viernes, 15 de octubre de 2010

La noche del quince de diciembre.


Aki creía en el destino. Sabía que existía, que el les había unido. Y también sabia que nunca podría olvidar aquella noche, por mucho que otros recuerdos intentaran remplazarla, aquella noche fue muy especial.

La noche del quince de diciembre de aquel año era desde luego heladora. Los copos de nieve caían desde el cielo lentamente como si fuesen pequeña plumas desprendida de las alas de un ángel. Aki, un niño que en esa ocasión no sobrepasaría los once años de cabellos canela y ojos casi ambarinos, los miraba embelesado y con la cara llena de ilusión deseando que a la mañana siguiente todo hubiese cuajado para salir a jugar con ella. Pero su padre, con el que había salido a comprar algo para la cena, no hacía más que quitarle sus ilusiones diciéndole que puesto que había llovido a cantaros durante toda la tarde no se iba a depositar bien. Cerró su paraguas verde y extendió su pequeña manita tapada por un guantecito atado a la manga del abrigo intentando coger alguno de esos fragmentos de nube.
Cuando se percató de que no era el único que estaba solo en aquella plaza desplazó su mirada color miel a otro niño más o menos de la misma edad que él. No pudo evitar que le llamara la atención, tal vez por sus cabellos blancos como la nieve que caía esa noche, tal vez sus tremendos ojos escarlata, o tal vez por la triste y desamparada expresión de su rostro. Allí estaba, como si de una estatua humana se tratase. La nieve se acumulaba encima de sus pequeños hombros y él seguía sin inmutarse como si se hubiera congelado.

-¡Aki! -exclamó el padre del aludido indicándole que ya era la hora de volver a casa.
-Voy papá. -contestó corriendo hacía él.
-No corras que te va a caer… -advirtió viendo divertido a su hijo y cociéndole de la mano para que no se despistara.
-Papá… -empezó el pequeño echando un vistazo al niño que habían dejado ya unos metros atrás -¿Qué hace ese niño?
-No lo sé, estará esperando a alguien. -contestó tirando suavemente de él para que siguiese andando.

Sí, esperaba a alguien, pero hasta unos años después Aki no lo entendería…

Ahora Aki, casi una década más tarde, velaba a ese mismo chico a los pies de su cama. Miraba como dormía tranquilamente con media cara hundida en la almohada con los labios entreabiertos dejando que sus delicados suspiros se escaparan entre ellos. Acarició tiernamente la sonrosada mejilla de Kunio y cuando este notó el roce de la mano de Aki inconcientemente estremeció y él, igual de involuntario, sonrió. Se sentía tan bien junto a Kunio. Le dio un suave beso en la comisura visible de sus labios algo amoratada, y al igual que con la caricia el albino se rebulló entre las sabanas blancas de su cama.

“Será mejor que me valla antes de que se despierte.” Pensó el castaño alejándose lentamente de la cama de su amigo con un extremo cuidado en sus movimientos para que el chico no se despertara. Se paró en el umbral de la puerta y volvió a girarse a él dedicándole otra silenciosa sonrisa, para luego cerrarla lo más despacio que podía.

El albino abrió los ojos pesadamente pestañeando varias veces para que la luz no le deslumbrara. Salió de su cuarto con los huesos aun doloridos encontrándose con el atareado Aki que estudiaba sumido en sus libros. Kunio se acercó a el castaño sentándose a su lado para dejar reposar su cabeza plateada en el hombro de él.

-Aki… lo siento. -susurró con un deje de amargura.
-Tú no tienes porqué disculparte, si eres la victima. -contestó el mayor en el mismo tono de voz.
-Pero es que siempre te meto en problemas… debo de ser muy molesto para ti.
-Si fueses mínimamente molesto ya te habría echado de una patada de mi casa. Pero no lo eres. Pero estás seguro que ahora te encuentras bien.
-Sí me encuentro muy bien… Hoy he dormido como un lirón.
-Me alegro… -concluyó Aki dedicándole de nuevo una delicada sonrisa -Tendrías que dejar ese trabajo.
-Sabes que no puedo dejarlo… te prometí que me esforzaría para poder pagar la mitad de los gastos de el piso… bastante tienes ya con tenerme aquí. -habló el chico de los cabellos plateados en un tono algo orgulloso.
-Pero hay más trabajos… podrías hacer uno por la mañana. Así no te encontrarías tan a menudo con esos subnormales crónicos.
-Te preocupas demasiado. Tú siempre vienes para que no me pase nada. Tampoco es que me tope con ellos todos los días.
-No, solo ayer… y la semana pasada… y la anterior… y la anterior a esa…
-Bueno, vale. Pero en cierto modo yo fui el que me lo busqué.
-¡No digas tonterías! ¡Cuando te pones cabezota no hay quien te aguante! -exclamó levantándose de la mesa camilla como si estuviese muy enfadado. Cuando notó la fría mano de Kunio tomando la suya le paró.
-Aki… -murmuró con una tímida sonrisa y sus mejillas blancas teñidas de un tenue rosa -Muchas gracias por ser mi amigo…
-¡Ah! ¡No me seas cursi! -se quejó alejándose de él con un falso enfado.

Kunio siempre había sido muy delicado, tanto en el aspecto de la salud como en el psicológico. Nunca se había sentido útil para nadie. Y eso se agravó más desde la desaparición de sus padres. Ellos tenían que irse aquella mañana del quince de diciembre en la que el albino estaba en el colegio. Cuando llegó a casa no estaban, y para colmo no tenía llaves para entrar en la casa. Esperó, esperó una, dos, tres, cinco, incluso nueve horas… en realidad no sabía cuanto estuvo ahí de pie. Esperando. Nunca pudo averiguar que es lo que les había pasado a sus padres. Y no solo eso tuvo que empezar a trabajar desde muy joven para ayudar a sus tíos que se encargaron de él cuando eso pasó. Siempre fue una molestia, para todos incluso ahora para Aki lo era. Aunque no lo dijera, pese a que no se quejara, lo era. Le hacía ir a buscarle todas las noches al bar donde trabajaba de camarero solo porque unos pandilleros la habían tomado con él y le daba miedo ir solo.

Seguro que en el fondo le odiaba…

Desde que se conocieron y se proclamaron “mejores amigos” habían estado juntos en todo momento. Aki le ayudó en todo lo que pudo y más, incluso cuando rompió la promesa de que ambos estudiarían literatura juntos para trabajar en ese antro de tres al cuarto. Incluso cuando tuvo su primera desilusión amorosa. Aki estuvo allí, ofreciéndole un hombro en el que llorar. Aki siempre estuvo allí, para todo. Se había malacostumbrado a eso. A que le regañara pese a que no estaba enfadado, a que le sonriese pese a que no estaba contento. A que todas esas noches sus manos se rozaran accidentalmente y acabaran entrelazándose también de modo espontáneo cuando nadie les veía. A que sus labios parecieran tener un misterioso magnetismo que les impulsaba a unirlos sin que fuesen concientes de ello. Sí, se había malacostumbrado.

Seguro que en el fondo le odiaba…

Porque todo el mundo lo hacía…

Kunio volvió a desviar la mirada al calendario que colgaba de la nevera por novena vez en esa tarde. Ya era día quince del mes más frío del año. Hacía diez años que su vida cambió tan radicalmente pasando de ser un niño consentido y enmadrado a uno depresivo y desamparado que solo servía para ser odiado. Diez años y todavía no estaba seguro el porqué de haberse quedado solo en la nieve.

-Estas muy serio… -susurró el castaño volviéndose a Kunio desde atrás.
-Es que estaba pensando… ya sabes… cuando mis padres me abandonaron. Debo de ser tonto… Llevo todo el día así.
-No eres tonto es normal estar triste, por mucho tiempo que pase. -siguió mientras se sentaba a su lado de nuevo en la mesa camilla al calor de la estufa. -Aunque es verdad que todos los años te pones muy moña.
-Lo sé, y sé que a ti no te gusta. -contestó el chico de los cabellos plateados mirándole con sus ojos escarlata intentando parecer alegres.
-Pues no, no me gusta verte triste. Deberías de sonreír, porque cuando sonríes estás mucho más guapo, porque estoy viendo que si no te me hechas pareja pronto no vas a dejar de estar con esa cara de mortadela. ¡Así no le vas a gustar a nadie!
-¿Y a ti te gusto? -preguntó sin previo aviso mirando fijamente sus ojos miel. Haciendo que Aki se sonrojase tremendamente.
-Cla… claro que me gustas… -respondió muy sorprendido.

De nuevo sin ningún motivo aparente los labios de Kunio volvieron a moverse pero esta vez no par pronunciar alguna palabra si no para pegarse torpe y nerviosamente a los de Aki. El castaño por el susto que le dio el albino no pudo evitar echarse para atrás dándose un sonoro golpe con uno de los muebla que había próximos a él

-¡Ah! -chilló al sentir el choque entre u cráneo y el armario.
-¿Estás bien Aki? Lo… lo siento. -se disculpó Kunio intentando ayudarle.
-Sí lo estoy… solo me sorprendiste.
-Menos mal… -murmuró él arrepintiéndose de lo que había hecho. -Será mejor que me valla… no quiero llegar tarde al trabajo.
-Cuando acabe de estudiar iré a buscarte.
-Vale… -concluyó mirándose ambos muy rojos, casi más que los ojos de Kunio. -Bueno luego nos vemos…

El albino salió por la puerta apresurado por la vergüenza que sentía en ese incomodo momento. Aki se quedó en la casa muy pensativo por lo espontáneo que había sido Kunio. El corazón le latía extrañamente deprisa como intentando bombear más sangre de la necesaria.

-¡Venga Aki! ¡Espabílate! ¡Mañana tienes un examen que aprobar! -se dijo así mismo para auto concienciarse.

Intentó concentrarse en sus libros durante un largo rato pero cada pocos segundos la imagen de Kunio volvía a su mente haciendo que olvidase todo lo que memorizaba. Ya empezaba a hacerse tarde, los ojos se le cerraban prácticamente solos. Poco a poco fue cayendo en los brazos de Morfeo hasta quedarse totalmente dormido sobre su cuaderno de notas.

Kunio esperaba pacientemente que llegase el castaño. Hacía frío y notaba como su blanca piel se teñía de rosa por ese mismo motivo. Ya pasaba media hora desde el momento que solían encontrarse a diario. Estaría estudiando y para colmo se había olvidado el móvil. El albino se dispuso a caminar él solo puesto que al estar hay de pie sentía que acabaría congelándose. Las calles de esa noche solo eran iluminadas por las luces anaranjadas de las farolas. Cada pocos pasos miraba hacía atrás para asegurarse que allí no había ni un alma vagando.

-Mira, si ha venido copito de nieve. -dijo una voz en las sombras en tono burlón.
-Sí, y hoy no está con su novio. -siguió otra igual de maliciosa.
-Por favor dejadme… -pidió el chico con voz tímida, cuando vio a tres hombres no mucho más mayores que él.
-¿Qué pasa es que habéis discutido? -habló esta vez el tercero mientras le arrinconaban en una de las paredes de la calle.
-Si no contestas entonces es que estamos en lo cierto, ¿no preciosa?. -volvió a tomar la palabra el primero que parecía ser el cabecilla agarrándole del mentón para que lo mirara.
-Seguro que está deseando montárselo con otro tío.
-Por favor basta ya…
-Mira que linda se pone cuando llora. Vamos a ser amables con la damita y hacer algo que a ella le guste aprovechando que no está su perro guardián. -continuó el jefe tirando de sus cabello incoloros para manejarle como si de un muñeco de trapo se tratase.

Kunio estaba asustado, casi lloraba del miedo que sentía, sus manos le temblaban como si tuviesen vida propia. Tenía que irse… escaparse como fuese de allí. Entre el miedo y la confusión su cuerpo se defendió dando un cabezazo a la nariz del agresor haciéndola sangrar y dándole tiempo a correr unos metros.

-¡Serás…! -se quejó el herido maleante tapándose la nariz para que dejase de chorrear. -¡¿Pero que hacéis?! ¡No dejéis que se escape!

Aki corría todo lo que sus piernas le permitían. Estaba preocupado por el albino. No tenía que haberse quedado dormido. Todavía tenia que estar allí esperándole. Seguía con su firme paso en dirección al bar cuando los sonidos lastimeros de la voz de Kunio hicieron que sus temerosos ojos se desviaran.

-A…Aki… -intentó pronunciar en tono dolido desde el suelo de la calle.
-¡Kunio! ¡Kunio! ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? -exclamó el castaño al ver a su amigo tirado lleno de golpes y manchado de su propia sangre.
-Esos… eso tipos me han pegado… yo traté de defenderme pero ellos eran tres… y… -dejó de explicar puesto que los ojos de Aki ya se habían horriblemente percatado de una profunda puñalada en el estómago de Kunio.
-¿Cómo han podido hacerte eso? -contestó atónito sin poder evitar que el miedo y el pánico comenzaran a apoderarse de él. Sacó rápido el teléfono del bolsillo de su abrigo comenzando a marcar. -Voy a llamar a una ambulancia… No te preocupes, te vas a poner bien…

Kunio se sentía bastante débil, tenía ganas de cerrar los ojos para tal vez no abrirlos. Mientras las manos de Aki acariciaban sus cabellos de modo protector.

-Ya está Kunio. ya vienen para acá. Ya no va a pasar nada. No tengas miedo. -susurró rodeando su cuerpecito blanco con sus brazos, apretando la herida para intentar cortar la hemorragia.
-Ten… tengo mucho sueño…
-No Kunio, no puedes dormirte. Háblame de algo, venga de lo que sea.
-A… Aki… yo siempre… he querido pedirte perdón por haber… por haber sido una carga para ti…
-Ni se te ocurra volver a decir eso. Además te vas a curar. -riñó el castaño notando como sus ojos se llenaban de lágrimas.
-Sí lo he sido… siempre he sido muy inútil…
-”Nadie es inútil si puede aligerar el peso de los hombros de sus semejantes”
-¿Di… Dickens?
-Sí… como mañana suspenda el examen será por tu culpa.
-Pu… pu… pues lo siento… -Kunio ya empezaba a tiritar descontroladamente como si le dieran contusiones intentando sonreír.
-No te preocupes, la ambulancia no puede tardar mucho.
-Aki… yo… yo… tenía que decirte… que te… agradezco… que siempre estés conmigo… yo… te quiero mucho…
-Y yo a ti Kunio, yo también te quiero. -correspondió siendo esta vez Aki el que rozó sus labios con los de Kunio tierna y suavemente en una mera caricia. Mientras que las gotas de agua se deslizaban por sus rostros veloces. Cuando el albino notó como un delicado copo de nieve se depositó en su frente derritiéndose al contacto con su piel.
-Mira… Aki… está nevando… -habló con la reparación entrecortada como si le hubiesen quitado todo el aire de los pulmones.
-Sí, como el día en que nos conocimos.
-Aki prométeme que mañana… después de tus clases… saldrás conmigo a jugar con la nieve.
-Claro que sí. -contestó con una triste y ficticia mirada alegre puesto que ambos sabían ya que aquello no iba a ser posible.
-Y… otra… otra cosa… no me sueltes… por favor… no me sueltes hasta el final… Ahora tengo mucho… mucho sueño… -finalizó cerrando apoyándose en Aki. -Nunca… nunca… olvides que te quiero…

Fue lo último que dijo antes de que sus labios se helaran completamente expulsando su último suspiro. Antes de que el color carmesí de sus ojos se fuera junto a la sangre que había perdido y que se esparcía por el suelo. Antes de que los desesperados gritos del castaño inundaran las oscuras calles del invierno. Antes de que todo se convirtiera en nieve y con ello se llevara un trozo del corazón de Aki con el latido final del de Kunio.

Antes de que el destino les separara la noche del quince de diciembre.

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