domingo, 28 de marzo de 2010

Lo que se hace con un muñeco roto.


Chiaki se giró sobre si mismo velozmente deseoso de que su mirada se cruzara de nuevo con la de Satoshi. Miró por la ventana y sonrió ampliamente al verle sentado como todas las mañanas enfrente de su portátil, intentando convertirse en una revolución en el mundo de los escritores. Se le veía tan afanoso en su trabajo incluso cuando solo se dedicaba a mirar la hoja en blanco sin saber que más escribir para conseguir mantener la intriga en su novela negra.
El joven de extraño color rubio casi verdoso abrió la ventana sentándose en el alfeizar, con todo el cuidado del mundo para no caerse. Satoshi le vio hacerlo desde el otro lado del cristal, como todas las mañanas desde que le conocía. Abrió la ventana para hablar con su vecino.

-¿Qué tal estás? Pareces bajo de inspiración hoy. -saludó Chiaki adelantándose a las palabras del joven moreno.
-Bien, pero tienes razón últimamente no se me ocurre nada decente que escribir. ¿Y tu como te encuentras? -contestó con un marcado tono de preocupación en su agradable voz.
-Mejor… ya no me duele tanto como ayer. -musitó acariciando su propio tobillo que parecía amoratado.
-Esto no puede seguir así, Chiaki un día te va ha matar.
-No exageres hombre. Tampoco es para tanto ya sabes que yo soy muy torpe, me lo merecía.
-¡No digas estupideces! ¿Cómo te lo vas a merecer?
-Soy tonto, me merecía que me castigara.
-¡Te tiró por las escaleras! ¡No ves que si no llegas a agarrarte a la barandilla te mata!
-Pero no me pasó nada… -murmuro cada vez más apenado.
-Sabes que puedes llorar… -hablo él mirando a otro lado.
-No, no puedo si lo hago seré todavía más tonto.
-No eres tonto.
-Si lo soy. Si no lo fuera no me ocurrirían cosas como esta. Si fuera una buen marido para Mashiro él no tendría que castigarme.

Haría seis meses que se conocían, cuando Satoshi se trasladó desde Shibuya a Tokio para trabajar de escritor. Entonces Chiaki parecía feliz, aunque él siempre sonreía, por lo que no sabía a ciencia cierta durante cuanto tiempo tuvo que soportar los maltratos de su marido Mashiro. Ellos siempre hablaban mientras trabajaba delante de su portatil y siempre conseguía hacerle olvidar el estrés. Chiaki era muy divertido y amable con el Satoshi, se había mal acostumbrado a sus mañaneras presencias… Tal vez demasiado. Sabia que él llevaba una carga gigantesca sobre sus delicados hombros, y aun así sonreía alegre como si nada de lo que fuera a pasar esa misma noche importara. Todo el mundo sabe que a los niños se les dice que por las noches llegan los monstruos y puede que no sea del todo mentira por lo menos a la casa de los Mayama siempre llegaba Mashiro. Los gritos de Chiaki se podían oír desde su habitación como si estuviera en la contigua, y él no sabía que hacer para que pararan, eso era lo que de verdad le mataba. Solo cerraba sus ojos verdes lo más fuerte que la piel de sus parpados le permitían deseando que al volver a abrirlos desaparecieran como si nunca hubieran existido. Pero era conciente que eso no servia de nada y que a la noche siguiente regresarían, para atormentarle recriminando su tremenda impotencia. Y aun así… sonreía… todas las noches antes de que él apagara la luz le regalaba una dulce mirada deseándole dulces sueños entre todas las lagrimas que se escapaban de sus ojos azules. Su corazón estaba partido por la mitad, uno de los fragmentos se alegraba de haberle conocido, de compartir los días con él, pero para el otro aquel cariño que sentía hacia su vecino no era más que una maldición y una tortura.

-Sabes una cosa… -hablo Chiaki sacándole así de sus pensamientos. -Yo quería ser científico. Pero cuando Mashiro se casó conmigo me obligo a que me olvidara del tema. De pequeño leí “El origen de las especies” de Darwin y me enamoré de la ciencia.
-Una pena a lo mejor ahora serias un importante investigador.
-Si… y mira lo que tengo que aguantar, creo que hubiera preferido nacer mujer. Así nadie podría negarme que esto es maltrato.
-Te entiendo… no es justo que nadie haga nada por evitarlo.

La noche cayó sobre las calles de Tokio. Mashiro abrió la puerta de la casa donde vivía junto a Chiaki. Parecía molesto con este, más que de costumbre. Al pasar por su lado lo miró con la mirada más despectiva que podía dedicarle. El rubito se dio cuenta y decidió guardar silencio como solía hacer cuando estaba con él.

-¡Chiaki! -apeló bruscamente al joven.
-Di… dime Mashiro. -contestó el aludido con un asustado hilo de voz.
-¿Sabes que me han dicho los vecinos que te dedicas a hacer todas las mañanas en cuanto salgo por esa puerta?
-¿El… el que? Yo hago todo lo que me dices…
-¡No me mientas Chiaki! ¡¿Es verdad que te dedicas a coquetear con el vecino todas las mañanas?!
-¡No… no es verdad! ¡Yo no coqueteo con él!
-¡Valla que si te ves con ese!
-¡Solo somos amigos!
-¡Mentira! -gritó con todas sus fuerzas. Agarró el pelo rubio de Chiaki y le empujó contra la pared aplastándole contra ella. -Ya sabia yo que tu no eras mas que un perro estupido.
-De verdad Mashiro, te juro que no hay nada entre Satoshi y yo.
-Así que el otro perro se llama Satoshi.

Los gritos ya podían empezar a oírse desde el cuarto del aludido. Odiaba a ese hombre con todas sus fuerzas, tanto que más de una vez había deseado mandarle al otro mundo de un balazo en la sien. Aquello no podía continuar quería que hacer algo por Chiaki, es más tenía que hacerlo, si no ninguno de los dos aguantaría mucho más sin enloquecer.

***
El sonido de unos golpes en la puerta despertaron a Chiaki de su corto sueño. Todavía tenía las lagrimas secas pegadas a lo largo de su rostro. Se vistió lo más rápido que pudo para atender a la visita. Ya era tarde, apenas había dormido un par de horas pues estuvo toda la noche sin parar de llorar. Mashiro ya se había marchado.

Al abrir la puerta se encontró con los decididos ojos verdes de Satoshi. Este le miró durante un segundo para luego estrecharle entre sus brazos lo más fuerte que pudo, sin ni siquiera dejarle reaccionar a su llegada.

-Ya está… ya está… todo va a ir bien… -susurraba mientras acariciaba sus alborotados cabellos dorados.

Chiaki de repente se sintió bien, tan bien que no recordaba cuando fue la última vez que se sintió así de seguro. Sin darse cuenta de lo que hacía devolvió el abrazo ni siquiera pensando en lo que le pasaría si alguien les viera. El joven volvió a empezar a llorar aliviado de que él estuviera allí. Lloró un minuto… tres… cinco… diez… talvez hasta quince… lloró hasta que sus ojos no fueron capaces de fabricar más lagrimas.

-¿Estás ya mejor? -murmuró Satoshi en un susurro.
-Sí ya estoy mejor… muchas gracias. Pero tienes que irte si alguien nos ve no se que te podría hacer Mashiro.
-Mashiro no nos va a hacer nada… Ni a ti ni a mí, nunca más te hará daño. -consoló el escritor en tono tranquilizador.
-¿Como puedes estar tan seguro?
-Porque tu vienes conmigo a un lugar lejos de él. Te llevaré a Osaka ahí vive mi prima, ella nos puede ayudar.
-¿Pero de que hablas, como me voy a ir a Osaka? ¿Estás loco? ¿Y mis cosas? ¿Cómo me voy a marchar así como así? Puede que a ti todo te resulte muy fácil pero… pero… -a medida que hablaba sentía más ganas de recaer en sus lagrimas al darse cuenta de que en esa ciudad no le quedaba nada que le retuviera. -Vámonos… por favor.
-Hoy pasaremos la noche en un hotel mañana vendrá a buscarnos. Todo nos va ha salir bien te lo prometo. Mi muñequito roto. -concluyó volviéndole a abrazar.

Unas horas después, ya habiendo anochecido, caminaban por un viejo parque donde ni un alma parecía pasear por sus angostos caminos. Ya se instalaron en un hotel y simplemente paseaban para calmarse. Todavía no habían dejado Tokio pero creían ya estar lo suficientemente alejados por lo que difícilmente les encontrarían. Chiaki solo había cogido algunas prendas para poder cambiarse, no podía negar que abandonar así todas sus pertenencias le dolía. Satoshi había echo lo mismo y además rescató su querido portatil.

-¿Qué hará ahora Mashiro? Ya debe de haber visto que no estoy. -murmuró sentándose en un antiguo y de aspecto oxidado banco de hierro.
-No te preocupes, es imposible que sepa donde estamos, yo no le he dicho nada a nadie salvo a mi prima donde estábamos, y ella está en Osaka. -tranquilizó sentándose a su lado.
-Estas loco… -musitó con una sonrisa.
-Lo sé, todo el mundo suele decírmelo.
-¿Por qué haces esto?
-Si te digo la verdad, no lo sé. Puede que solo sea egoísmo. No aguantaba oírte pasarlo tan mal. ¿Por qué te casaste con ese hombre tan horrible?
-Por conveniencia, la que tendría que haberse casado con él era mi hermana mayor pero como ella murió lo hice yo. Esto suena muy raro, pero es así creo que a él con quedarse con el negocio de mi familia todo le valía. Me engaño. Y yo que era un crio tonto al que nadie quiere porque es feo y torpe me lo creí.
-Tu no eres feo ni torpe sino no serias capaz de sentarte en el alfeizar sin caerte.
-Ya… pero es solo dices tu que me ves con buenos ojos.
-¿Y tus padres?
-Murieron poco después de que me casara. Estoy totalmente solo como ves.
-Ya no, te he dicho que te vienes conmigo.
-Muchas gracias, eres el único que se ha preocupado por mi. Sabes… creo que Mashiro tenía un poco de razón.
-¡¿Cómo que tenia razón?!
-Si porque él decía que me había enamorado de ti y creo que es verdad. -Ambos guardaron unos segundos de silencio sin saber que decir. Sus miradas se cruzaron clavándose la una en la otra como si el tiempo se hubiera detenido en ese mismo momento.
-Te quiero… te quiero muchísimo. -susurró Satoshi casi imperceptiblemente. Ambos empezaron acercar sus labios al mismo tiempo que cerraban sus ojos como si quisieran abstraerse del mundo real perdiéndose en la acompasada respiración del otro.

Acabaron de juntarlos para fundirse en un único beso, dulce y largo casi sin respirar, no querían separarse por miedo a no ser capaces de reaccionar cuando todo terminara. De los ojos del joven Chiaki empezaron a brotar unos suaves ríos de lagrimas, talvez por miedo aun a lo que iba a pasar si su marido sabía lo que hacia en esos momentos. Y talvez por mentar al diablo o simple casualidad los famosos chillidos de Mashiro salieron de entre la profunda y silenciosa oscuridad del parque.

-¡Chiaki! -exclamó acercándose amenazante a la pareja. -Maldito hijo de…
-¡Déjale! -grito el moreno poniéndose como barrera para el chico.
-Déjalo tu, por si no lo sabes es mío. -dijo agarrándolo del pelo, moviéndolo como si se tratara de un juguete. él no parecía atreverse a decir nada y solo se quejaba.
-¡No, es tuyo! ¡No es un muñeco y tu no tienes derecho a dañarle!
-Si lo es, es un muñeca feo y roto que no sirve para nada, y eso es lo que se hace con un muñeco roto.
-Por favor Satoshi… -susurró Chiaki entre lágrimas. -déjalo estar, no pasa nada.
-Así me gusta querido, ahora vámonos. -contestó él haciendo un ademán de irse con su pareja.

El moreno cada vez se sentía más furioso y mal en todos los sentidos. Tanto que le parecía que se iba a deshacer en gotas de agua que pretendían salirse de sus ojos. Tanto que sus impulsos eran más fue él. Apretó sus manos fuertemente, si hubiese tenido las uñas un poco más largas se habría echo sangre. Corrió un par de pasos para golpearle con todas sus fuerzas, necesitaba hacerlo. Pero justo antes de hacerlo Mashiro sacó una pistola de acero plateado apuntando al moreno, advirtiéndole así que no se acercara ni un centímetro.

-Da un paso más y te vuelo la tapadera de los sesos, mono.
-¡Por favor Mashiro, no le hagas daño! ¡Te lo suplico! -pidió el joven ya no pudiendo aguantar más esa escena. Apartándole mano de su marido para que no apuntara donde deseaba.
-Tu a callar, sino quieres que también te mate a ti.
-¡Pues mátame a mi! ¡Tú ya has conseguido de mi lo que querías, ya tienes el negocio de mi familia, yo ya te doy lo mismo! Pero no le hagas daño a él.
-¡Chiaki, no le digas eso que es capaz de matarte de verdad! -chilló él intentando que se callara.
-¡Ya lo se! -afirmó Chiaki con la cara completamente mojada por el miedo. -¿Cómo no lo voy a saber, si siempre me maltrata, si tengo el cuerpo lleno de moratones, si todas las noches dudo si realmente estoy vivo o si he muerto y esto es el infierno? Ya me lo ha arrebatado todo, si me quita el único consuelo que me queda en el mundo me moriré de todos modos. Prefiero que me mate ahora antes que ver como lo hace contigo.
-¡Bravo! -exclamó el castaño en tono irónico queriendo burlarse de él. -Muy bonito Chiaki-chan. Pues si eso es lo que quieres. Tus deseos son ordenes.

Pegó un empujón al chico tirándola al suelo. Todo fue muy rápido. Un gesto, un sonido, sangre, gritos, miedo, y finalmente oscuridad, casi ni tiempo al dolor. A Chiaki solo le dio los justos segundos para desear que la teoría del espacio tiempo no fuera cierta y no le tocara volver a vivir esa misma vida de nuevo y decirle adiós a la única persona que echaría de menos si su deseo se cumplía.

Ni un segundo había pasado, o eso le había parecido, cuando oyó una voz que lo llamaba, con un tono que mezclaba la alegría y la amargura en una extraña proporción. A lo mejor era su hermana que la buscaba. La voz se hizo un poco más clara haciendo que descartara la idea, ya que era masculina. Se vio con las suficientes fuerzas como para abrir los ojos. Lentamente lo fue haciendo las retinas parecieron escocerle hasta que se acostumbraron a la luz. Por un segundo solo vio manchas de color carbón y verde esmeralda.

-Chiaki… -susurraron aquellos puntos de colores que poco a poco fueron tomando forma.
-¿Dónde estoy? -murmuró en un hilo de voz, cerrando fuertemente de nuevo los ojos para que el escozor desapareciera antes.
-Estás bien, estás en un hospital. -contestó el joven escritor sin atinar demasiado con las palabras que quería decirle, solo le abrazo lo más fuerte que pudo queriendo evitar que se alejara de él de nuevo.
-¿Estoy… estoy vivo? -preguntó devolviéndole el abrazo sin acabar de estar seguro.
-Sí, es un milagro, no te imaginas el miedo que he pasado. Llevas tres días sin despertar. Los médicos dicen que a lo mejor te queda una cicatriz, pero estás bien.
-Estoy acostumbrado a las cicatrices, una más no me traumatizará he tenido suerte. ¿Y Mashiro? -volvió a cuestionar mientras ambos se incorporaban.
-No te volverá a molestar, ahora si te lo puedo asegurar. Chiaki prefirió no preguntar cómo estaba tan seguro, era mejor quedarse con la duda y seguir viéndole como a un héroe. -Has sido muy valiente, Chiaki, más que muchos otros.
-¿Ahora me llevarás a Osaka? -sonrío alegre de estar con él los dos vivos.
-Solo si tu quieres. -contestó dulcemente.
-Dime ¿Qué haces tú con las muñecos rotos y feas que no sirven para nada?
-No lo sé, nunca he tenido uno, y por supuesto, tú estarás roto pero para nada eres feo, ni sirves para nada. Y a las muñecos rotos hay que arreglarlos, no romperlas más como hacen otros.
-Me parece bien… ¿Sabes una cosa? -murmuró apoyando la frente en su hombro abrazándole del talle. -Te quiero Satoshi. Tengo mucha suerte de haberte conocido.-Satoshi no contestó, solo hizo un gesto, estando seguro de que lo había entendido.

1 comentario:

  1. Una historia muy dramática y aunque con un toque desconocido también es tristemente real.
    No sabía que escribías también este tipo de historias más serias o dramáticas, pensaba que olo tuyo eran las historias costumbristas pero igualmente te ha quedado muy bien.
    Un besazo.

    ResponderEliminar