente que trabaja duro por conseguir lo que tu logras sin despeinarte?!
-Porque me muero. -Osamu se calló de golpe como si las palabras se hubiesen atascado en sus cuerdas bocales por la sorpresa que causó en él la respuesta. La cara seria de Ichinose parecía asustarle, nunca le había visto sin su sonrisa de oreja a oreja. -Me estoy muriendo, tengo cáncer.
-No… No, bromees así.
-Lo digo de verdad. Tengo cáncer de garganta. Me lo diagnosticaron no hace mucho.
-Pero… eso es imposible… -murmuró dejándose caer sobre la cama al lado de Ciñose -¿Y no se puede hacer nada?
-Los doctores dicen que podrían extirpármelo… pero…
-¿No podrías volver cantar?
-No… Por eso no se todavía que hacer. Solo pensar que tendré que abandonar lo que más me gusta en el mundo hace que me den unas horribles ganas de llorar... Pero no quiero morir. -habló desesperadamente dejando salir todo lo que sentía. -Osamu… Tengo mucho miedo… no quiero morirme… Había… había muchas cosas que quería hacer… Yo… tenía muchos sueños, pero ahora los tengo que dejar todos porque si no me moriré.
-¿Por qué no me dijiste esto antes? -preguntó abrazando fuertemente al menor de un modo protector.
-Porque… tú… parecías muy triste y no quería preocuparte… Pero el tumor ha crecido y me van a tener que operar antes de que se extienda. Yo tenía que decírtelo porque ya no podré cantar más contigo… Por eso te había preguntado si tu querías venir junto a mi a hacer mi locura. Porque yo quería hacerlo… antes de…
-¿Querías que viajase contigo?
-Sí… pero da lo mismo ya…
-¡¿Cómo que da lo mismo?!
-Porque si tú no vienes conmigo no tiene sentido que lo haga. En el fondo me da miedo hacerlo solo.
-Yo… -musitó intentando consolarlo en aquel momento tan doloroso pero no sabía que hacer. Le hubiese encantado decirle que iría con él pero era imposible no podía marcharse y dejarlo todo, aunque le hubiese encantado.
-No hace falta que te excuses. Si como su propio nombre indica es una locura. Bueno, tengo que marcharme ya. Nos veremos mañana.
-Claro… como todos los días. Te acompaño a la puerta.

Osamu miró a su amigo irse con su sonrisa como si aquella conversación nunca hubiera tenido lugar. El chico de los cabellos cenizos aquella noche no pudo conciliar el sueño. No paraba de dar vueltas en la cama pensando y repasando mentalmente todas y cada una de las palabras que Ichinose había pronunciado. Él estaba realmente enfermo y si no le operaban se moriría. De pronto la imagen de el rostro de Ichinose enmarcado por la madera de un ataúd le sobresaltó tanto que le hizo saltar del colchón. No, él no podía acabar así, él era fuerte y optimista, se supone que a la gente así las cosas le salen bien. ¿Por qué a Ichinose no? ¿Por qué él tenía que renunciar de ese modo a todo lo que quería? Él no podría vivir si le dijesen que no volvería a tocar el violín. Era cruel y horrible. Y por otro lado él, Osamu, ya no pensaba en sus problemas del mismo modo. Ya no parecí preocupado por cuanto se gastaría su padre aquella noche en vicios. Solo podía pensar en como ayudar a su amigo y al no encontrar respuesta solo se desesperaba más y más. No… ¡No! No podía perderle de ese modo. Las lágrimas salían de sus ojos y resbalaban por sus mejilla hasta caer en las sábanas.

Los días pasaron con una normalidad aterradora. Lo único que diferían unos de otros era que cada vez los ataques de tos o la ronquera de Ichinose iban empeorando. Pero el que parecía marchitarse lentamente era Osamu. Cuando los dos se quedaban en silencio a la media luz del día acabándose, sentados en un banco del parque, le mataba pensar que dentro de no mucho aquellos momentos mudos no iban a ser opcionales. Ese día era el último que pasaría junto a la voz del castaño. Y ninguno de los dos sabía que decir y el rubio cenizo lo necesitaba, necesitaba decirle todo lo que quería.

-¿Sabes? Mi padre a traer a vivir con su amante. He decidido que en verano, cuando cumpla los veinte, buscaré un trabajo y me iré . Ya no aguanto más ahí.-se atrevió a hablar rompiendo así la calma.
-¿Te vas a independizar? Eso es genial.
-Sí creo que a lo mejor mi padre se centra un poco si vive con su nueva mujer.
-¡Que bien! Me alegro mucho. -y tras esas palabras el silencio regresó.
-Sí, ya tengo ganas de hacerlo.
-Puedo decirte yo ahora una cosa. Estoy muy asustado. Tengo miedo de que la operación no sirva de nada… o de que algo salga mal. -confesó apoyándose en el hombro del rubio.
-Ichinose… ¿me cantarías otra canción?
-¿No has tenido suficientes canciones por hoy?
-No… es que no quiero que cantes… quiero que lo hagas para mi, para nadie más.
-Como quieras… -contestó dedicándole una de sus dulces sonrisas comenzando a entonar suavemente una melodía de su repertorio.

Entre todas cosas que no conté,
había algunas que de verdad te quería decir,
pero ya no tengo motivos reales para hacerlo.

Ahora lo único que me pregunto es:
¿Por qué no lo hice antes?

Los recuerdos son como montañas de polvo que se acumulan,
y que siempre vuelven a visitarme.

He olvidado ya como se dice su nombre,
puede que eso sea lo que me da más miedo.

Solo puedo seguir adelante en el presente, continuo.
Nada está cambiando pero día a día lo supero.
Y en algún lugar escucharé su voz de nuevo.
Pero solo podré dejarla ir.
Solo… Cof… Cof…

Comenzó a toser fuertemente llevándose la mano a la boca para no hacerlo encima de su amigo.
-¿Te encuentras bien, Ichinose?
-Sí… Cof… estoy bien… -contestó pese a que su tos aumentó a tales extremos que unas gotas de sangre se escaparon de su garganta por la fuerza.
-Vámonos. Te llevaré hasta tu casa. -le propuso mientras limpiaba las manchas rojas de la mano de su amigo con un pañuelo.
-No… Osamu… quiero estar contigo… todo el tiempo que pueda, mientras… tenga voz. -le pidió con ojos brillantes como si tuviesen una capa de esmalte.
-Yo también quiero estar junto a ti todo lo que sea posible. -respondió bramándolo fuertemente de un modo totalmente espontáneo. Tenía que decírselo, era hablar en ese momento o callar para siempre.
-Gra… gracias… Osamu… -musitó dejando que las gotitas de agua se escapasen de sus ojos negros.
-Ichinose… -empezó sosteniendo la carita del chico entre sus manos -Tú dijiste que querías hacer una locura conmigo ¿cierto?
-Sí, quería viajar por todo el mundo…
-Pues yo quiero hacer otra locura… Y solo puedes ser tú el que me acompañe, pase lo que pase mañana, eres tú… Lo que quiero decir es que…
-Shu… No necesitas hablar más… -susurró el castaño sellando sus labios con el dedo índice -Yo también quiero hacer esa locura, Osamu.

Luego solo apartó su delgado dedito para juntar su sonrisa con los todavía incrédulos labios de Osamu. Y aunque sonriese las lágrimas no paraban de salir de sus ojos mezcla de la amargura y felicidad. Su beso aun tenía cierto sabor metálico de la sangre, el rubio se esperaba que supiese a chocolate. Pero no era así. Y de todos modos para ambos fue uno de los mejores momentos que podían imaginar entre tanto daño que les hacía la vida. Ahora les rodeaba una burbuja, una esfera de cristal que les separaba del resto del mundo, solo necesitaban sentirse el uno al otro sin ni siquiera pensar en lo que podría pasar en el futuro. Solo tenían la certeza de que ocurriera lo que ocurriera no dejarían aquella vida que habían construido y que les envolvía.