martes, 14 de junio de 2011

Luces para Amai.


¡Hola! Mi nombre es Amai, Amai Akatsuki, pero antes no era así. Al principio mi nombre era Amai Mayama, pero ya no lo es. ¿Qué si puedo explicaros porqué es así? Sorsupuesto que puedo. Es una historia muy larga, pero tenemos tiempo, yo por lo menos. ¿Por donde empiezo? ¡Ah sí! Comenzaré por mi antigua familia.

Érase una vez una niña de pelo negro y ojos marrones y almendrados, una niña a la que todo el mundo decía que estaba loca, y esa niña era yo. Cuando nací, aunque ya comenzaba la primavera, hacía mucho frío pero además había una gran tormenta. Yo no sé exactamente lo que pasó, obviamente porque estaba naciendo, pero algo debió de salir mal y mi madre y yo estuvimos apunto de morir. Ellos nunca querían hablar de eso, nunca llegaron a decirme que es lo que ocurrió solo sé que mi madre tenía que ir en silla de ruedas, porque por la lluvia sufrió un accidente justo cuando nací. Mi madre me odiaba, yo estaba totalmente convencida, todavía lo estoy. Al principio era como todas las madres, pero cuanto más mayor me hacía más se enfadaba, más me gritaba y más me odiaba. A veces, cuando todavía llegaba desde su silla, me llegaba a agarrar del pelo hasta que me hacía llorar. Puedo parecer muy despistada, que siempre estoy en mi mundo, pero recuerdo aquellos días, cuando lo hago no puedo evitar echarme a llorar como una niña pequeña, como cuando me agarraba del pelo.

A mi padre tampoco le gustaba, creo que él pensaba que por mi culpa se había quedado sin su querida mujer. No digo que él, ni ella, no fuesen buenos, pero a mi no me querían. Ahora que lo metido… ¡Digo medito! Ahora que lo medito, estoy convencida de que mi madre era como yo, Mizuki-chan dice que es muy posible, ya que mi problema es hereditario. Y por eso mismo se deshicieron de mí, mi padre no podía con dos enfermas, en el fondo podría llegar a entenderlos, debió estar muy desesperado, con su mujer enferma, su hija enferma, y todo en contra. Se tenía que deshacer de mi, y eso hizo.

Un día me dijo que me llevaría a dar un paseo, me acuerdo muy bien. Fuimos a una especie de colegio, él se fue a “comprar” mientras yo esperaba. No se ni cuanto tiempo pasó, unas señoritas, apatentemente muy simpáticas me metieron en él, seguro que mi padre regresaría en seguida. Nunca lo hizo.

Entonces fue cuando me derrumbé, mis padres me habían abandonado, tan poquito significaba para ellos. Aunque mi madre me chillase, aunque me agarrase del pelo, en el fondo me gustaba imaginar que me querían, al menos un poco. Pero cuando me vi en aquella habitación, rodeada de niñas a las que no conocía de nada fue como si el alma se me hubiese caído al suelo y mi madre la hubiera aplastado pasando por encima con la silla de ruedas. Esa fue mi primera crisis, no sé el número de horas o días que estuve en la cama llorando. Cuando me levanté, me costó una semana dirigirle la palabra a alguien. Y más de un mes pasó antes de que pudiera sonreírle a alguien. Por culpa de eso todas mis compañeras me cogieron manía, empecé a pasar de la más absoluta de la desesperación a la euforia suprema, y entiendo que eso las asustase un poco. Solo se dirigían a mi lo gustito, solo si era necesario. Nadie jugaba conmigo, nadie me ayudaba con los deberes, volvía a estar sola. Aquel sitio no era mejor que mi casa. Las encargadas no eran mejores que mi madre, las desesperaba que fuese así, tan cambiante e inconstante, solían decir que era una cría inmadura, nunca se pararon a pensar que me pudiese pasarme algo. También sobraba allí. No iba a esperar a que me volvieran a abandonar así que me fui, guardé mis cosas en una bolsita y una tarde, cuando todos estaban demasiado en sus cosas como para darse cuenta, me escapé. No sabía a donde iba, creo que instintosamente quería volver a mi casa, porque cogí el tren de vuelta a ella. (Los niños no tenían que pagar, lo que a mí me venía de perlas)

Pero no en mi vida todo han sido desgracias. Esa misma tarde, en ese mismo tren, conocí a Kei-chan. Él tenía unos diecinueve años, yo ya era una niña con ocho años recién cumplidos unos meses antes. Debió de verme muy despistada intentando averiguar cual era la estación en la que tenía que bajarme, tratando de recordar el nombre de la palada en la que subí con mi padre el día que me dejó allí.

-¿Te has perdido? ¿Buscas a tu mamá o a tu papá? -me preguntó agachándose para ponerse a mi altura.
-N… No… Estoy bien… -le contesté poniéndome algo nerviosa porque pensaba a que me descubriría.
-¿Seguro? ¿Estás sola?
-Sí…
-Te has perdido.
-¡Que no! No me he perdido… es que…
-¿A dónde vas?
-No… no lo sé… -en ese momento pasé mucha vergüenza incluso creo que se me escapó alguna lágrima traicionera.
-¿Y ahora que hago? No puedo dejarla aquí sola… -se le escuchó susurrar.
-¿Como te llamas?
-A… A… Amai…
-¿Amai? ¡Que nombre tan bonito! Yo me llamo Keigo. -exclamó intentando consolarme secándome las lágrimas con un pañuelo de papel. -Vamos, Amai yo te ayudaré a encontrar a tus papás.
-Pero yo no he venido con mis papás.
-Bueno. ¿Con tus abuelos?
-Tampoco…
-¿Tus tíos?
-No…
-¿Has venido sola?
-Sí. Quería volver a mi casa y no me acuerdo de donde era.
-¿Y tampoco te sabes el número de teléfono?
-Lo… lo siento…
-No pidas perdón, es normal que no te acuerdes. Mira, yo tengo casi veinte años y no me sé el mío. -él miró a la ventana del tren y yo como si fuese un espejo hice lo mismo, el cielo ya estaba muy negro.
-Ya se ha hecho de noche.
-Sí… No queda mucho para mi estación, pero no puedo dejarte aquí sola. Hay gente muy mala. ¿Qué hago? -se quedó unos segundos pensando y luego volvió a mirarme para halar -Mira, Amai, como no sabes donde está tu casa, ni tu número vendrás hoy a la mía a dormir y mañana te ayudaré cuando sea de día. ¿Vale?
-Va… vale…

Keigo no ha cambiado nada desde entonces, en personalidad ni un poco, y físicamente no mucho más. Yo estoy my segura de que si hoy se encontrase otro niño perdido también se lo llevaría a su casa para ayudarlo. Él es muy amable y protector, antes de adoptarme ya se comportaba como si fuese mi padre. Aquel año él todavía vivía con sus padres, mis abuelos, la madre de Keigo era igual de morena que él, (como yo también soy morena pues todo el mundo cree que es la mía también) pero los ojos dorados de Keigo son heredados por línea paterna. Él estaba estudiando, creo que primero o segundo de carrera, que por cierto era derecho, ahora ya es todo un abogado. Hace diez años que le conozco y a veces aun me sorprende lo insistente que es cuando se le mete algo entre ceja y ceja, pero creo que lo que le honra es que en su ímpetu nunca cae en la violencia o en enfados innecesarios. Es un cabezota pacífico.

-¿Estás loco? -le dijo su madre al verme entrar por la puerta de su casa.
-Pero mamá… No podía dejarla sola. -contestó él.
-Ya, aun así no es lo mismo que encontrarse a un gato. ¿Tú no piensas antes de recoger cosas de la calle?
-No es una cosa. Por dios. ¿Qué iba a hacer si no?
-Pues esperar que llegase su madre.
-¡Que estaba sola!
-Déjalo mujer, sabes que tu hijo es un cabezota, no parará hasta que te convenza. Y solo es por una noche. -intervino el padre revolviéndome el pelo.

Al principio me dio la impresión de que la señora Akatsuki iba a ser igual de malvada que mi madre o las cuidadoras del huerfanato, pero me equivocaba. En cuanto entré en la casa ella se portó muy amable conmigo, me preparó un baño calentito, me dio la comida más mejor buena que había comido en mi vida e incluso me dejó una camisa para que la usase de camisón. Ella fue la que hizo que el pobre Keigo tuviese que dormir en el sofá del salón para que yo lo hiciese en su cama.

Cuando el Sol salió de nuevo era como si me hubiese llenado de energía, tal vez por lo bien que me lo pasé en esa casa ya me encontraba alegre de nuevo. Fuy corriendo a la cocina a darle los buenos días a Isana, la madre de Keigo, que estaba haciendo el desayuno muy afanosa.

-¡Buenos días!
-Valla, veo que hoy estás más contenta que ayer Amai-chan. Anda ve a despertar a Keigo que estará todavía tirado a la bartola en el sofá.
-¡De cuerdo!
-Se dice “de acuerdo”. -la escuché decir desde su posición.
-Buenos días señor Keigo. -saludé para despertarlo.
-Umm… No me llames “señor” que tampoco soy tan viejo. -respondió incorporándose.
-Lo siento… ¿Cómo te llamo entonces?
-Llámame, Keigo, como todo el mundo.
-Pero eso es muy aburrido… ¡¿Puedo llamarte Kei-chan?!
-Bueno, mejor que “señor Keigo”…
-¡Pues ya está! ¿Entonces Kei-chan me va a ayudar a volver a mi casa?
-Claro, verás que bien.

Después de desayunar Keigo y yo cogimos de nuevo el tren para ver cual de todas me sonaba. También me hizo una foto e improvisó un cartel de se busca como los de las películas de vaqueros… Pero al contrario, claro, porque nosotros no buscábamos a Amai, yo, si no buscábamos a quien se supone que me buscaba, sería entones un “¿Se busca?” o tal vez un “Se encuentra” pero no un “Se busca” porque nosotros no buscábamos a la niña del cartel porque era yo y estaba ahí… Bueno, da igual. La cuestión es que estuvimos toda la tarde dando vueltas a Tokio en busca de mi casa. Fue cansado pero se nos hizo muy divertido, comimos helado, bebimos refrescos y nos lo pasamos en grande.

Pero al final no encontramos mi casa, en cambio las maestras del huerfanato si que me encontraron a mi. Aunque yo dije que no quería ellas me arrastraron hasta mi “casa” explicándole lo ocurrido a Keigo que tenía cierta impotencia dibujada en su cara. Creo que él sabía que yo no era feliz allí. Me prometió ir a verme para que no me sintiese sola. Y como buen cumplidor que siempre ha sido lo hacía. Yo le contaba todo lo que me ocurría, lo bueno y lo malo, y el me escuchaba pese a que la chapa que suelta una niña de ocho años no es pequeña. Y yo me daba cuenta de que cuando le contaba que mis compañeras me pegaban o que las encargadas me chillaban sus ojos dorados se encendían como si tuviese un enfado contenido. Así pasaron meses creo que hasta dos años, poco a poco nos fuimos conociendo, yo quería a Keigo como se quiere a un padre, y lo sigo haciendo porque desde entonces hasta ahora ha sido lo más parecido a un padre que he tenido. Y eso molestaba a los demás; la loca no tenía más derecho a que la quisiesen. Sus miradas asesinas me hacían daño, pero luego Keigo las curaba, era un circulo vicioso y retroalimentatibo. (¡Sí, se decir “retroalimetativo“, pero no me sale “sorsupuesto”!)

Me parece recordar que el día que Keigo perdió los nervios, cosa rara en él, fue cuando llegué a la sala de visitas con un ojo morado. En efecto, me lo hicieron unas chicas muy envidiosas que se debían de aburrir. Cuando se lo conté, su reacción fue la de levantarse rápidamente y dirigirse con paso firme y decidido a la dirección del colegio. Estuvo junto a la jefa un largo rato del cual yo no pude escuchar ni una sílaba de lo que estaban diciendo.

-No te preocupes, Amai. Vas a salir de aquí, te lo prometo. -me dijo al salir de la habitación abrazándome fuertemente.

Yo no sabía a lo que se refería, pero confiaba ciegamente en él. Keigo siempre cumple sus promesas. Ahora sé que lo que quería con sus escasos veinte años era acogerme como si fuese su hija, todo el mundo le tachó de insensato. ¿Dónde iba un chico tan joven adoptando a una niña? Pero él no se rindió pese a toda la oposición que tuvo, como suele decir mi abuelo: “es un cabezota, y como buen cabezota nunca se rinde antes de conseguir lo que quiere, para él el abandono es peor que un fracaso,” Siempre he admirado la filosofía, creo que no solo yo, mucha gente desea ser como él, tan decidido, testarudo y rebelde, aunque lo que hace sea una locura, y lo sepa, nunca se arrepiente de nada.

Debido a su edad, sé que le costó mucho esfuerzo conseguir nombrarse como mi tutor, yo era pequeña y no lo entendía por lo que no sé explicar debidamente el procedimento. Solo sé que es un día me dijo que recogiese mis cosas, fue el día más feliz que había vivido en mis diez años. Había alquilado un apartamento pequeño de dos habitaciones e incluso había estado decorando mi cuarto usando todos los datos que le había dado durante esos meses. Pero en ella lo que más me llamó la atención fue el enorme oso que me había comprado solo para mi. Era la primera vez que alguien me hacía un regalo. Le puse de nombre Miss Teddy Margot, el motivo ni si quiera yo lo tengo del todo claro. Ahora Teddy Margot está un poco rota, tiene varios parches por todo su cuerpo de oso, y un ojo improvisado con un botón negro. Pero aun así sigue siendo mi tesoro.

Pese a todo lo que decía la gente sobre los impulsos de Keigo, de que si fue un capricho o una situación pasajera. Ha demostrado que es el mejor padre del mundo, por lo menos para mi. No me dejó en ningún momento, ni siquiera cuando me diagnosticaron mi enfermedad, pese a que fuese una carga para un hombre tan joven que ni siquiera había acabado sus estudios. Él no se asustó, no empezó a mirarme como a un bicho raro como el resto del mundo. Es mi héroe, me sacó de el horrible castillo donde estaba encerrada con esas brujas. Todo era y sigue siendo como un cuento.

1 comentario:

  1. Ay he vuelto a leerlo y que bonito que es, que bonito, cada vez me gusta mas y mira me he puesto a llorar, pobrecita Amai, con lo linda que es ella y cuando sufrimiento y que bueno es Keigo, claro, como no le va a querer... ay que bonito final

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